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SI
es por reproducir puertas de Sevilla, la portada de la Feria
debería representar un año la estación de Santa Justa. La
estación de la Renfe tiene mucho de antigua puerta de la
ciudad. Quizá por el Ave más que por el circular que para en
Padre Pío o en Fibes, o por el cercanías que va a Lora del
Río o a Utrera. Lo que son las injusticias y los agravios
comparativos...
-No hable usted de agravios comparativos, que como lo lea
Clavero pide que la estación de Santa Justa sea también una
nación, para que no seamos menos que los catalanes...
Lo que son las injusticias y los agravios comparativos.
Madrid tiene una estación que en absoluto recuerda a una
antigua puerta de la ciudad, ni a la Puerta de Toledo de la
sevillana de Chiquetete, y la llaman Puerta de Atocha. Y
Sevilla en cambio tiene una estación que recuerda muchísimo
las antiguas entradas de la cerca almohade y no le han
puesto de nombre puerta de nada, sino Santa Justa a palo
seco.
-Con craso agravio y olvido de Santa Rufina...
-No, por favor, no mientes el agravio de Santa Rufina, que
viene Clavero con la máquina del café para todos y dice que
Santa Rufina también es una nación...
Que la estación de Sevilla lleve el nombre de Santa Justa es
un triunfo de Triana. Trianeando, como el paso de Cristo de
La Estrella, Santa Justa en sus presidios y cadenas llegó
hasta La Trinidad y por allí se quedó, en el nombre de una
estación.
O de una puerta. Lo vi clarísimo el primer día de esta
primavera en que la empresa de la plaza de los toros
plantificó allí en el amplio vestíbulo de Santa Justa un
chiringuito de promoción de los carteles de las corridas de
Feria, con unas azafatas repartiendo programas de mano con
el abono. La empresa actualizaba así el viejo rito: el
cartel de toros fijado junto a las puertas de la ciudad.
Ahora se trataba de un cartel de toros con la estética Fibes,
en plan caseta de feria... de muestras, stand que le llaman,
pero en la misma dinámica de la propaganda fijada en una
puerta de Sevilla. Le he metido mucho la lupa a viejas
fotografías de las puertas de la muralla y siempre he
encontrado en cada una de ellas tres elementos constantes,
invariantes castizos de Sevilla: una cartelera de toros, una
capillita y un puesto de calentitos. En los dos arcos
supervivientes, Postigo y Macarena, puede ver la constante
de la capilla, la cartelera de toros y el puesto de
calentitos. Que en el caso macareno está frente, en la
esquina de Andueza. Así que en Santa Justa falta una
capillita y falta un puesto de calentitos.
Porque el ambiente de las derribadas puertas de la ciudad
debería ser bastante aproximado al ir y venir del ancho
vestíbulo. Santa Justa tiene mucho de puerta no por lo
arquitectónico. O quizá sí: ese ancho túnel de entrada, con
sus paredes de ladrillería, evoca un arco de la muralla. Lo
tiene por este ambiente de la ciudad que se va y de la
ciudad que llega. Te pones allí en la salida de Santa Justa
y te parece que en el Ave va a llegar Don Jorgito con las
biblias, o Gustavo Doré con su carboncillo, acompañando al
Barón de Davillier en viaje por España. No faltan loteros,
vendedores del cupón, desocupados, curiosos, paseantes en
nada, voces como antiguas, sonidos de otro tiempo. Sí, es
como una puesta al día del mismo ambiente de puerta de la
ciudad que existe en la estación de autobuses del Prado de
San Sebastián, la de los desconocidos frescos de Juan Miguel
Sánchez, donde había tanta gente de pueblo que en los años
50 del siglo XX le pusieron de mote El Catetódromo.
Abierta Sevilla, ancha Sevilla que es mucho más suya cuando
el mundo se le entra por las puertas. Por la memoria de las
derribadas puertas de la muralla o por esta vivísima puerta
de la estación de Santa Justa.
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