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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El mirador del Moro

Gómez Marín suele recordar en la radio lo de Unamuno: que en España puedes robar un monte sin que te pase nada; pero que si robas un pan, vas a la cárcel. Unamuno dijo también que los sevillanos somos finos y fríos. Al menos los sevillanos serios y hondos de la parte de Romero Murube y de Sánchez del Arco, no estos sevillanos de zambombas, panderetas y faletes que la falla de quemar dinero público de Canal Sur se encarga de perpetuar como ninots indultados del franquismo. Unamuno tenía que haber venido más por Sevilla. Para aplicar lo del monte y el pan a los cielos que perdimos...y seguimos perdiendo. Y por goleada. Para segundazos, no el Betis: Sevilla misma. En Sevilla puedes derribar un mirador del siglo XV sin que te pase nada. Pero si cierras un lavadero de azotea con unas puertas de aluminio, Urbanismo te cruje y te deja la obra más parada que el bronce del caballo de San Fernando.

Leo al profesor Teodoro Falcón que han derribado el mirador de la casa de los Segovia. Traduzco: la casa del Moro. De Andrés Moro. Del anticuario como vallainclanesco que comprando casa tras casa alzó un imperio de arte, de Alemanes a Argote de Molina. Un sevillano legendario y millonario. El Moro tenía su apellido por mote. La gente se creía que Moro era un apodo. Y Andrés de moro tenía bastante poco. De judío, todo. Raro como él solo. Unas barbas como las del anuncio del coñac Decano en Casa Morales que se parece tanto a Garmendia. Unas zapatillas de paño de andar por casa para salir por Sevilla como quien anda por casa, en un charré con Salomón Vargas en el pescante. Mierda del año que se le pidiera. El Moro tenía muchas antigüedades, pero ninguna con datación tan temprana como lo casposo de su entorno. Levantó en las casas que compró un universo de novela. De novela de miedo, con unas hermanas extrañísimas y unos sobrinos más raros aún. Y con mucho cuento de San Telmo. El Moro, inmensamente rico, no le daba importancia a lo que vendía:

-No, eso es una cosita del Greco, que estaba de San Telmo...

De venir verdaderamente de Montpensier todo lo que El Moro quería vender como tal, San Telmo habría llegado desde el Cristina a Las Pajanosas. El Moro se trabajaba otras veces la lástima para largarte el mochuelo falso:

-Anda, llévate este Grequito. Yo ya voy a cerrar, no tengo ganas de seguir con esto, estoy muy malo, a mi hermana la han operado y le han quitado el corazón...

Y cuando llegabas a tu casa, allí tenías el Grequito dichoso, que El Moro te había mandado con un jorobado de Notre Dame que tenía en plantilla. Luego llamabas a Ramón Serrera y nada más entrar por las puertas te decía:

-No me digas que Andrés te quiere colocar a ti su famoso Grequito. No te dejes...

Quizá la única antigüedad verdadera fuese el propio Andrés Moro. O esta casa de los Segovia que a su muerte se fue al garete. Como los camiones y camiones de obras de arte que sacaron de allí y de los que nada se supo (y Bellas Artes, menos). Teodoro Falcón, policía judicial de la dignidad de Sevilla, ha levantado acta del crimen cometido con el mirador del Moro. No passssssa nada. Mientras haya tanques de salmuera, langostinos y prosperidad, estas cosas se la remanfinflan a los sevillanos. Total, cuatro nostálgicos rancios que protestan dos días, pero después se cansan y no passssssa nada.

A Sevilla le han asesinado un trozo de cielo con mirador. Yo he perdido más. A mí y a Antonio Dubé de Luque nos han demolido parte de nuestra infancia. Aquel mirador de los Segovia nos miraba cuando, arrecidos con los pantaloncitos cortos, íbamos camino del colegio de la Doctrina Cristiana de Guzmán el Bueno. Allí estaban los largos mostradores de la Cooperativa Cívico Militar, donde despachaban las cartillas de racionamiento. Ese mirador, Antonio Dubé, nos sigue mirando con los ojos de la Hermana Matilde, la paisana y condiscípula de Juan Ramón, para ver si seguimos diciendo sí o no, como Cristo nos enseña.



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