Eonocen
el bolero, ¿no? Ay, barrio de Santa Cruz, con su
lunita plateada, testigo de nuestro amor bajo la noche
etcétera. Pues al tal barrio le ocurre como a Juan
Belmonte en sus comienzos: lo que decían sus
partidarios, que había que darse prisa en verlo antes
de que lo matara un toro. Dense prisa en ver el barrio
de Santa Cruz, porque con este triste y nada jocundo
cachondeo nacional de la Memoria Histórica, puede ser
que de aquí a nada hasta le cambien el nombre. Que el
barrio más universal de la tierra que le presta a
España sus señas de identidad nacional se llame Santa
Cruz es una provocación. Lo de la Cruz no les gustará
nada a nuestros amiguetes los morancos. Así que no me
extrañaría que con motivo del LXXV aniversario de la
II República le llamen algo más políticamente
correcto. Por ejemplo, barrio de la Media Luna. O
barrio de las Tres Culturas: las Tres Culturas se
llevan muchísimo en la tierra donde se olvidan
intencionadamente las raíces de Roma, de San Isidoro o
de Alfonso el Sabio.
Igual que en Sevilla hay una casa y en la casa una
ventana y en la ventana una niña que las rosas
envidiaban, en el barrio de Santa Cruz había una
plaza, y en la plaza una fuente renacentista, y un
muro blanco de cal y silencio, con un retablo devoto
de azulejos bajo su tejaroz, y una hermosa buganvilla,
desde donde se veía el perfil más agraciado de la
Giralda. Era la plaza de la Alianza. Era. A partir de
ahora ya no lo será. De Alianza, nada: aquello será
plaza de Indalecio Prieto, ¡toma ya!
-¿Y qué tiene que ver Indalecio Prieto con el barrio
de Santa Cruz y su lunita plateada?
- ¡Eso digo yo!
En plenas manipulaciones históricas del LXXV
aniversario de la II República, quieren dejar memoria
indeleble de una mentira, porque Sevilla no le debe
nada a Indalecio Prieto, el de «¡tiros a la barriga!»
Una de las primeras medidas del Gobierno provisional,
antes de las Constituyentes, fue entregar al
Ayuntamiento de Sevilla los Reales Alcázares,
propiedad del Patrimonio de la Corona, por gestiones
de Martínez Barrio (Martínez Birria, que le llamaba la
guasa local). La demagógica toma del palacio de
invierno en Sevilla fue la entrada de las futuras
hordas de 1936 en el Alcázar, como en Madrid lo fue la
invasión popular de la Casa de Campo. Y hubo un
ministro de Hacienda que sin ser de Sevilla ni tener
nada que ver con la ciudad, sólo por rencor
antialfonsino, firmó el decreto expropiador. Ese
ministro fue Indalecio Prieto, que pasaba por allí por
la «Gaceta de Madrid». La Plaza de la Alianza no tiene
nada que ver con el Alcázar expropiado a Don Alfonso
XIII, pero da lo mismo. Se trata de reescribir la
Historia en plan de cachondeo. Mejor que a Prieto
podrían haber recordado al arabista Alfonso Lasso de
la Vega, a quien la República nombró conservador del
Alcázar en lugar del marqués de Vega Inclán. Y tantos
pujos se dio donde antes estaba Alfonso XIII, que la
guasa le puso de mote «Alfonso XIV». Eran días de
fervor tricolor, donde el abuelo de Carmen Sevilla,
don Cecilio de Triana, escribió de pitorreo que a
antimonárquico no le ganaba nadie: que para él, desde
aquel momento, los pavos reales del Parque pasaban a
ser automáticamente pavos republicanos.
Mucho me temo que el fervor del revanchista
revisionismo izquierdista del callejero del barrio de
Santa Cruz no quede en la Plaza de la Alianza, y que
el Callejón del Agua pase a ser Callejón del Derogado
Plan Hidrológico Nacional, y la Plaza de Doña Elvira,
pues Plaza de Doña Carmen Romero de González. Fervor
en el que no comprendo la inquina contra la Alianza,
que era el nombre de un histórico comercio que allí
estuvo. ¿Se creerán que era por Alianza Popular? Si
era por poner su cagadita en todo, les hubiera quedado
muy propio añadirle «Plaza de la Alianza... de
Civilizaciones», como a la Avenida de la Raza le han
puesto «Avenida de las Razas», y no sabe ya uno si es
por la porcina, por la canina o por la caballar.