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LEO
la sentencia de la Sección Decimosexta de la Audiencia
Provincial de Madrid sobre la detención de dos militantes
del PP por supuestas agresiones al entonces ministro de
Defensa, José Bono, y me sale del alma un óle. Y vuelvo a
creer en la separación de poderes y en la resurrección del
Montesquieu que Alfonso Guerra enterró en plan Juan Simón.
Menos mal que sigue habiendo sentencias de óle, frente a
tantas sentencias de ojú.
Al ponente de la sentencia y presidente de la mentada
Sección Decimosexta, don Miguel Hidalgo, hay que darle un
óle llano y hondo, templado, despacioso, no un olé agudo y
apresurado. Tampoco un «¡bien!», óle finolis, óle de sombra,
óle de presuntos entendidos, que cada vez está sustituyendo
con mayor profusión al óle en las plazas, especialmente en
determinados pases de muleta. Los trincherazos son de
«¡bien!», no de óle; los pases del desprecio, ídem; los
ayudados por bajo son ya de «¡bien!», ninguno de óle.
La sentencia de don Miguel Hidalgo es de óle, recortado y
sentido óle ante su arte. El arte de aplicar el riquísimo
lenguaje de los toros a la realidad de ese otro ruedo,
espejo de España, que es la vida política. Dice en su
sentencia el usía Hidalgo que esa detención fue «inmotivada,
arbitraria y abusiva», además de «antijurídica», «de
complacencia» y realizada «mirando al tendido». Óle. Mirando
al tendido. ¡Música, maestro! Expresión más taurina no puede
haber en una sentencia. Esto es llevar a Miguel Báez «Litri»
a la jurisprudencia, del Cossío al Aranzadi. Sí, ya sé que
no sólo Litri, corrígeme, querido Zabala de la Serna.
Seguramente eso de dar pases con la muleta a la espalda
mirando al tendido viene de mucho antes, de Manolete por lo
menos, pero quien más lo puso de moda fue El Litri. Y me
alegro por El Litri, que ha puesto el arroz para esta paella
españolísima en la que el magistrado Hidalgo eleva el
lenguaje taurino a la suprema categoría de la ciencia
jurídica. Eso se llama parar, templar y mandar el uso
castizo de la lengua castellana, tan amenazada por las
normalizaciones lingüísticas de los nacionalistas
periféricos por un lado y por las inmersiones en la
cursilería de los progres postmodernos por otro.
Puestos a usar ese riquísimo lenguaje taurino que Andrés
Amorós ha estudiado en su presencia en la política y el
periodismo contemporáneos, el usía del palco presidencial de
la Decimosexta que ha sacado el pañuelo verde por el que han
devuelto a Constantino Méndez, tenía que haberse recreado
más en la suerte del habla de los toros. Tenía que haber
dicho que fue una sentencia mirando al tendido porque antes
el tal Méndez había hecho, como Arruza, el adorno del
teléfono. Llamó a los ahora empitonados para decirles un
histórico: «Quiero detenciones». Como el matador le dice al
peón de confianza que se lo lleve al tercio, Méndez ordenó
al jefe de la Brigada de Información que se lo llevara a los
medios, a los medios informativos, para tapar bocas en el
Tendido 7 de los ministros. Y es más, alguien le dijo
toreramente a Bono, protagonista del caso: «Tápate». Tanto
se ha tapado, que hasta se ha cortado la coleta de ministro.
Así, «mirando al tendido», es como deberían gobernar, no
detener a los inocentes. Mirando a un tendido que está más
en el «¡uy!» de la sorpresa y del pánico que en el «óle» de
la satisfacción. Aquí el Gobierno no actúa mirando al
tendido, sino mirando a unos tíos que, encima, quieren
acabar con la Fiesta Nacional en todos los sentidos, cual
los asesinos separatistas vascos y los independentistas
catalanes. Conforta que en este ruedo donde al toro de
España le han afeitado las puntas de la Constitución y las
libertades, un magistrado con la taleguilla muy bien puesta
le coloque un par de banderillas al Gobierno y no como
otros, que administran justicia con el pico de la muleta,
fuera de cacho de la separación de poderes, sin cruzarse con
el pitón contrario de la independencia.
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