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COMO
en la Santa Inquisición contra los Fumadores: el Gobierno y
los poderes culturales venga a hacer demagogia anti-americana,
pero las Pascuas están cautivas y derrotadas por los Estados
Unidos. Nuestra Navidad perdió su singularidad. En
traducción automática de «Christmas», dicen «Navidades», en
plural. Cuando Navidad no hay más que una. (Menos mal. Dos
no habría cuerpo que las resistiese.) Y también por
influencia americana, no nos felicitan las Pascuas, el
Nacimiento de Dios, sino «las Fiestas». Cuando me desean
«Felices Fiestas», pido aclaración:
- ¿Qué fiesta? ¿La Semana Santa o la Feria?
«Las fiestas» eran en Sevilla por antonomasia la Semana
Santa y la Feria. Pero, hijos, con tal de no reconocer que
mañana nace el Niño, son capaces de decir lo que sea, a la
ame-ricana, a lo Cortinglés. (Inciso: creo que regalan un
jamón de José Manuel Soto o de Bertín al que diga qué
puñetas significa la felicitación del Cortinglés en la tele,
con el tío de la bicicleta antigua y los otros vestidos de
liberales de 1812.)
Y con la moda antitabaco y las Fiestas, llega el yanki Papá
Noel a esta España tan antinorteamericana. Apunten otra
metáfora sobre la degeneración de Sevilla, cual las palmeras
contrahechas de la Plaza del Pan: la ciudad de la Cabalgata
de Jacinto Ilusión, derrotada y dominada por el invasor Papá
Noel. Hasta el Papa se ha vestido de Papá Noel. Sí, han
dicho que se ha puesto ese gorro que tiene nombre de
empresario salvajemente agredido por los canis, el rosauro
creo se llama, ¿no? ¿Que no es rosauro? Ah, el gorro se
llama como el hotel de los líos de Beckham: el santo mauro.
¿Tampoco? Eso, sí: el camauro. Benedicto XVI, el Beni de
Roma, se quería vestir de Juan XXIII. Y se puso su rosauro,
digo, su camauro. Pero de colorado y así con flequitos
blancos de Peleterìa Reyes en la esclavina, Papá Noel
clavado. ¡Lo que le gusta a un alemán vestirse de Papá Noel!
Más que a un promotor imboliario sevillano soltar la tela
para salir de Rey Mago.
Al Papa le faltaba una barba postiza para ser como la in-vasora
moda de los muñecotes trepadores de Santa Claus. Los muñecos
escaladores de Papá Noel de los veinte duros han lle-nado
Sevilla, como los moros de Queipo. Un horror. Una pérdida de
señas de identidad cultural. Y de papeles. No hay fila de
adosados en el Aljarafe ni bloque en el alfoz sin su
docenita larga de papanoeles trepando por los balcones.
Muñecos horrorosos, como chochonas de Pascuas. Muñecos
colgones, fláccidos y pendulones, y perdonen la manera de
señalar. Han proliferado como palomas del Salvador. Parecen
los espantosos enanitos de piedra de los chaleres de Caño
Guerrero, disfrazados de Papá Noel.
Papá Noel nos tiene rodeados, de Roma a Nova Roma, por la
puerta de Virgen de Luján. ¿O sérán los papanoeles
alpinistas un homenaje a algo tan nuestro como el trepa
sevillano, el trepa de la Junta, el trepa del Ayuntamiento,
el trepa del PSOE, el trepa del PP, que los hay, y a
manojitos, especialmente haciendo caja en Córdoba o de
Belinda en el Parlamento Andaluz y en el consejo de Canal
Sur? Yo creo que los papanoeles alpinistas tienen tanto
éxito en Sevilla por el prestigio social que aquí tiene el
trepa. Y así está la ciudad, colgada de ellos. Todo es una
inmensa Avenida de Kansas City, América pura. Yo, la verdad,
entiendo otra cosa por colgar los balcones. Por colgar los
balcones entiendo sacar los mantones de Manila, los manteles
de la abuela, las colchas de damasco amarillo, y adornar con
ellos los herrajes, como reposteros populares, Y no ahora,
sino en el tiempo de los largos atardeceres de jazmines.
Cuando el Niño que ahora nace, harto de que su Madre, la
Esperanza, le llama «mi Rey», se hace de verdad Divina
Majestad y se pasea a Cuerpo por Sevilla para que desde los
balcones colgados caiga la gloria in excelsis Deo de los
pétalos de geranios y gitanillas.
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