CREÍA
que Ambiciones, la finca de Jesulín de Ubrique, era lo
máximo que se despachaba en horteridad de horteridades y
todo horteridad. Hasta que he visto la casa de Roca, el de
la mangoleta marbellera. La casa de tócame Roca que el
virtuoso del urbanismo costasoleño se hizo con el por aquí
te quiero ver de tú apaga la luz y no digas ná en la Plaza
de los Naranjos. Me río de Ambiciones y me río de Janeiro
viendo el puro estilo Lladró de la casa de Roca. Ambiciones
es Buckingham Palace al lado de esa casa. ¿Usted no ha visto
los casoplones ingleses elegantones de «House and Garden»,
con sus cretonas, su porcelana de Compañía de Indias, sus
muebles buenos, buenos, buenos, como heredados, y las
chimeneas acogedoras?
—Sí, ¿así es la casa de Roca?
No, justamente todo lo
contrario. Lo digo para significar las antípodas del buen
gusto. En lo que este tío se ha gastado el dinero de la
presunta mangoleta tiene cárcel. Pero no por la mordida, no:
tiene cárcel por el mal gusto. A un tío que hace eso es para
meterlo en la cárcel. No por corrupto, sino por hortera. Han
dado por televisión la casa y es de dolor de cabeza. ¿Cómo
se puede tener tanto dinero y tan mal gusto al mismo tiempo?
Hay quienes creen que el dinero sirve para todo, que con
dinero se compra todo: ahí tienen su imposibilidad, en la
casa de las pieles de leopardo por alfombra, con los cuadros
de Miró encima de las bañeras (con yacuzi, naturalmente),
con las cabezas disecadas de piezas africanas de caza mayor
por las paredes. Entre parador nacional espantoso de Fraga
Iribarne y Ambiciones de Jesulín, tigre vivo incluido. No
han sacado el jardín, pero seguro que en el jardín, este
Roca que en absoluto es de Togores, fijo que tenía un
enanito de piedra y quizás, quizás, con la máxima
probabilidad de los quizases, una réplica en piedra
(artificial también) de ese muñeco meón que tiene un nombre
de cerveza salpicona, el Heineken Piss creo que se llama.
Unos amigos alquilaron hace
unos veranos un apartamento en el edificio La Grey de Albión
de Puerto Banús, propiedad de unos árabes notables, y creí
que era el mayor espanto en materia de decoración marbellera,
espejos y esmaltes, que pudiera contemplarse. Era todo como
la planta de muebles horrorosos del Hipercor de Banús,
montada a la medida horterísima del mal gusto de los jeques
mengueleques. Pero las casas de Roca superan el mal gusto
modelo Grey de Albión. O modelo aquel restaurante libanés
que había junto al Aresbank, el sitio más hortera que he
conocido en materia de hostelería. Es todo como un inmenso
muñequito-pan-cima-televisor. Las fieras disecadas hacen de
muñequitas de Marín a lo bestia. Una casa con más tonterías
que un mueble bar. De perder el sueño. Seguro que hasta hay
un piano de cola forrado enteramente de espejitos, muy
propio, como para que lo toque la señora esposa de Belloch.
¿Gil, dice usted? Gil era un lord inglés, con su guayabera
del ombligo fuera, al lado de la horteridad asentada en
millones de las casas de tócame Roca.
De aquella Marbella refinada
de Pepito Carlenton que Félix Bayón nos evocaba al presentar
su novela «De un mal golpe», la de las buganvillas, los
cenadores de blancos manteles de hilo y plata inglesa, las
discretas cretonas en los cuartos de invitados con una
estantería de libros y un ropero antiguo, de luna y
cajoneras con frentes de cristal, la Capital de la Mangoleta
pasó a este espanto de tener que pedir dos cajas de
aspirinas para contemplar tanto mal gusto. La corrupción...
del buen gusto.
Por todo lo cual creo que a
Roca no lo ha metido en la cárcel por corrupto, sino por
hortera. Aunque sea lícitamente ganado con el sudor de su
frente, gastarse el dinero en esas horteridades de dolor de
cabeza es de cárcel.
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