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EN
tardes de Viernes Santo, con la ciudad sosegada y en calma,
cuando desde una carretera calle Varflora de corbatas negras
de Luis Rodríguez Caso y de José Ignacio Jiménez Esquivias
iba a una Triana de Cachorro y puente, y después a la ancha
marea de San Jorge, el arrabal viniéndose a Sevilla con sus
cofradías, he visto pasar muchas veces esa delantera del
pasocristo de La O por la esquina de Cuesta.
En esa delantera yo vi una tarde de tristeza y crespones
negros la vara de Ramón Martín Cartaya. Y seguro que esa
delantera también llevó un año luto por el trianerísimo
Vicente Flores. Crespones probablemente mojados en la tinta
china de la escribanía de la Asociación de la Prensa o de la
Peña Trianera, una plumilla dibujando cartuchos de pescado
de Pepe Luis o goles de Arza o Luis del Sol.
Iba camino de Sevilla el paso del Nazareno, padre y maestro
de Triana. Por este Nazareno cargado con la legendaria cruz
de carey, cruz de galeones y de jarcias indianas en el
muelle, La O fue madre y maestra de las cofradías de Triana.
La primera que cruzó el puente de barcas y plantó su cruz de
guía, como pendón de conquista, en la Puerta de Triana.
Cofradiera cabeza de puente. Pasan el puente, pero las
cofradías trianeras no entran en Sevilla hasta que traspasan
la soñada Puerta, en la esquina de Santas Patronas y
Cantarranas.
Iba camino de Sevilla el Nazareno de Triana, vencidos sus
hombros por la cruz de carey, y yo lo veía pasar desde la
larga vuelta de la esquina de Cuesta, frente a la cancela
del Callejón de la Inquisición y el enorme zapato
blanquimarrón de la muestra de la alpargatería. Pero nunca
me fijé en este nazareno que va en la delantera, vacío de
macho de cartón el antifaz de su túnica morada, negros
guantes sobre la manigueta. El maniguetero es como criado o
ayuda de cámara de un Cristo o una Virgen, con la librea de
su antifaz de penitente. Escuela de humildad ese sitio en
una cofradía. El maniguetero sabe que nadie se fija en él,
porque todos miran al Cristo, a la Virgen que escoltan, con
esplendor de cofradía formada cuando pasan por los palcos,
con apreturas de pisotones en la estrechez de una entrada de
saetas y luna alta.
Ahora me pongo otra vez, en la tarde trianera del Viernes
Santo, donde estaba un viejo corral de la calle San Jorge,
Alfarería pregonando en cerámicas sus lozas finas. Pasa el
Nazareno de La O. Y sigue yendo en la delantera, guantes
negros, antifaz sin macho, un maniguetero anónimo, que ahora
sí que ha alcanzado gloria imperecedera. El maniguetero de
La O se ha ido a hacer la definitiva estación junto a su
Nazareno. Venía el otro día su papeleta de defunción. Se
llamaba Joaquín. Era soltero. Sus hermanos y sobrinos
anunciaban su muerte al orbe trianero. Y bajo su nombre,
como el título de nobleza con Grandeza de Triana que
realmente era, inmemorial de Viernes Santos de lluvia en que
no pudieron salir, o de aquel otro en que el palio de la
Virgen se refugió en los soportales del Mercado de
Entradores, o de aquella misa del padre González Ruiz sobre
una batea del muelle cuando la riada, ponían su verdadera
gloriosa profesión, condición y patria: «Maniguetero de
Nuestro Padre Jesús Nazareno de La O». Óle.
Si el Nazareno de la O quiere, iré el Viernes Santo a verlo
pasar, un año más, por la esquina de Cuesta. Y me quedaré
con la duda al ver la delantera del paso. De los dos
nazarenos sin macho en el antifaz, ¿cuál es el que no fue en
la vida otra cosa que maniguetero de Nuestro Padre Jesús
Nazareno, y así se lo pusieron en la esquela, y ahora, como
todos los años, vuelve a Triana para escoltar los hundidos
hombros de Dios bajo el peso de la cruz de carey o de la
cruz del tiempo irreparable?
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