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Por
abelmontada solidaridad tartaja, me siento totalmente
identificado con aquellos a quienes hablando en público les
rasca la caja de cambios y se atrancan como carriola en Raya
Real con lluvia. Tal le pasó con los bisbalmaníacos a Carlos
Edmundo de Ory en el 28-F. Inmenso poeta gaditano que
gracias al justo honor de la Junta ha sido conocido por los
andaluces. Más que un reconocimiento, Ory ha recibido un
conocimiento. La gente salía del Maestranza toreando por Ory,
encantada. Su discurso genialón parecía Carnaval cultísimo.
Un cuarteto unipersonal, en la aritmética gaditana de que
los cuartetos pueden ser de tres, de dos o de cinco, nunca
de cuatro. Ory iba vestido con el tipo de Carlos Edmundo de
Ory. En las medallas de Andalucía, todos los premiados iban
de sí mismos. Bisbal iba de Bisbal: de primera comunión;
inadecuado y oro. Soledad Becerril iba de Soledad, puro
Zara, que lucido por ella parece Varela de la calle Lista.
La Duquesa iba de Duquesa: trapitos estampados, mercadillo y
oro. Fosforito iba de Fosforito, con gafas por fandangos de
Lucena. Y el mejor de todos, Ory. Curro Romero salió
deslumbrado por el creador del postismo:
-¡Pero qué tío con más gracia! De Cádiz tenía que ser...
Sal y azúcar. Sal de marea vacía y azúcar cande del
bergantín que siempre le está llegando a Cádiz desde La
Habana. Y con arte. Más guasa de Sevilla que gracia de
Cádiz. Llamó a Cayetana la Duquesa del Amanecer. La Duquesa
de Mú Temprano. Como los gitanos de la hermandad donde es
consiliaria, sabe lo temprano que se levanta: «La del Alba
sería cuando Cayetana salió de Las Dueñas».
Afortunadamente, a Ory le ha pasado justamente lo contrario
que al marqués a quien el dedo de Franco hizo alcalde, y del
que decían sus amigos en el casinillo:
-Antes nada más que aquí sabíamos que era tonto, pero ahora
se va a enterar Sevilla entera.
Que Ory era genial solamente lo sabía en Cádiz un grupo de
iniciados: Pemán, su primer prologuista; el difunto Fernando
Quiñones; el poeta Jesús Fernández Palacios, Alberto Ramos,
González Troyano y pare usted de contar. Cuando Manolo
González Piñero le encargó en 1983 el pregón del Carnaval,
lo supo Cádiz entero. Recitó allí Ory un Padrenuestro a
Cádiz que es una de las piezas más ingeniosas del culto
Carnaval de los pregones. Y cómo será Ory de gaditano, que a
su libro de greguerías lo tituló como Felipe Martín al trozo
de hielo con bigotes de camarones de las tortillitas que
sacó con toda la gracia del frigorífico de su mesón de la
calle de la Palma: «Aerolitos». Ingeniosísimos aerolitos
viñeros del 28-F, con los que Carlos Edmundo de Ory
bombardeó a Andalucía desde los glacis de la Cortadura del
teatro de la Maestranza.
Humanísimo y cercano Ory, le encantó al personal sobre todo
cuando en su discurso de sal y azúcar se atrancó al tropezar
con los rizos de Bisbal. ¡Cualquiera no se atora con la
palabrita! Hasta don Emilio Castelar se habría quedado, si
no de piedra, de bronce, como en Candelaria: «Bisbalmaníacos».
Ojú. A Chaves y a Zarrías, club de fans del ricitos
almeriense, les habían dicho de todo, pero nadie hasta Ory
les había llamado esto de bisbalmaníacos. Hay que ser un
lamentable bisbalmaníaco demagógico para darle la medalla a
un niñato canoro que está empezando, y negarse a reconocer a
tantos artistas musicales hechos y derechos, de la canción
popular a los conservatorios, de las sinfónicas a los
talleres de música antigua, de Raphael a Gracia Montes. En
vez del desfasado SOC con el «Novecento» caducado, los que
tenían que haber estado protestando en la puerta eran los
alumnos de los conservatorios, los amigos de la ópera y el
club de fans de Raphael.
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