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No
quiero ni pensar la que nos espera en julio. Hará 70 años de
la leña y la caña de la pipirigaña de España: julio de 1936.
Volverán a restregarnos un trozo sangrante de la Historia
que estaba más que superada por la concordia constitucional
y la reconciliación, alentadas por el Rey de todos los
españoles. Han tirado por la borda tal concordia, con
resentimiento. Odio es la palabra. Con las llamadas fosas de
la memoria han desenterrado el odio. La Junta se va a gastar
780.000 euros en la reconstrucción del odio, poniendo
monolitos que hagan no olvidar el incivil enfrentamiento
asesino de unos andaluces contra otros.
¿Por qué, para qué? Aunque no lo comprendamos, sus
intenciones llevarán. Desde que se fue Gironella con todos
sus muertos (un millón), aquí apenas habían vuelto a salir
novelas sobre la guerra. Y ahora, ya ven; una cada semana,
qué pesadez. La reescritura de la Historia que llaman
Memoria Histórica, que nos pone histéricos por sectaria,
panfletaria, manipuladora de buenos y malos. Lo que
pretenden es que esta nación inculta y cobarde dé por bueno
lo que están consiguiendo que cale: que sus actuales
adversarios políticos son los herederos del bando nacional
en la guerra. Memoria sólo de un lado. Crímenes sólo en un
lado, cuando ambos se hartaron de asesinar. Media memoria.
Plaza partida del terrible ruedo de España. Guerra incivil
contra la que tiene que estar todo bien nacido, aunque nos
hagan creer que sólo lo están quienes se dicen a sí mismos
de izquierdas, aunque vivan como marqueses a costa del
dinero de los demás.
En esa singular fuente historiográfica y barómetro
sociológico que son las esquelas de ABC venía ayer una
mortuoria que es todo un azulejo de riadas: hasta aquí llegó
el agua del miedo ante la manipulación de la memoria
histórica. Sus familiares y descendientes invitaban a una
misa de difuntos que habían encargado en la basílica de la
Macarena, por el eterno descanso de las almas de tres
dignísimos sevillanos, gracias a los cuales hoy podemos
rezarle a la Virgen de la Esperanza. Ponía la esquela sus
nombres, dignos de todo honor, y decía de ellos: «El día 12
de febrero de 1936 ocultaron a nuestra Virgen de la
Esperanza Macarena, poniéndola a salvo del incendio que
sufrió el templo de San Gil, y arriesgando sus vidas.
Gracias a su desinteresada y heroica misión, tenemos a
nuestra bendita Imagen entre nosotros, para mayor gloria de
Dios y de Ella».
Esto sí que es una novela, ocurrida hace justo 70 años, que
nunca escribirá ningún paniaguado de libro subvencionado por
la Junta. La historia de cómo gracias a que la ocultaron en
vísperas de las elecciones que ganó el Frente Popular, los
milicianos de Sevilla la Roja no quemaron a la Macarena, al
meterle fuego a San Gil. Hasta dentro de aquel cajón en que
la ocultaron, de trapillo, Anna Frank a lo divino, estaba la
Esperanza guapa. Esto es lo que nunca recordará la Memoria
Histórica oficial. Verán cómo en julio, cuando se haga el
palimpsesto de la manipulación, aquí no fue asesinado ningún
sacerdote; ni a mi abuelo político lo fusilaron los
envenenados por el Doctor Vallina por el terrible delito de
ir a misa; aquí no le metieron fuego a ninguna iglesia ni
convento; aquí, tras la guerra incivil, Castillo Lastrucci
no tuvo que reconstruir las imágenes de media Semana Santa,
destruidas con saña soviética; aquí no hubo masacre alguna
en El Arahal; aquí no asaltaron casa alguna de los Mensaque
en Triana. Hay miedo otra vez. Miedo a recordar la estricta
y entera verdad de la Historia. En la esquela que comento se
advierte ese miedo. Dice: «El incendio que sufrió el templo
de San Gil...» San Gil ardió, como es bien sabido, por un
cortocircuito. Cosa de unos cables pelados... Aquí nunca fue
asaltado e incendiado templo ni convento alguno, ni quemada
imagen ninguna. Los de San Julián, San Marcos, San Román,
San Roque y siga usted poniendo templos de la capital y de
los pueblos fueron... eso: cortocircuitos.
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