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No
hay una sola, unidimensional, unívoca Sevilla, sino muchas
Sevillas. Vivimos en la gran urbe de los 700.000 habitantes
sólo sobre el papel de la estadística. En la realidad
cotidiana vivimos en un barrio y en una esfera profesional,
social, de aficiones, de amistades. Al cambio, en un pueblo.
De todo lo más 40.000 habitantes. Al cambio, vivimos en
Osuna, en Ecija. Los 700.000 habitantes de Sevilla son el
resultado de la yuxtaposición de esos quince o veinte
pueblos. En Sevilla nos conocemos todos porque nos referimos
a las siete revueltas y recovecos de cada uno de esos
pueblos. Un sevillano profesor de Universidad que vive en
Reina Mercedes reside en un pueblo distinto a un sevillano
médico de República Argentina. El sevillano de Reina
Mercedes no sabe nada de la Sevilla de República Argentina,
y viceversa el otro.
Otros pueblos interiores son las asociaciones. Lo que echan
tan en falta pero existe: su vertebración. La Sevilla de las
cofradías, la Sevilla de los deportes, la Sevilla de los
toros, la Sevilla de las empresas. Círculos concéntricos,
bien tramados, que hacen más complicada aun la ciudad
difícil. Y en ella, sus clubes sociales. Quien crea que la
Sevilla del Círculo de Labradores es la misma que la del
Mercantil, no se ha enterado de nada. Como no se ha
enhuerado de nada quien crea que la del Aero es la misma que
la del Club Pineda.
Pineda: 9.800 socios. Con sus familias, un pueblo. Uno de
los pueblos interiores de Sevilla, que tienen su alcalde. En
el ceremonial no escrito de Sevilla, ¿por qué tienen su
sitio de protocolo el presidente de las Cofradías, el
teniente de la Maestranza, el presidente de Pineda? Pues
porque son los alcaldes de esos pueblos interiores de esta
Sevilla que es un pueblo porque está formada por muchos de
ellos yuxtapuestos. El Club Pineda, y me alegro, ha
inaugurado instalaciones deportivas. Magníficas. Como
Galispor, pero mejor, y sin que sea una lotería social saber
a quién te vas a encontrar en la cinta de correr. En Pineda
te encuentras a la Sevilla de Pineda. Una Sevilla como de
por ahí, inglesita, cuando vas al club y ves el chalé con
sus sillones de gutapercha, sus reuniones simpáticas de
señoras jugando al bridge y su repostería de cubierto del
día ajustadito. Sí, como un club inglés, pero de aquí. Algo
así podría ser esa pena en penumbra que es la decrépita sede
del Real Círculo de Labradores en Sierpes, que el día menos
pensado van y la venden, con lo que pondrán en almoneda el
espíritu del Conde de Halcón.
Pineda ha hecho la puesta al día que el Labradores intentó
con las instalaciones deportivas del río. Su alcalde, digo,
su presidente, Pedro Alvarez, un caballerazo de la saga
montada de los hermanos Alvarez Domínguez, ha hecho el
milagro. Fundado en 1940, tras la guerra, Pineda heredó la
relevancia social que el Labradores tuvo en la Monarquía
alfonsina. En el viejo Prado, la caseta importante era la
del Labradores, no la de Pineda. En los nuevos prados de los
campos de golf, el importante es Pineda. Sevilla tenía una
nueva burguesía emergente que necesitaba afirmarse en su
club, sin dejar de ser lo que fue la ciudad del Hipódromo de
Tablada. Los hijos de los «distinguidos sportmen» del
reinado de Alfonso XIII le dieron su grandeza de estilo y su
señorío al Pineda del hipódromo con las carreras de caballos
anglo-árabe-hispanos de Ramos Paúl, de Parladé, de la Cuadra
Guerrero de Jerez. Han cambiado los tiempos y no ha habido
otro club que sustituya a Pineda. Pineda se ha sustituido a
sí mismo, gracias a la actualización que le ha hecho Pedro
Alvarez, con el obrón de un arquitecto que, hombre, menos
mal, no es Consuegra, qué alivio, sino Gonzalo Díaz Recasens,
que es mejor y encima se da menos cuento. Espero que tras la
reforma Pedro Alvarez no haya puesto un conserje sevillista.
Así no me habrá fastidiado la frase histórica que me dijo un
día la bética Duquesa de Medinaceli: «Lo único malo de
Pineda es que allí nada más que puedo hablar de nuestro
Betis con el conserje...»
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