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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Gorigori por los farias

Hay una Habana cigarrera dentro de Cádiz que no tiene nada que ver con el Malecón del Campo del Sur, con la Bodeguita del Medio de Casa Manteca, con el Palacio de los Virreyes de la Casa del Almirante, con la calle Lamparilla del Callejón de los Carros, con el Centrohabana de la calle Nueva, con el Hotel Ambos Mundos del Francia y París, con el Miramar de Bahía Blanca, ni con la macumba de la rumba del merecumbé del Callejón de los Negros. Esa otra Habana gaditana ha muerto. Era la Habana interior y secreta de los cigarros habanos. El recuerdo de las cigarreras saliendo de la Fábrica del Tabaco de la Cuesta de las Calesas, como habanera Cuesta de las Volantas, donde ellas, no sé si en sus mesas de caoba, no sé si en sus muslos color de rizada arena de la Caleta, liaban los tabacos, los puros. Los habanos de la marca Farias.

La vieja Fábrica del Tabaco de Cádiz tiene arquitectura y ladrillería como de plaza de toros. La ves al bajar desde las Puertas de Tierra y parece que van a sacar a hombros a Rebujina, con un traje alquilado de apagados oros; o que Fatigón llega vestido de mamarracho para debutar como torero bufo. Por la puerta grande de la vieja Fábrica del Tabaco salían a hombros los farias, de bien que los liaban, de bonitos que les salían a las cigarreras de Cádiz. Los tabacos de los buenos fumadores de puros, que no querían presumir, sino ascender al glorioso retablo barroco de columnas salomónicas de oloroso humo. La Fábrica del Tabaco, ay, la cerraron. Donde antes iban las cigarreras de Cádiz, ahora los congresistas con una acreditación plastificada en la solapa, como un escapulario del Carmen por lo civil. La Fábrica del Tabaco que vimos en la comparsa de Joaquín Quiñones con El Moreno de capataz se transformó en línea de producción de Altadis, ofú, y se la llevaron al Puente Carranza. Como para que echara su caña del país por la barandilla, a ver si podía pescar los sueños de tiempos mejores. Pero como cada día está más perseguida la carnada del tabaco, no pican con este aguaje, y cierran la producción de farias, chirrín, chirrán. Serán 176 cigarreras a la calle y 176 mil millones de fumadores de puros sin sus farias de Cádiz, tan habaneros. A aquellos farias tan ricos que parecían de Vuelta Abajo los ha puesto Altadis de Vuelta y Media.

Los farias que fumaba Cañabate en los toros mientras era el Estrabón que levantaba el mapa de la secreta geografía del rincón de Ordóñez. Los farias de las viejas cajas de madera con sus precintos coloraditos y negros. Los farias de los puestecillos a la puerta de los campos del fútbol. Farias de tardes de Carrusel Deportivo, de marcador simultáneo Dardo, de cachondeíto en La Condomina. Farias de ferias de pueblo; farias de bautizos con pelón; farias de bodas con los novios yendo a retratarse a casa del fotógrafo antes del banquete.

Paradójicamente, en tiempos igualitarios la toman con el cigarro puro más popular. Cierran su fábrica gaditana. Como el coche Ford lo inventó el señor Ford, el puro farias lo inventó el señor Farias. Don Heraclio Farias, tocayo de Fournier el de los naipes. Este mejicano de origen gallego inventó en 1889 este sistema de elaboración de cigarros puros que bautizó con su nombre. Formaba la tripa con hebra de tabaco, con lo que conseguía una mejora importante de tiro y combustibilidad, y rebajaba de paso el costo. Don Heraclio democratizó el puro con sus farias. Ya no eran los millonetis de los chistes, chistera, tumbaga y veguero, los que fumaban puros. El farias fue el Seiscientos de los habanos. El farias conquistó los mostradores de las ventas, los veladores de las tabernas, los estancos de los barrios. Ante el cierre, Carmen la Cigarrera de Sevilla se saca la navaja de la liga en defensa de sus compañeras de Cádiz, lía un puro sobre sus muslos morenos y, fumándoselo, se pone guerrillera: «¡Arriba, farias de la tierra!»





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