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Hubiera
sido eso, el padre del primo de Zumosol. Nuestro tío de
Zumosol. Pero desde mucho antes era el tío de la leche.
Siempre mantuve que Tomás Pascual, como su mismo nombre
indicaba, era la leche. Si no inventó la leche deshuesada, o
la leche pantalla total, o la leche con cinco puertas y
cierre centralizado fue porque no se lo propuso o porque
tras una prospección comprobó que no era comercial. Si no,
la fabrica. ¡Vamos que si la fabrica! Sabía tanto de vacas
que a la leche no le entró el cuerpo en caja (en caja de
cartón del tetrabrick) hasta que llegó él. Incluso cambió la
paremiología. Por su innovación dejó de tener vigencia lo de
«blanca y en botella». La hizo blanca y en cartón. Un
cartón, por cierto, donde a Tomás Pascual le gustaba poner
más figuritas que en el tatuado brazo de un legionario y más
tonterías que en un mueble-bar. Como no alardeaba de nada
para sí, dejaba todo el roneo de honores para el cartón de
su leche, poniéndole todos los títulos de grandeza comercial
de la Unión Europea y todos los premios habidos y por haber.
Tomás Pascual empezó como un millonario americano y ha
muerto como un empresario español.
Empezó como un millonario americano no porque comenzara
repartiendo periódicos, porque aquí se lee muy poco y menos
en la Castilla profunda. Los millonarios españoles no
empiezan vendiendo periódicos; más bien terminan
comprándolos para tener más poder, cuando ya están forretas
podridos. Tomás Pascual empezó a la americana, de
bicicletilla, pero vendiendo bocadillos, repartiendo género
por los ultramarinos. Era de los que no saben hacer otra
cosa que trabajar. De la estirpe de Ramón Areces y del viejo
Lara. Y como Areces y Lara sabía que sin publicidad no se
podía vivir en este mundo de competencia. Areces inventó una
estación publicitaria del año: cuando ya es primavera en el
Cortinglés. Lara creó el premio Planeta no para descubrir
novelistas, sino lectores con su publicidad gratuita. Tomás
Pascual consiguió que el primo de Zumosol fuera de nuestra
familia. No sé si era un genio de la leche y los zumos, o un
genio de la publicidad. O ambas cosas. Por ejemplo: ¿de
quién era Protagonistas? ¿De Luis del Olmo o de leche
Pascual? ¿Qué hubiera sido de la radio post 23-F sin los
desayunos de Pascual? Pascual, con su publicidad en la
radio, enseñó a desayunar a esta España del café bebido.
Y ha muerto Tomás Pascual como un empresario español: dando
el callo hasta última hora. Es otra diferencia con los
millonarios americanos. En Estados Unidos, al que metió la
leche en un cartón le hubiera bastado sólo eso para ir de
Rey de la Leche Desnatada y pegarse la gran vida. Se hubiera
retirado a un casoplón en las Bahamas. España, aunque sea
monárquica, no admite estos reinados comerciales. Aquí, como
pierdas comba en tu negocio y le quites el ojo de encima
para ponérselo a las mulatas caribeñas, eres hombre al agua.
En esta España de las envidias, donde nada se perdona y
mucho menos el éxito, los empresarios sólo pueden morir de
dos maneras: o con las botas puestas o arruinados. Tomás
Pascual ha sido de los primeros. Tan buen vendedor era, tan
comerciante, tan buen anunciante, que cuando lo mencionaba
en un artículo o citaba a Bush como el primo de Zumosol de
Aznar, tenía la seguridad de que si llamaban a mi puerta a
las 10 de la mañana era el lechero, con un paquetón de parte
de Tomás Pascual. Un generoso lote de sus productos, con una
carta. En ella, dos frases de agradecimiento, cariñosas y
sentidas. Y luego, cuatro párrafos así de largos, márquetin
puro, para explicarme que junto con la leche, la
mantequilla, el agua de Bezoya, la bebida de soja, el
Zumosol y los yogures sin nevera me enviaba un néctar nuevo
de naranja exprimido en mi tierra andaluza, en Palma del
Río, que en cuanto lo probara iba a comprobar que era lo
mismito que él: la leche.
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