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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Es que estaba fritito

Mañana jueves investirán con toda justicia a Antonio Mingote doctor «honoris causa» en la muy cervantina y más que complutense Universidad de Alcalá de Henares. Gaudeamus igitur puro. Jocunda juventud perpetua de Mingote, cada día más brillante, hondo, rotundo. Enorme, diríamos en mi tierra. Sobrado. Sabiendo que la Universidad alcalaína tiene entre sus doctores a Mingote, dan ganas de matricularse allí, para ilustrarse en saberes ahora tan escasos como el sentido común, la coherencia, la valentía de decir lo que se piensa. Y me reconcilia, además, la investidura de Mingote con el título de doctor «honoris causa». Creía que para que lo hicieran a uno tal había que ser un chuflón, un pintamonas, un profesional de la progresía, uno que dice que es muy de izquierdas, pero que vive como un marqués con cargo al presupuesto y a la Visa oro oficial. A Mingote le confieren el doctorado sin haber ido a Chiapas en gran clase y hotel de cinco estrellas para solidarizarse con los zapatistas; sin haber llevado en su honestísima vida pancarta alguna ni pegatina con el «no a la guerra», siendo por ello además el más pacifista de todos los que nos hacen ver el absurdo bélico. Mingote demuestra que lo pueden hacer a uno doctor «honoris causa»... justificada, sin llamarse Rigoberta Menchú, Saramago, Pérez Esquivel, Garzón, Bardem... o cosas peores.

Pronunciado el vítor académico del maestro, debo, empero quitar una anécdota de su biografía, en cariñosa corrección fraterna a Antonio Astorga, que la narraba en su honor. Al César lo que es del César, a Mingote lo que es de Mingote...y a Antoñito Procesiones lo que es de Antoñito Procesiones. Contaba antier Antonio Astorga en ABC: «Hace algunos años pronunciaba una conferencia en Sevilla sobre la desaparición de «La Codorniz» De repente, un señor le clava los ojos con cara de pocos amigos. Mingote comienza a ponerse nervioso. Algunos minutos después, ante la persistente mirada del curioso impertinente, Mingote prueba a comerse las comas, a mojar los puntos y las íes en salsa, a saltarse los párrafos... Y el pesado con cara de estreñido, erre que erre, no le quita los ojos de encima. A Mingote no le queda otra salida que zamparse las páginas de su discurso mientras los nervios le asaltan. Llega el final de la conferencia, el mirón se le acerca, se apropia del vaso de agua que don Antonio tenía delante de sí y se lo bebe de un trago: ¡»Ez que eztaba zequito, maehhtro»!, le espeta el espontáneo. Mingote, perplejo, respira tranquilo».

Mingote debe respirar tranquilísimo, ¡porque eso no le ocurrió nunca a él! Eso le ocurrió, que tiene más mérito, a don Esteban Bilbao Eguía, presidente de las Cortes Españolas con Franco, en el Ateneo de Sevilla. El que se atrevió a echarle el ojo al vaso del omnipotente don Esteban, a levantarse y a bebérselo enterito, glup, glup, no fue un desconocido curioso impertinente. Fue nada menos que Antonio Sanz, «Antoñito Procesiones», un cervantino personaje que alcanzamos a conocer, fundador y cobrador de la sociedad unipersonal «La Gloria de España», cuyos miembros contribuíamos con un real semanal para un alto fin: que Antoñito se pudiera comprar cigarros puros, que le encantaban. Tanto como ir junto a toda banda que tocase en una procesión o desfile. De ahí el título popular de nobleza de este niño grande de Sevilla, que murió ya setentón, acogido por los hermanos de San Juan de Dios. Sevilla lo cuidaba y mimaba con la delicadeza y la ternura de un viejo niño subnormal. En cuyo honor, querido Mingote, no iré a lo tuyo doctoral de Alcalá. No sea que traiga mucha sed del Ave, le eche el ojo a tu vaso, me levante, me lo zampe como mi paisano y colombroño, y, volviéndome al auditorio, justifique mi acción con las mismas verdaderas palabras históricas de Antoñito Procesiones en el Ateneo de Sevilla tras beberse el agua de don Esteban Bilbao, que fueron: «Señores, es que estaba fritito...»


También en El Recuadro,  "Amargura" para Antoñito Procesiones

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