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LUIS
Carlos Peris ha recordado el lío grande que formó Serrat en
el teatro San Fernando, cantando por Machado, cuando vino a
Sevilla en mayo de 1969. Lo de Serrat en el San Fernando fue
como lo de Rodríguez Buzón en el mismo teatro, pero por lo
civil y contra Franco. Un mitin antifranquista por las
libertades, con entradas numeradas. A los que íbamos
entrando nos miraban desde el Ateneo como a unos rojos
peligrosísimos, desde los dos ventanales del Tranvía y del
Cenicero. El teatro estaba lleno. De progres. Y de policías
de la Social. Serrat era un símbolo para una generación que
quería el cambio y de la que ahora, ay, cuando ha llegado al
poder, más vale no hablar. (Ahora los que están sentados en
los butacones del poder, en el Cenicero de la Junta y en el
Tranvía del PSOE, son los que aquella tarde llenaban el San
Fernando. Se han apoltronado y conchavado, de Chaves, con el
poder.)
A Serrat el franquismo lo había puesto como no quieran
dueñas, por negarse a cantar en castellano para la
Eurovisión. Y algo peor para la censura: gracias a Serrat
descubrieron muchos a Antonio Machado. Pocos han hecho tanto
por la obra de un poeta como Serrat por Machado. Qué pena
que conociera a su hermano Manuel, el bueno, el gran poeta
andaluz. Porque lo que no sabe la gente es que Serrat muere
con lo andaluz, y a su soneto-prólogo a las memorias de
Juanito Valderrama me remito. No recuerdo bien si antes o
después del San Fernando, pero una noche lo trajo Juanita
Aizpuru a la Glorieta de los Lotos, para uno de sus
rastrillos particulares a los que se dedicaba
caritativamente. Juani Aizpuru pasó de las subastas
benéficas de cuadros de Palomar en el Labradores para la
Venta de la Liebre a abrir su galería para Luis Gordillo y
Juan Romero. Y en aquel recital benéfico de Los Lotos,
Serrat hizo una solemne proclamación de su amor por los
cuplés de la Piquer que su madre le cantaba. Para él Sevilla
era el recuerdo de una copla en los labios de su madre. Más
que por Machado, a Serrat le gusta cantar por la Piquer.
Así que no me extraña que compusiera la música de la
famosísima Saeta. Le salió el alma de su verdadera patria.
Que no es Cataluña, sino su infancia de radios de cretona,
las mismas que oía Manolo Vázquez Montalbán. Serrat nunca
vino aquí imponiendo cultureta catalana de la gauche divine,
sino entregando la cuchara ante el arte andaluz. Y esta
tierra es tan sabia y tiene tanta sensibilidad, que lo captó
al instante. Por encima de derechas e izquierdas, de cultura
castellana o cultureta catalana, a Serrat lo consideramos
aquí uno de los nuestros y lo investimos hace mucho tiempo
doctor Hispalis causa. Le impusimos el birrete de flecos de
bambalina; la muceta celeste Montserrat. Y el anillo: un
anillo con una fecha por dentro, escrita por Rafael de León.
Fue en el momento en que la primera banda de cornetas y
tambores tocó la música de su Saeta tras un paso de Cristo.
Saeta suya, no de Machado, porque usted me contará cómo se
echa el izquierdo por delante sólo con los versos del
hermano de Don Manuel, sin la música que suena tanto a ese
maestro Quiroga que se hartó de oír de niño. Saeta suya y
nuestra que Rocío Jurado bordó una noche en su auditorio de
La Cartuja. Que canta Manolo Loreto más caracolera y
macarena que nadie. Saeta para bandas de palio, sobre los
pies alados de la primavera. Que no me vengan diciendo que
somos unos catetos provincianos y que nos miramos el
ombligo. Con el doctorado sevillano que le concedimos hace
muchos años a Serrat con tambores, cornetas, bandas de
palio, cante y guitarra, la ciudad se afirmó en su
universalidad de siempre. Para catetos, algunos paisanos de
Serrat que no tienen su sentido abierto de la cultura y de
la belleza. !Vamos, que prontito los mamarrachos
separatistas de Carod Rovira van a tocar con una cobla de
sardanas las Sevillanas del Adiós que ha compuesto un
andaluz!
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