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Si
hoy fuera lunes sin farolillos, esta tarde, en la plaza de
los toros, habría ese momento de pellizco en el alma, que es
cuando una vez que han llegado los alguaciles bajo la
presidencia, se ponen a ambos lados de las cuadrillas y se
detiene el paseíllo al llegar a la primera raya de
picadores. La banda de Tejera para de tocar «Plaza de la
Maestranza», el pasodoble que escribió Juan Manuel Borbujo.
Y es entonces cuando se empiezan a oír los pájaros de la
cúpula de la capilla del Rosario, los nerviosos cascabeles
de los dos tiros de mulas. En la plaza de los toros nunca se
guarda un minuto de silencio de recuerdo por la muerte de un
torero, de un ganadero, de un taurino, de un aficionado. Eso
del minuto de silencio es para los ingleses y para el
fútbol. En el Arenal se guarda un minuto funeral de escuchar
pájaros de los tejados y cascabeles de las mulas. Pájaros y
cascabeles interpretan como una misa de réquiem por el rito
taurino de Sevilla. Ya hubieran querido Bach y Mozart ser
del Arenal, del campo sevillano, de los caballos, de los
toros, y poder haber escrito esta partitura funeral para un
silencio de albero de Alcalá.
Si hoy fuera lunes sin farolillos, en la plaza de los toros
escucharíamos esta tarde cascabeles de réquiem por un
ganadero. Lo diría la letra pequeña en la hojilla de los
pesos del programa. Debajo del nombre de Finito de Triana o
de Ruperto de los Reyes, tras los asesores y el presidente,
vendría hoy esa singular esquela taurina de defunción que es
la explicación de un silencio de capotes de paseo realiados.
Pondría allí, querida Carmen, querida Rocío, el nombre de
vuestro padre: don Luis Algarra Polera. Y los cascabeles del
tiro de mulas nos sonarían a cencerros y esquilones en el
Cortijo de las Cigüeñas, en La Parrita, en La Capitana. A
silencio de campo con chicharras en la sudada cinta del
sombrero de alancha del mayoral que con vuestro padre
embarcó a «Legislador» en la primera corrida para Madrid.
Sonarían a bolígrafo rasgueando con tinta de notas la tienta
de hembras sobre un cuadernito que ahora será para vosotras
el más noble pergamino de hidalguía que os habrá podido
dejar aquel gran señor del campo bravo andaluz.
Si hoy fuera lunes sin farolillos, yo miraría ahora una
silla vacía que habré de ver el domingo en que Sevilla
resucita a pesar de que ya, ayayay, se ha acabado la
metáfora de la vida que es la Semana Santa. Yo miraría al
Palquillo de los Ganaderos. ¡Cuántas claves de Sevilla en
esos dos palquillos que son como los alguacilillos que
escoltan al regio palco del Príncipe! Sobre el papel de
contaduría se llaman Palco 1 y Palco 2. Así se escriben. Se
pronuncian de otra forma. Se pronuncian Palco del Aero y
Palco de los Ganaderos. El del tendido 2 ya no es del Aero,
pero da lo mismo. Y el del tendido 1 siempre seguirá siendo
para nosotros el palco de los ganaderos. Yo, cada tarde,
sigo viendo allí a Carmen Núñez. Como debajo, en el
burladero de la empresa, sigo viendo a Diodoro, a Miguel
Ríos Mozo, a Rufino, al nerviosismo con gorra a cuadros del
Potra, que ahora ha salido de esas tablas y ha ido a decirle
a alguien una guasa sobre los maestrantes.
Si hoy fuera lunes sin farolillos, yo miraría ese palco de
los ganaderos, donde estas últimas temporadas tanto echaba
en falta a Pepe Murube cuando veía allí, Carmen y Rocío, a
vuestro padre en su sitio de siempre. Y vería su silla vacía
junto a la otra silla vacía. La silla vacía de Luis Algarra
junto a la silla vacía de Pepe Murube. Dos amigos, dos
señores del campo bravo sevillano. Al sillón vacío de Poli
Maza le brindaron rejones y le tiraron sombreros de alancha
en la Feria del Toro. Yo ahora brindo este silencio con
cascabeles del paseíllo de la vida en la silla que un gran
señor del campo bravo sevillano ha dejado vacía en el palco
de los ganaderos.
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