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Te
subes a contemplar desde una altura los alrededores de
cualquier ciudad española, de cualquier pueblo, y es como el
horizonte lorquiano de «La casada infiel»: «Un horizonte de
perros/ladra muy lejos del río». Pero en vez de perros, de
grúas. Un horizonte de grúas que le pega bocados a la
belleza, dentelladas a la racionalidad, mordiscos sangrantes
al tamaño dominable de pueblos y ciudades. Grúas por todas
partes, haciendo perrerías de casitas adosadas; de bloques
imponentes en los que queda corta la metáfora de la colmena;
de urbanizaciones con fotocopia, promociones clónicas de sí
mismas, que uniforman el paisaje de España de un modo
atosigante. Antes te enseñaban la foto de un paisaje de
casitas encaladas y sabías qué región era; o cuál la de esos
caserones con muros de piedra y techos de pizarra. Ahora una
casita adosada de Salamanca se parece a otra adosada de
Écija como un huevo a otro huevo, como un libro sobre la
sábana santa a otro libro sobre la sábana santa, como un
modelito de chaqueta y pantalón de Teresa Fernández de la
Vega a otro modelito de chaqueta y pantalón de Teresa
Fernández de la Vega.
¿Las regalan? Seguro que las regalan. Fijo que las tienen
que dar con las tapaderas del yogur, con los comprobantes de
compra de los tambores de detergente, con las envueltas del
chocolate. De otro modo no se explica tanta casita adosada
como se está haciendo en los ejidos de cualquier pueblo.
Como primera residencia, como segunda residencia o como
inversión. Antes, los avaros guardaban el dinero debajo de
un ladrillo. Ahora lo guardan en forma de ladrillos. El
ladrillo ha ganado un prestigio inaudito. ¿Quién será el
agente de relaciones públicas del ladrillo? Me gustaría
conocerlo, porque tiene que ser un genio, de cómo le ha dado
la vuelta al calcetín sobre lo que pensamos acerca del
ladrillo. Antes un ladrillo era un libro así de gordo,
insoportable. Como siga el prestigio social y económico del
ladrillo, vamos a tener que cambiar los calificativos para
los libros plúmbeos:
-¿Cómo la novela de Dan Brown que trata sobre Sevilla?
-Un ladrillo.
-¿Tan valiosa?
-No, tan pesada...
Hay una enladrillada España adosada, encantada de haber
conocido su capacidad de endeudamiento cuando ataban con
longanizas los perros de los tipos de interés. La bonanza de
tiempos del PP ha traído este estirón constructivo y
habitacional, cuya inercia sigue a pesar de la nula política
económica del PSOE y de la penalización del ahorro. Como si
hubiéramos levantado un muro (de ladrillo, naturalmente)
para no enterarnos de lo que está pasando en Europa. No he
visto que cuando el Banco Central Europeo anunció la subida
de los tipos de interés hasta el 2,50 por ciento temblase
cimiento alguno de todo ese horizonte de grúas. Nada, como
si el dinero y los ladrillos que con él se compran al ya te
veré, en hipotecas de duración casi vitalicia, no fuera con
nosotros. Aseguran que el euríbor cerrará este año al 3,7
por ciento. Pero no importa: ¡grúas, más grúas!, ¡adosados,
más adosados!, ¡hipotecas, más hipotecas!
El día que la ruda realidad pinche la que llaman burbuja
inmobiliaria va a ser ella. Algunos tenemos unas ciertas
esperanzas en ese pinchazo. Hasta que la situación económica
no toca el bolsillo de los votantes no cambian las actitudes
electorales. Más que fijarme en las encuestas electorales,
me gusta mirar la evolución de los tipos de interés. El
ladrillo también vota. Igual que hay un voto cautivo, hay un
voto hipotecado. Cuando ya no quede campo donde hacer un
adosado y las cuentas mensuales no salgan a las familias con
la subida del interés de las hipotecas, veremos a ver cómo
vota el ladrillo que a todos nos había hecho ilusoriamente
ricos. Antes desalojará a ZP del Gobierno el euríbor que el
PP.
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