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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Va por usted, Rocío

Me ha dicho la luna que hoy va por usted mi pasodoble. Va por usted, Rocío. Y suena de forma distinta. No suena a tres capotes en el redondel. Es más lento. Con el ritmo de la pantallita NASA y oro del latido de un corazón en los monitores de la Ai Cí Yú, fíjate, niña, cómo le dicen a la UCI estos gachés: Ai Cí Yú, ¿hay arte o no hay arte? En un hospital de Houston. Ojú. Con lo lejos que está Houston. Aunque por lejos que esté, tu primo Manolito dirá que solamente está un poquito más pallá que el bar de La Tani. Que las viñas moscateles de Chipiona. Que el guiño satirón del faro con sed de mar.

¿Por dónde iba, niña? Ah, sí: que hoy el pasodoble suena más lento. No suena a tarde de abril, con Ortega Cano en la arena. Suena a mañana de septiembre. A procesión de la Virgen de Regla. Tú sabes perfectamente que si cogemos un pasodoble, por flamenco y torero que sea, y lo reposamos, y como José cuando se cruza lo templas de ritmo, y te lo llevas a los medios de la fe, de la emoción, del escalofrío, del repeluco de la vida, te sale una marcha de Semana Santa. O de procesión de mañana de septiembre con tu santuario y tu gente al fondo.

Así que me ha dicho la luna, Rocío, hoy que va por usted mi pasodoble. Se ha hecho oración. De procesionalmente reposado. En estas horitas malas de las duquelas negras, cuando todos los que te queremos le estamos rezando a tu Virgen de Regla, a tu Yemayá de Moscatel. Ahora, Rocío, cuando va por usted mi pasodoble, ese pasodoble, abanico y volantes, quejío y trémolo, Pastora y Mahalia. nos evoca Regla. Tus manos juntas. Tu rezo. Tus lágrimas. Y el pasodoble hecho marcha nos evoca también a todas las Vírgenes a las que sabemos que le rezas, a las que hoy, niña, nos faltan avemarías que mandarles. Yo he visto esas Vírgenes de tus devociones. Como las estampas de la capillita del hotel de un torero, las llevas por dentro de la tapa de un fin de semana, con tus pinturitas y tus cositas queridas. Las he visto en un estudio de grabación en Los Angeles, cuando «Las alas al viento». Las he visto en los camerinos del Teatro Pemán, en esas noches de estrellas en que cantas como nadie y mejor que nadie, gaditana de pura cepa, como las mojarritas de la Caleta. Yo he visto esas estampas en tu camerino más hispano que espiquinglis del Knight Center de Miami, que es lo más grande del mundo, como para jugar la final de la Super Bowl en vez de cantar por Rafael de León. Ay, Rafael... Rafael te escribió aquella saeta que le cantaste a la Macarena desde el balcón del capiller. Esa Esperanza que yo he visto en las estampas de tu camerino del auditorio de Azabache, caminito de tu trabajo que sí que no cría yerba desde entonces, que no se puede cantar mejor ni estar más guapa que aquella noche que le pusieron tu nombre.

En tus camerinos yo he visto la estampa de la Virgen de Regla. Y la foto del perfil más guapo de una Madre de abril a la que llamamos Esperanza. Ante tu Virgen de Regla no, pero en el primer balcón de la calle Sierpes sí que te he visto llorar rezando o rezar llorando, cuando pasaba la Esperanza de Sevilla. Quítale de Sevilla. Ponle Esperanza a secas, por el agüita de la sal de todos los mares del mundo que domina tu voz como una ola. Ese nombre, Esperanza, que ahora le ponemos a tu vida los que como te queremos, no podemos hacer nada mejor que rezar por ti a tus Yemayás andaluzas, morenas de amanecer en Chipiona, con ojeras de madrugada en Sevilla. Y mientras rezamos porque vuelvas pronto de Houston, con lo lejos que está Houston, va sonando ese pasodoble que hace nuestra la tragedia. Se ha vuelto marcha procesional. Oración a tu Virgen de septiembre, a nuestra Esperanza de abril. A la Virgen de aquella niña del coro parroquial de Chipiona a la que en la iglesia viñera de La Palma, bautizando al niño de su compadre Antonio Martín, aún le estoy oyendo cantar este escalofrío aflamencado: «Salve madre, de la tierra de mis amores...»


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