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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La cadena de San Corazón

Era cuando la gente escribía cartas en lugar de correos electrónicos, ¿te acuerdas? Recibíamos cartas manuscritas, como anónimos amenazantes, con tufo a alcanfor devoto: «Esta cadena de San Antonio la ha iniciado un padre misionero de Colombia y debe continuar por mandato divino. Abajo encontrarás una lista de personas. A la primera le debes enviar una moneda de peseta pegada en un papel y metida en un sobre. Luego, debes hacer siete copias de esta carta y enviarla a siete amigos, y ponerte tú en cada una de ellas el último en esa lista, y tachar al primero, al que ya le has mandado la peseta. En pocas semanas te llegarán cientos de cartas con monedas de peseta. Y si no lo haces, te caerán las mayores desgracias. A Juan Maragall, de Barcelona, que recibió la carta de la cadena pero no quiso seguirla, le fueron muy mal los negocios, y ahora depende de un socio que lo trae a mal traer. Mariano Rajoy, de Pontevedra, quiso hacer las copias y le ordenó a su secretaria que las enviara; pero la empleada se olvidó, no las hizo, y perdió todo su poder. Por el contrario, José Luis Rodríguez Zapatero, de León, hizo las siete copias, y le mandó la peseta al que encabezaba la lista, y no le puede ir mejor el negocio».

Tiene que haber ahora otra cadena de este tipo para hacerse rico recibiendo no ya monedas de peseta, sino millones de las televisiones. Es la Cadena de San Corazón, con los trapos sucios de las sagas familiares en las cadenas televisivas. No sé si iniciada por un padre misionero de Colombia, pero me entusiasma la sincronización, perfección y sobre todo, alta rentabilidad alcanzada por estas cadenas.

Suele empezar por un caso de malos tratos, una separación matrimonial, la infidelidad con una tercera persona. Los malos tratos son los que dan más juego. Va la mujer del famoso de quinta e inicia la cadena, diciendo que hace veinte años, cuando todavía estaba casada con él, le daba tela de tragantadas. Un ojo morado bien administrado, con algunos aludidos que entren por teléfono, da para media hora de plató. Y le produce de momento los primeros tres millones de pesetas a la maltratada. Cuyo relato es desmentido de pe a pa a la semana siguiente por el tío de las tragantadas, que dice en la tele de la competencia que nanai: que la trataba como a una reina; que cuando se separaron le dejó todo, y que salió de la casa con una mano atrás y otra delante. Otra media horita de plató. Otros tres millones para la buchaca. Que son cinco, con la tarifa ya elevada, cuando a la semana siguiente la cadena continúa con el hijo de ambos, que vive fuera, y que llega expresamente para decir que ni el uno ni el otro: que los dos se pegaban mutuamente cada bofetada que temblaba el misterio, y que él se tuvo que ir de la casa porque aquello era la batalla del Ebro con los ceniceros volando.

En este punto es conveniente que entre en danza, en una tercera cadena de TV, un hijo natural, no reconocido. O mejor hija. Que cobrará otros cinco millones de pesetas por reclamar en el plató la prueba de paternidad. Lo que permitirá a la semana siguiente que vuelva la esposa maltratada, la primera, la legítima, que dirá que ella sabía lo de la hija extramatrimonial. Y como se pone de parte de ella para el ADN, tome usted: diez millones, y hasta la semana que viene. Entra entonces en la cadena la actual esposa del maltratador, que reconoce la paternidad, pero que dice que es lo que se dice un caballero, cosa que niegan doscientos SMS que salen en pantalla, previo pago de su importe. ¿Creen que la cadena ha terminado aquí? De ninguna forma. Bien administrada, puede estirarse toda una temporada, con intervención de chóferes, porteros, jardineros, primos, cuñados, administradores... Un lío familiar bien llevado, con su Cadena de San Corazón, es hoy en España el mejor negocio. No hay cortijo tan rentable como el pisoteado honor de quienes trafican con el que no tienen.


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