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EN
los aliños indumentarios hay asuntos que no comprendo. Por
ejemplo, cuando en los cotillones de Nochevieja ponen que
hay que ir vestido de «media etiqueta». Media etiqueta me
suena al medio tapón de las botellas con que sirven el fino
en el Marco de Jerez. Y más estrictamente, al atuendo de los
recepcionistas de los hoteles buenecitos. Media etiqueta es
una especie de chaqué venido a menos que se ponen los
recepcionistas de los hoteles de lujo. En los que todo se ha
ido degradando como la vida misma. Los conserjes y
recepcionistas de los grandes hoteles vestían o bien chaqué
o bien una levita como de gala de la Armada, manque sin la
dorada gola. Ahora, con la media etiqueta propiamente dicha
van que chutan. A saber: un pantalón listado y una chaqueta
negra cruzada.
Hablo de los aliños indumentarios al hilo del gran artículo
de mi vecino de la derecha, aquí en la Quinta de ABC, que
ayer fue la Quinta de Goya, de los Goya, sin premio...
-¿Pero no era sobre los premios Goya?
-Sí, pero sin premio. He dicho Quinta y no Página 5 por lo
mismo. Aquí ni se hinca nada ni se atrinca nada...
Sí, mi dilectísimo Ignacio Camacho bordaba un artículo sobre
los Oscar de la Señorita Pepis. Llamaba a los Goya los
Oscaritos. Apúntese vuesarced un 10 por el hallazgo, cuyas
regalías habrá que reconocer y abonar en el futuro. Y en
le-yendo a Camacho, y en viendo lo de la Señorita Pepis, me
caí del caballo. No del caballo de serrano me das candela y
yo te dije gaché, sino del caballo de San Pablo. San Pablo
esquina a Bailén, naturalmente. Donde la talabartería.
Estaba absolutamente deslumbrado con la media etiqueta
chuchiperri, costrosa y cani de los Goya. En esta España
donde en cada discoteca hay un portero que no deja entrar a
quien vaya con zapatillas de deportes, a la etiqueta de la
gala de los Goya va cada cual vestido como le sale de la que
rima. Ellas, de máximos tiros largos. La que no va de Oscar
de la Renta va de Valentino. Pero ellos, como son unos
genios de la cinematografía, de trapillo, de teras mares. El
que no va con una chaqueta de cuero va con una chupa, y
todos con la camisa negra, bella Abisinia, como Carod Rovira
en DVD del videoclub de barrio. Y digo yo: si la etiqueta
exigida era esmoquin, como lo probaba Antonio Banderas con
el suyo puesto a la usanza del Hollywood que todos quieren
imitar, ¿por qué no ponen en los Goya un portero de
discoteca para evitar que la gala sea un desfile de máscaras
a pie, todos de mamarracho, pero de mamarracho carísimo,
mamarracho de Toni Miró para arriba?
Pues porque si tal portero hubiera estado, no podríamos
haber visto a Carmen Calvo en todo el esplendor y gloria de
su vestido planetario, anglicano, Pixie, Dixie, portada
andante del «Vogue». ¿De qué iba Carmen Calvo? Gracias a
Ignacio Camacho lo he podido descubrir. Si eran los Oscar de
la Señorita Pepis, la Dama de Cabra iba de Señorita Pepis.
De Barbie ministra de Cultura. ¿No ha hecho Toni Benítez una
muñeca Barbie vestida de Cayetana en la boda de Cayetano?
Pues con lo que le gusta un duro a la autora del modelito de
la egabrense, verás tú lo que va a tardar en sacar una
Barbie vestida de Carmen Calvo.
Tipo que en Cádiz dirán que ya ha salido. La Señorita Pepis
de los Oscar de la Señorita Pepis iba de hada madrina. Así
vistió El Cherif un año a su chirigota. Y quizá por eso
mismo no pusieron en el salón portero de discoteca para
exigir la media etiqueta o la etiqueta entera. Porque, en
tal caso, cuando hubiera llegado la Señorita Pepis vestida
de hada madrina del Cherif, le hubiera dicho:
-No, usted no puede pasar vestida así, señora, se ha
confundido. Estos son los Goya, no el Teatro Falla de Cádiz.
¡Ya está! El disfraz de la Señorita Pepis de los Oscaritos
no era de Agata Ruiz de la Prada. Era de Pepi Mayo.
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