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Me
ha dicho la luna que hoy va por usted mi pasodoble. Va por
usted, Rocío. Y suena de forma distinta. No suena a tres
capotes en el redondel. Es más lento. Con el ritmo de la
pantallita NASA y oro del latido de un corazón en los
monitores de la Ai Cí Yú, fíjate, niña, cómo le dicen a la
UCI estos gachés: Ai Cí Yú, ¿hay arte o no hay arte? En un
hospital de Houston. Ojú. Con lo lejos que está Houston.
Aunque por lejos que esté, tu primo Manolito dirá que
solamente está un poquito más pallá que el bar de La Tani.
Que las viñas moscateles de Chipiona. Que el guiño satirón
del faro con sed de mar.
¿Por dónde iba, niña? Ah, sí: que hoy el pasodoble suena más
lento. No suena a tarde de abril, con Ortega Cano en la
arena. Suena a mañana de septiembre. A procesión de la
Virgen de Regla. Tú sabes perfectamente que si cogemos un
pasodoble, por flamenco y torero que sea, y lo reposamos, y
como José cuando se cruza lo templas de ritmo, y te lo
llevas a los medios de la fe, de la emoción, del escalofrío,
del repeluco de la vida, te sale una marcha de Semana Santa.
O de procesión de mañana de septiembre con tu santuario y tu
gente al fondo.
Así que me ha dicho la luna, Rocío, hoy que va por usted mi
pasodoble. Se ha hecho oración. De procesionalmente
reposado. En estas horitas malas de las duquelas negras,
cuando todos los que te queremos le estamos rezando a tu
Virgen de Regla, a tu Yemayá de Moscatel. Ahora, Rocío,
cuando va por usted mi pasodoble, ese pasodoble, abanico y
volantes, quejío y trémolo, Pastora y Mahalia. nos evoca
Regla. Tus manos juntas. Tu rezo. Tus lágrimas. Y el
pasodoble hecho marcha nos evoca también a todas las
Vírgenes a las que sabemos que le rezas, a las que hoy,
niña, nos faltan avemarías que mandarles. Yo he visto esas
Vírgenes de tus devociones. Como las estampas de la
capillita del hotel de un torero, las llevas por dentro de
la tapa de un fin de semana, con tus pinturitas y tus
cositas queridas. Las he visto en un estudio de grabación en
Los Angeles, cuando «Las alas al viento». Las he visto en
los camerinos del Teatro Pemán, en esas noches de estrellas
en que cantas como nadie y mejor que nadie, gaditana de pura
cepa, como las mojarritas de la Caleta. Yo he visto esas
estampas en tu camerino más hispano que espiquinglis del
Knight Center de Miami, que es lo más grande del mundo, como
para jugar la final de la Super Bowl en vez de cantar por
Rafael de León. Ay, Rafael... Rafael te escribió aquella
saeta que le cantaste a la Macarena desde el balcón del
capiller. Esa Esperanza que yo he visto en las estampas de
tu camerino del auditorio de Azabache, caminito de tu
trabajo que sí que no cría yerba desde entonces, que no se
puede cantar mejor ni estar más guapa que aquella noche que
le pusieron tu nombre.
En tus camerinos yo he visto la estampa de la Virgen de
Regla. Y la foto del perfil más guapo de una Madre de abril
a la que llamamos Esperanza. Ante tu Virgen de Regla no,
pero en el primer balcón de la calle Sierpes sí que te he
visto llorar rezando o rezar llorando, cuando pasaba la
Esperanza de Sevilla. Quítale de Sevilla. Ponle Esperanza a
secas, por el agüita de la sal de todos los mares del mundo
que domina tu voz como una ola. Ese nombre, Esperanza, que
ahora le ponemos a tu vida los que como te queremos, no
podemos hacer nada mejor que rezar por ti a tus Yemayás
andaluzas, morenas de amanecer en Chipiona, con ojeras de
madrugada en Sevilla. Y mientras rezamos porque vuelvas
pronto de Houston, con lo lejos que está Houston, va sonando
ese pasodoble que hace nuestra la tragedia. Se ha vuelto
marcha procesional. Oración a tu Virgen de septiembre, a
nuestra Esperanza de abril. A la Virgen de aquella niña del
coro parroquial de Chipiona a la que en la iglesia viñera de
La Palma, bautizando al niño de su compadre Antonio Martín,
aún le estoy oyendo cantar este escalofrío aflamencado:
«Salve madre, de la tierra de mis amores...»
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