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LOS
que escribimos artículos somos en cierto modo defensores de
oficio de causas perdidas, pasantes de abogados que deberían
actuar y sin embargo callan. Tenemos una cierta sensación de
soledad, de náufragos enviando mensajes embotellados.
Deberíamos fundar el Club Los de Tudela, de lo solos que nos
dejan a los que defendemos unas ideas por vergüenza torera,
mientras que quienes deberían servirlas ponen la mano para
cobrar las subvenciones, y te lo justifican encima con la
socorrida coartada empresarial:
-Yo no tengo más remedio que transigir, ten en cuenta que en
mi empresa doy de comer a trescientas familias. Pero tú que
no tienes empleados sí que debes darles fuerte. ¡Más fuerte
todavía!
Como si nuestras familias se alimentaran del aire, como los
camaleones, estos camaleones del posibilismo saben que
continuaremos erre que erre defendiendo... Creen ellos que
un partido político, una clase empresarial. A los pobres,
claro, como sólo tienen dinero, les falta finura para
distinguir que no defendemos un partido, sino unas ideas.
Las nuestras. Sabedores de que no nos darán ni las gracias
los que en ellas tienen su pesebre. Quienes encima dicen que
estamos estropeándoles su pasodoble de la equidistancia,
alias de la cobardía.
A pesar de todo, persisto en la defensa de causas perdidas.
Hoy, por ejemplo, voy a defender a una tuneladora. Debo
defender a una pobre tuneladora, porque no hay derecho. Es
una tuneladora periférica, de provincias. No es una
tuneladora del Madrid en obras. Es la tuneladora del Metro
de Sevilla. Muy cervantina. Podrían llamarla «La española
inglesa», pues antes trabajó en el túnel del Canal de la
Mancha. En Sevilla le han puesto de nombre «Giralda». Y, o
bien han dudado muy seriamente de su hombría, o bien la han
adscrito del tirón a esta moda de los matrimonios raritos y
de las plumas sin tinta. La tuneladora se ha estropeado.
Otra vez, que antes ya se escacharró. Y en su información
sobre el lance, qué perversas explicaciones no habrá dado la
Consejería de Obras Públicas de la Junta de Andalucía, que
las gacetas hispalenses traían ayer un ofensivo titular, con
unas letras así de gordas, que decía: «La tuneladora pierde
aceite».
¡Vaya por Dios! ¿Pero no hemos quedado que perder aceite es
un derecho constitucional, que cada cual puede perder el
aceite que tenga por conveniente, ora de oliva, ora de
girasol, ora de Cepsa, ora de Repsol? ¿Y no existe en la
Junta una Consejería que se llama de Igualdad? ¿No tiene
Igualdad nada que corregir a Obras Públicas, cuando de una
manera infamantemente homófoba acusa a la tuneladora de
perder aceite? Sí, la tuneladora pierde aceite, ¿y qué?
¿Pasa algo? ¡Homófobos, que son ustedes unos homófobos! ¿Qué
va a ocurrir cuando se entere Zerolo? Hombre, que los del PP
dijeran que la tuneladora pierde aceite, como están los muy
homófobos por esa antigualla del matrimonio canónico y de la
sociedad machista, podría explicarse. ¿Pero el mismísimo
PSOE que ha logrado la imprescindible conquista social del
matrimonio homosexual viene acusando ahora a una tuneladora
indefensa de perder aceite?
Espero que de un momento a otro el Defensor del Pueblo
Andaluz salga fiador de la tuneladora. Y que si la
tuneladora quiere casarse con el Ave Madrid-Toledo, que se
case, que Gallardón oficiará la ceremonia gustosamente.
Porque, además, aunque si lo perdiera no es ningún desdoro,
la tuneladora no pierde aceite en absoluto. Fui ayer a las
obras donde está la pobre parada, esperando, como todos, la
pieza que ha de mandar el tripartito desde Barcelona, y pude
comprobar que para horadar el subsuelo patrio tiene un
aquello que dijimos que, vamos, ni Dinio...
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