|
-
Tal
estirón están dando los alrededores de Sevilla que les pasa
como a los niños chicos: que si dejamos de verlos un tiempo,
no los reconocemos al volverlos a encontrar. Tal me ha
ocurrido yendo a La Puebla (de José Pablo Ruiz y de Lora),
pasando por Coria del Río (de Andrés Martínez de León y de
Ruiz Sosa).
Hacía tiempo que no iba río abajo hacia la marisma, por el
bellísimo paisaje marismeño. Hacía tiempo que no seguía la
carretera de San Juan de Aznalfarache hasta los albures de
Coria o el arroz con pato de las ventas de la marisma. Hasta
el hermoso paisaje del rincón de los lirios que peina el
viento verde de los poemas de ambos Rafaeles Peralta, padre
e hijo. El ruedo sin fronteras del verso de Aquilino Duque,
de la cuna de Joselito. La vega de Gelves, de Palomares, de
Coria, de La Puebla me ha dado horror. Es un territorio
tristemente conquistado por la recalificación, por la
especulación, por la densificación salvaje de la
edificación. A ambos lados de la carretera flamean las
victoriosas banderas urbanizadoras de las promociones, que
están convirtiendo el hermoso vergel de naranjales y huertas
en un segundo Aljarafe, con bloques de pisos, con tiras
infinitas de casitas adosadas, con polígonos de servicios a
los que ponen de mote «industriales».
Si quieren ver el Guadalquivir pasar hermosamente lento por
Gelves, como un lorquiano buey de agua, dénse prisa. De aquí
a nada, desde San Juan de Aznalfarache a La Puebla del Río
todo será una inmensa calle. Una nueva Avenida de Coria.
Menos densificada que la verdadera y trianera Avenida de
Coria del Barrio León y de Casa Maera. Con el tiempo, no
habrá solución de continuidad en las edificaciones, desde
San Juan a La Puebla.
¡Más necesidades de servicios para Sevilla capital, que esto
es la guerra del disparate adosado! Porque pasas, ves esa
barbaridad que están construyendo, y piensas que allí
dormirán por lo menos 100.000 mil criaturas más, que echarán
el día de trabajo, de servicios o de ocio en Sevilla
capital. Los que vivan en esta barbaridad ribereña, en este
crimen urbanístico contra el Guadalquivir, pagarán el IBI,
la basura, la tasa de entrada de vehículos en los
ayuntamientos de Palomares, de Coria, de Gelves, de La
Puebla, que se están haciendo riquísimos con tanta licencia
de obra dada a peluz. Esos vecinos incrementarán el censo de
esos ayuntamientos, que recibirán por ello más parte
proporcional de los presupuestos. Pero después, todos esos
contribuyentes ribereños, al igual que los del Aljarafe,
vendrán a Sevilla cada día, a originar gastos al
Ayuntamiento de la capital. El Ayuntamiento les tendrá que
buscar carriles de acceso para sus coches; avenidas para
evitar tapones y caravanas; transportes públicos;
estacionamientos; plazas de colegios concertados para los
niños; tendrá que barrerles las calles que ensuciarán. Hasta
un pirulí de la Habana tendrá el Ayuntamiento de Sevilla que
buscar para los que se vayan a vivir a Gelves, a Palomares,
a la insostenible invasión de cemento de la ribera
marismeña, que da terror.
Y sin el viejo tranvía. Al pasar por Gelves, la antigua
estación me recordó lo útil que hubiera sido ahora el
tranvía que entonces quitaron como signo de modernidad. El
tranvía que iba del Altozano a La Puebla no contaminaba, no
colapsaba la circulación, era puntual y exacto. Y ahora
aliviaría los atascos de los puentes de San Juan y de la
S-30, en esa destruida ribera marismeña cuyo crimen
urbanístico es mucho más sangrante que el del Aljarafe.
Porque la sangre del disparatón llega al río, al gran río,
gran rey destronado y destrozado de Andalucía.
Artículos de días
anteriores
Correo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
|