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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un Nervión sin centenario

Se escribe La Buhaira, pero ¿cómo se pronuncia? Lo he escuchado de todas formas: Bujaira, Buaira, Buíra, Bujíra. Y nunca por su verdadero nombre, antes de esta versión islamizante, en la que Alfonso Lazo llama «la Media Memoria Histórica». La Buhaira es la Huerta del Rey de toda la vida. El poder escribe ahora Buhaira, pero en San Bernardo pronunciaban Huerta del Rey. Así decía allí, junto al portalón con tejaroz de la finca, una lápida cervantina. Azulejos que los antiguos alumnos de Portaceli estamos hartos de ver. Me he acordado de la Huerta del Rey al recibir «Plenitud», el boletín de los A.A., y comprobar que en esta Sevilla de los centenarios nadie ha conmemorado los cien años de la fundación del colegio por otra parte más ligado al Sevilla F.C.: el de los jesuitas. Sí, Portaceli, en Nervión, en la Huerta del Rey donde el propio Araujo fue entrenador del equipo de fútbol.

Portaceli, Colegio del Inmaculado Corazón de María, ex Villasís, ex Pajaritos, fue fundado hace cien años, en 1905 y no lo hemos celebrado ni los antiguos alumnos a quienes allí nos alentaron la vocación literaria. El himno decía: «Corazón inmaculado, que nunca podré olvidar». Pues te hemos olvidado, Corazón. Con decir que nadie ha pedido una calle con el nombre de Colegio Portaceli por la nueva Sevilla que se levanta en los que fueron sus campos de deportes está dicho todo, en esta ciudad donde tomas dos días seguidos café en el Laredo, y como te quinque un concejal, te ponen una calle.

No fue Villasís-Portaceli el primer colegio de los jesuitas en Sevilla. Desde 1554 hasta la expulsión de la Compañía por Carlos III, tuvieron dos siglos abierto el Colegio de San Hermenegildo, cuartel de Soria tras la Desamortización, de cuyo derribo sólo queda la iglesia de tal nombre, en el Duque. Tras algunos intentos de refundación, en 1905 el Padre Tarín, «bajo tu manto sagrado», promovió el colegio del Inmaculado Corazón de María, estableciéndolo en la casa de los Marqueses de Villasís. En Villasís, vamos. Estuvo abierto hasta 1932, en que la II República, tras disolver a la Compañía, lo cerró, convirtiéndolo en Instituto Escuela de la Institución Libre de Enseñanza. Se pudo burlar la prohibición republicana con el fraude de ley de Pajaritos, un centro seglar aparentemente distinto a Villasís, promovido por los padres de alumnos. Pajaritos fue ese Villasís en el exilio interior cuya crónica sentimental irrepetible nos dejó Rafael Montesinos en «Los años irreparables».

Terminada la guerra, en la que murieron tantos y tantos alumnos y antiguos alumnos, el colegio vuelve a Villasís, con su esplendor a lo Padre Coloma de congregantes y proclamación de dignidades. Fue espejo de una cierta Sevilla. Hasta que, pioneros en todo, hasta en lo malo, la Compañía es la primera comunidad religiosa docente que pega el pelotazo con el colegio del centro, Villasís a tomar por saco: lo venden para que lo derriben y lo trasladan al alfoz. La Marquesa de Tarifa había donado a los jesuitas la Huerta del Rey (no Buhaira), donde Aníbal González iba a construirle la basílica de la Milagrosa. Allí, en Portaceli, se levantó el nuevo colegio, modernísimo, con los cuatro pabellones iniciales de lo que iba a ser un Escorial hispalense que nunca se remató. Al revés. Como una casa grande venida a menos, la Compañía cada vez fue vendiendo terrenos y más terrenos de Portaceli. En nuestros recuerdos de partidos de fútbol de internos contra externos se levanta hoy un Viapol cualquiera. A los antiguos alumnos nos recalificaron el recuerdo de los recreos de pan con chocolate. Antes, Villasís había sido derribado. Y así, claro, cundió el mal ejemplo para la destrucción de Sevilla. Todos los curas y monjas de la enseñanza e imitaron a los jesuitas: Valle, Irlandesas, Escolapios, Maristas, Santo Angel, Doctrina Cristiana... (Lo que nunca podrán derribar serán los principios de excelencia que muchas generaciones de sevillanos aprendimos allí, cien años de Corazón Inmaculado que nunca podré olvidar.)



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