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"TENEMOS
la ensaladilla rusa, la ensaladilla nacional, la ensaladilla
magrebí, el montadito de ensaladilla, la brocheta de
ensaladilla, la ensaladilla rebozada, el salmorejo de
ensaladilla, la ensaladilla bechamé, la ensaladilla
amariconada, la ensaladilla oceanográfica...» Esto era el
comienzo de un artículo. Genial como suyo. Y miren este
otro: «Canta y baila Raphael como Dios le da a entender.
Está poniendo el pabellón andaluz como un contenedor. «¡Ay,
corazón, qué bonita es mi novia!» ¿Pero este tío tiene
novia? Le tiran de todo: le tiran ceniceros, ordenadores,
pan de masa dura, perchas de guardarropa con sus
correspondientes argollas, viguetas, palanganeros,
almanaques, libros de texto, calentadores, llaveros,
pestiños, corpiños, saleros, relojes digitales, caña de lomo
y destornilladores. Menos tomates, de todo. Lo que se dice
una cesta navideña. Raphael se merece urgentemente que le
tiren de todo y que lo desposean de los 300 discos de oro
que dice y manifiesta tener en su haber, para cambiárselos
por 300 de corcho, que arden antes».
¿Quién escribió estos textos, dime quién era, quién me
mandaba ensaladilla por primavera? Pues el genio del
periodismo sevillano que cité el otro día: Pepe Guzmán, cuyo
libro póstumo comento con retraso. Redactor de «El Correo de
Andalucía» desde los tiempos en que Javierre lo dirigía en
plena dictadura, al servicio de una cita evangélica
prohibida: «La Verdad os hará libres». Pepe Guzmán fue un
bohemio. El último bohemio del periodismo en Sevilla. No le
hicieron justicia en vida. Sus últimos años fueron un triste
proceso de autodestrucción, hasta su muerte en 2001. Su
compañero de redacción Francisco Gil Chaparro ha reunido en
libro parte de sus columnas, los artículos libérrimos que
este Groucho Marx de la Gran Plaza publicaba en «El Correo»
con el título de «Coser y cantar». Tuve el honor de ser de
los pocos que elogiaron a Pepe Guzmán en vida; el humor
único, sevillanísimo, de su prosa. Como lo hacía desde la
competencia, me decía:
-Chiquillo, no me elogies más, que me vas a buscar una ruina
en mi periódico.
Pepe Guzmán, como recordaba aquí, fue el que dijo que Chaves
tiene la cara que es el escudo del Barcelona (quizá por eso
esté tan callado ante el llamado Estatuto Catalán). De
Guzmán enterito es el copirray del Paraguay. Un genio. El
que soltó un día sobre Soledad Becerril y Rojas Marcos:
«¿Les decimos la verdad o los dejamos que se mueran tontos?»
Y de Felipe González: «Tengan por cierto que González lía al
personal con circunloquios, monólogos, agua tibia y peroné».
De aquel presidente del Betis: «Con Hugo Galera, dentro de
dos temporadas jugamos con el Bayer de Brenes». En su eterna
duda entre el petisú o la magdalena, clavaba a los
personajes. De Manuel del Valle dijo: «Tenemos un alcalde
que no habla, ni parla, ni hace declaraciones, ni desayuna
en El Portón, ni se viste de nazareno, ni canta, ni baila,
ni veranea en Chipiona, ni compra pescado frito, ni se ríe,
ni se sonríe, y cuando se atreve a tocar las palmas, va y le
dice uno: «El de Orense, que se calle»».
Comentando el libro, que se me traspapeló y traigo al humo
de las velas, alguien comparó a Guzmán con Chaves Nogales.
No, viene de otro lado. Del tronco de Don Cecilio de Triana
y de Galerín, de los dibujos de Tropezones en el «Sevilla» y
de los recordados Marginales de Martínez Velasco. Fue el
último romántico del gran periodismo satírico sevillano,
recuperado por la colección «Periodistas de Sevilla», de RD
Editores. Una iniciativa patrocinada por la Diputación en la
que ojalá veamos pronto dos antologías pendientes y
necesarias: las crónicas de fútbol y de flamenco de José
Antonio Blázquez y las críticas de cine de Antonio Colón.
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