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SI
miedo hay, como decíamos antier, a proclamar lo que se
piensa en constitucional materia o en asuntos de la unidad
de la Patria (ojú, lo que he dicho, Patria), y en esta
cantera del honor ir de mena no es ninguna ganga, ni te
cuento el pánico que entra cuando se entreveran cuestiones
de raza. La discriminación positiva llega a límites que
serían ridículos, si no encerraran tal dramatismo y tales
dobles varas de medir.
Lo digo por el asesinato del conductor que era celador del
Hospital Virgen del Rocío. Leo la noticia en la primera
página del diario que los progres tienen por Biblia de lo
políticamente correcto. A tres columnas, bajo la foto
terrible del cadáver del conductor asesinado, cubierto por
una blanca sábana, aún en el interior del coche, dice:
«Familiares de una niña atropellada matan a tiros al
conductor.- Un conductor fue asesinado ayer a tiros en
Sevilla, supuestamente por los familiares de una niña de
siete años a la que había atropellado. La pequeña sufre
contusiones. Gaspar García, de 64 años y celador del
hospital donde fue ingresada la pequeña, recibió nueve
impactos de bala, seis en la cabeza, dentro de su propio
coche. La policía busca al padre de la menor y a otros tres
parientes.»
Menos mal que tomo el ABC, y su título principal, a toda
página, dice lo que nadie se atreve. La palabra que se
oculta: «Gitano». La realidad que se disimula, en esta
preocupante degeneración y pérdida de valores de una
sociedad entera. Dice el ABC: «Un conductor atropella a una
niña gitana y es acribillado a tiros por sus familiares».
Yo lo siento mucho. Tengo muy presente la Constitución.
Aplico con el máximo cuidado su principio de que nadie podrá
ser discriminado por razón de raza. Lo que no pone la
Constitución por ningún sitio es que cuando una familia
gitana acribille a tiros a un conductor deba ocultarse su
condición étnica. Con eso de poner la identidad de los
agresores muy dentro de la información, como perdida, y con
ese eufemismo de «etnia gitana», que suena menos fuerte que
«gitano» a secas, lo que se está haciendo es ocultar una
circunstancia fundamental de la información. En el fondo, es
lo mismo que el Estatuto Catalán o el separatismo vasco. Hay
en España colectivos minoritarios que quieren aplicar sus
propias leyes y principios frente a las del Reino y de la
mayoría, dictadores de la discriminación positiva. Si los
separatistas rompen virtualmente la Constitución y se saltan
a la torera las leyes y las sentencias del Supremo, los
gitanos tienen sus propios códigos tribales y nadie se
atreve ni a nombrar su raza. Lo que ocurrió en las cercanías
de La Palmera fue algo más terrible aun que la muerte: la
aplicación inmediata de la (llamemos) justicia gitana, su
inmisericorde Ley del Talión.
En esta dramática seguiriya gitana está cantado acordarse de
Farruquito. Si el celador de la Seguridad Social don Gaspar
García hubiera hecho tras el atropello lo mismo que
Farruquito, darse a la fuga, ahora estaría probablemente
desayunando en la cafetería de Trauma tan tranquilo. Cuando
la muerte del mecánico don Benjamín Olalla, todos nos
preguntamos qué hubiera pasado si hubiese ocurrido al revés.
Si un payo hubiera atropellado mortalmente a un gitano
(vamos a quitarnos las caretas y a llamar a las cosas por su
nombre). Ahí lo tienen. Ya sabemos lo que ocurre cuando un
payo no atropella mortalmente, sino apenas causa lesiones
leves a una niña gitana. Ocurre que cuando se detiene para
prestarle auxilio y hacerse responsable ante la ley y ante
el seguro, le descerrajan nueve tiros.
Pero den por no escritas estas frases, no sea que me llamen
racista. Por descontado que es completamente facha atreverse
a decir que don Gaspar García no era Farruquito.
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