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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Sevilla de Pineda

No hay una sola, unidimensional, unívoca Sevilla, sino muchas Sevillas. Vivimos en la gran urbe de los 700.000 habitantes sólo sobre el papel de la estadística. En la realidad cotidiana vivimos en un barrio y en una esfera profesional, social, de aficiones, de amistades. Al cambio, en un pueblo. De todo lo más 40.000 habitantes. Al cambio, vivimos en Osuna, en Ecija. Los 700.000 habitantes de Sevilla son el resultado de la yuxtaposición de esos quince o veinte pueblos. En Sevilla nos conocemos todos porque nos referimos a las siete revueltas y recovecos de cada uno de esos pueblos. Un sevillano profesor de Universidad que vive en Reina Mercedes reside en un pueblo distinto a un sevillano médico de República Argentina. El sevillano de Reina Mercedes no sabe nada de la Sevilla de República Argentina, y viceversa el otro.

Otros pueblos interiores son las asociaciones. Lo que echan tan en falta pero existe: su vertebración. La Sevilla de las cofradías, la Sevilla de los deportes, la Sevilla de los toros, la Sevilla de las empresas. Círculos concéntricos, bien tramados, que hacen más complicada aun la ciudad difícil. Y en ella, sus clubes sociales. Quien crea que la Sevilla del Círculo de Labradores es la misma que la del Mercantil, no se ha enterado de nada. Como no se ha enhuerado de nada quien crea que la del Aero es la misma que la del Club Pineda.

Pineda: 9.800 socios. Con sus familias, un pueblo. Uno de los pueblos interiores de Sevilla, que tienen su alcalde. En el ceremonial no escrito de Sevilla, ¿por qué tienen su sitio de protocolo el presidente de las Cofradías, el teniente de la Maestranza, el presidente de Pineda? Pues porque son los alcaldes de esos pueblos interiores de esta Sevilla que es un pueblo porque está formada por muchos de ellos yuxtapuestos. El Club Pineda, y me alegro, ha inaugurado instalaciones deportivas. Magníficas. Como Galispor, pero mejor, y sin que sea una lotería social saber a quién te vas a encontrar en la cinta de correr. En Pineda te encuentras a la Sevilla de Pineda. Una Sevilla como de por ahí, inglesita, cuando vas al club y ves el chalé con sus sillones de gutapercha, sus reuniones simpáticas de señoras jugando al bridge y su repostería de cubierto del día ajustadito. Sí, como un club inglés, pero de aquí. Algo así podría ser esa pena en penumbra que es la decrépita sede del Real Círculo de Labradores en Sierpes, que el día menos pensado van y la venden, con lo que pondrán en almoneda el espíritu del Conde de Halcón.

Pineda ha hecho la puesta al día que el Labradores intentó con las instalaciones deportivas del río. Su alcalde, digo, su presidente, Pedro Alvarez, un caballerazo de la saga montada de los hermanos Alvarez Domínguez, ha hecho el milagro. Fundado en 1940, tras la guerra, Pineda heredó la relevancia social que el Labradores tuvo en la Monarquía alfonsina. En el viejo Prado, la caseta importante era la del Labradores, no la de Pineda. En los nuevos prados de los campos de golf, el importante es Pineda. Sevilla tenía una nueva burguesía emergente que necesitaba afirmarse en su club, sin dejar de ser lo que fue la ciudad del Hipódromo de Tablada. Los hijos de los «distinguidos sportmen» del reinado de Alfonso XIII le dieron su grandeza de estilo y su señorío al Pineda del hipódromo con las carreras de caballos anglo-árabe-hispanos de Ramos Paúl, de Parladé, de la Cuadra Guerrero de Jerez. Han cambiado los tiempos y no ha habido otro club que sustituya a Pineda. Pineda se ha sustituido a sí mismo, gracias a la actualización que le ha hecho Pedro Alvarez, con el obrón de un arquitecto que, hombre, menos mal, no es Consuegra, qué alivio, sino Gonzalo Díaz Recasens, que es mejor y encima se da menos cuento. Espero que tras la reforma Pedro Alvarez no haya puesto un conserje sevillista. Así no me habrá fastidiado la frase histórica que me dijo un día la bética Duquesa de Medinaceli: «Lo único malo de Pineda es que allí nada más que puedo hablar de nuestro Betis con el conserje...»




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