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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Chicuelo y el PIB

Parece que hasta que conviertan al Paseo Colón en un mueble-bar lleno de broncíneas figuritas de Lladró no van a parar. Oído, cocina de los escultores:

-¡Que sea una de monumento a Chicuelo!

-¡Marchando!

Conste que creo firmemente que Manuel Jiménez «Chicuelo», el padre de Rafaelito Chicuelo (cuyo capote rimaba con caramelo), el marido de la olvidada Dora la Cordobesita, merece todo honor y gloria en la historia del toreo. El toreo sevillano es una línea continua, que sólo pueden sobrepasar los genios cuando se echan la muleta a la izquierda. En la genialidad del toreo en Sevilla se circula por la izquierda, al natural. Los derechazos aquí se les han dejado siempre a los poderes fácticos, a las cofradías, al Aero, al arzobispo.

Pepe Hillo aparte, esa línea continua del evangélico Toreo Según Sevilla arranca en el siglo XX en Juan Belmonte, sigue con Chicuelo, la continúa Pepe Luis Vázquez, llega a Curro Romero. Tienen, pues, su monumento todos los eslabones de la cadena, menos Chicuelo. (De por medio queda Manolo González; supongo que su sobrino el Cura Ignacio le hará un monumento verbal en el pregón, delante de la Esperanza de la Trinidad).

Chicuelo es la suprema contradicción de los retruécanos barrocos de Sevilla. Se dice Chicuelo y se piensa en la Alameda, en su cama de matrimonio de plata. En la Alameda, los vuelos de la chicuelina envuelven la mecedora de la Señá Gabriela, el cante de los cuartos de La Sacristía, los galgos de Manuel Torre, el bulto del padre del Caracol. Bueno, pues el torero de la Alameda nació en Triana, en la calle Betis. Razón por la cual espero que su estatua no la pongan en el mueble-bar torero del Paseo Colón, en esta moda de los monumentos.

Entre los que me dice un lector que falta uno principal, manque no taurino: el monumento al sistema métrico decimal. Me lo sugiere este señor, tras mi invitación a proponer monumentos: «Me extraña mucho que los nazi-onalistas, tan atentos al hecho diferencial y a la secular opresión de la que han sido objeto por parte del resto de los pueblos peninsulares e insulares, no hayan caído en la cuenta de inventar un sistema propio de pesos y medidas que con una tradición milenaria (de anteayer) certifique el pedigrí diferencial y la opresión soportada. Así como en la antigua Grecia el patrón de longitud de los estadios era un múltiplo de la medida del pie de Aquiles, aquí se me ocurre como unidad de medida de los líquidos (en vaso largo) el maragal. Y así al ir a la gasolinera, en vez de pedir cincuenta litros de gasoil pediríamos dos maragales y medio. Pero este volumen es demasiado grande, por lo cual habría que recurrir a múltiplos y submúltiplos como el carod, que es un veinteavo de maragal, y el montilla, que son diez maragales. Y continuando con patrones, le puede hacer llegar al gran timonel de la tercera modernización que use como criterio de financiación de las autonomías, no el PIB, ni la renta per capita, ni el censo de habitantes, sino el número plazas de toros. Criterio tan defendible como los anteriores, puesto que el uso de uno u otro no tiene otra finalidad que sacar más tajada que los demás y es tan objetivo como ellos. Con este patrón de reparto sí que seríamos los andaluces los que más trincásemos».

Eso, por lo que respecta a Andalucía. Y por lo que respecta a la ciudad de Sevilla, pues está clarísimo. Para poder apoquinar todos los servicios que debe prestar a quienes pagan sus impuestos en el Aljarafe o en la orilla coriana del río, el Ayuntamiento debe pedir que el reparto de los presupuestos debe hacerse entre las ciudades según el número de monumentos tipo porcelana Lladró que tengan en sus calles. (Ea, don Alfredo, mire usted cómo gracias a Chicuelo y a Manolo Vázquez vamos a solucionar el problema presupuestario).



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