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Acertijo:
¿de quién son estos versos?
Un pañuelo de silencio
a la hora de partir,
porque hay palabras que hieren
y no se pueden decir.
-Son de Rafael de León, seguro, y me parece que los cantaba
Juanita Reina.
Pues no. Los escribió un hombre de versos y de radio: Manuel
Garrido. Y les puso música Manuel García. Y no los cantaba
Juana Reina: me parece que los grabaron por vez primera Los
Amigos de Gines en 1975. Son de unas sevillanas que han ido
más lejos que el clavel que me diste, y que están ya en el
pozo de la memoria común, con visitas de Juan Pablo II
incluidas. Esos versos son la segunda
letra de las llamadas Sevillanas del Adiós y que se titulan
en verdad «El Adiós». Que tienen pasajes mucho más hermosos
aun que su conocidísimo y popular estribillo, cual esta
segunda letra, o como la tercera, tan albertiana, del barco
que se hace pequeño cuando se aleja en el mar.
Pocas letras de sevillanas se han hecho tan universales,
desde que emocionaron a Juan Pablo II, que las unió para
siempre al recuerdo de Sevilla: «Ah, Sevilia -decía,
polaqueando-, no te vayias todafffía...» Don Enrique Ayarra,
que las borda, de bordón y prima, en los órganos de la
Catedral, las tocó hasta en el mismo Vaticano. Y cumpliendo
la sentencia de Manuel Machado, nadie sabe el autor de esta
copla que canta el pueblo que la hizo suya. Por eso es de
justicia lo que ha hecho Sevilla: ponerle el nombre del
autor de «El Adiós» (o de «Pasa la vida»), del poeta Manuel
Garrido, a una plaza de su barrio de La Barzola. Qué sola
estaba La Barzola en el olvido del letrista de la sevillana
pontificia. Y qué alegría que Sevilla lo reconozca en este
tiempo de injusticias. Manuel Garrido sí que se merecía la
Medalla de Andalucía y no los rizos de Bisbal. ¿Quién se
sabe una sola canción de Bisbal? Y por el contrario, ¿quién
no sabe seguir la letra enterita, en cuanto alguien salta
con «algo se muere en el alma»?
Manuel Garrido es, por otra parte, símbolo de todo un tiempo
glorioso y popularísimo de la radio en Sevilla, antes de la
televisión. Profesionalidad en la que tampoco se le hizo
justicia. Se ha hablado mucho de los grandes: de Rafael
Santisteban, de Agustín Embuena, de Manolo Bará, de Juan
Bustos. Pero muy poco de toda una galaxia de locutores que
en muchos casos eran además del cuadro de actores de la
emisora, guionistas, productores, lectores de guías
comerciales. Creadores en suma. Voces de emoción en las
retransmisiones cofradieras, de ingenio, de arte, entre las
que ahora, con Manuel Garrido, evoco a Agustín Navarro, a
Nicolás Fernández Sevilla, a Alfonso Contreras, a Marisa
Carrillo, a Conchita Núñez, a Carmina Morón, a Mariló Naval.
a Begoña Achával, a Mari Carmen de las Casas. Rememoro esa
radio sevillana y veo en un viejo estudio el nervio y la
inspiración de Manuel Garrido. Está haciendo un programa
cara al público, con muy pocos medios y mucha imaginación.
Es delgado, huesudo, nervioso. De manos elegantes. Tiene un
mechón blanco en el pelo que lo hace parecer un Antoñete del
micrófono. Nadie sabe que ese locutor de Morón ha escrito la
cal viva de unos versos que le han salido del alma y que en
el alma del pueblo quedarán. Unas sevillanas. «El Adiós».
Menos mal que se ha doblado un cruel pañuelo de silencio.
Desde ahora, en La Barzola, el nombre de una plaza dará una
bienvenida de gloria imperecedera al letrista de «El Adiós».
Algo revive en el alma de una ciudad cuando un poeta queda
honrado para siempre, con mando en plaza de las esquinas del
viento de la memoria.
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