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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El número 1 de la Carretería

LAS puertas primorosas de la fachada plateresca del Ayuntamiento proclaman en sus relieves sobre la Plaza el acrónimo que suena a pájaro de la Centuria: SPQH, Senatus Populusque Hispalensis. Ese Senado existe. No está constituido, ni se reúne, no tiene presidente, escaños ni sesiones. Mas existe el Senado del Pueblo Hispalense. Tiene un número cerrado, exacto y contado de senaturías. Tantas como hermandades la ciudad. Es el Senado de los Hermanos Número 1 de las cofradías. Viejos sevillanos que tan cercanos tienen los tiempos de penurias y que se englorian de los hodiernos de esplendores. Sevillanos a los que apuntaron en la hermandad el mismo día que los sacaron de pila. Ya saben la frase de las viejas madrinas, cuando devolvían al bautizado a su madre, tras cristianarlo:
-Me lo diste moro y te lo devuelvo cristiano...
Cuando apuntaban al niño a la hermandad ese mismo día de pelón, batón y bautizo, la madrina tenía que haber dicho:
-Moro me lo diste y nazareno te lo devuelvo...
Así devolvieron a su casa un día de 1916 a un niño de la Puertalarená. Un niño gordote y robusto: Pepito Valera Nocera. Nada más nacer, lo habían apuntado en La Carretería, como a toda la familia. Yo no estuve aquel día en la capilla de la Luz porque tenía que ir a la calle Techada a hacerle un mandado a Galerín, que vivía allí al lado, pero sí he visto muchas veces esa estampa de un niño de pañales con su medalla de la cofradía, recién recibido de hermano, sentando plaza de sevillanía. Sin ir más lejos, la vi el Domingo de Ramos en la basílica del Señor, que recibía a un encanto de bebé con su cordón morado, su medalla... ¡y su chupe!, quien a lo mejor allá por el año 2090 será el número 1 del Gran Poder.
Sí, ya sé que el sevillano toca madera cuando va teniendo un número bajo en la hermandad, señal de que va ya muy cerca del paso...de La Canina. Algunos lo disimulan. A un amigo trianero, número bajísimo en la Esperanza, donde lo apuntaron al nacer, le pregunté por qué no salía de nazareno. Me dijo, con gracia de Casa Berrinche y Altozano:
-Mira, porque si saliera, con el número tan bajo que tengo, iban a tener que bajar del caballo al centurión del Cristo de las Tres Caídas para subirme a mí.
Pepe Valera, ex futbolista y ex entrenador del Betis, hace muchos años que no salía en La Carretería. No lo sabíamos carretero hasta el homenaje que le dio la hermandad el año pasado. Lo admirábamos como glorioso jugador del Betis campeón de Liga en 1935, y luego, en los duros años de la postguerra, cuando la plantilla de Unamuno, Peral, Areso y Aedo había partido al exilio de las dos España y se produjo la caída del Imperio hasta Tercera. Lo que son las cosas de Sevilla: ¿a que no les pega que ese mítico extremo izquierdo bético, luego entrenador y secretario técnico en los años duros, el que descubrió a Del Sol, Demetrio, Quino o Macario, fuera de La Carretería y tuviera allí el número 1? El Pepe Valera luchador y arrollador del dionisíaco Betis era de la apolínea Carretería. Misterios del barrio, de las aficiones, de Sevilla en suma. (No lejos, en El Baratillo, en la otra mitad de la ciudad arenera, el número 1 de la dionisíaca cofradía de La Piedad era el apolíneo sevillista don Antonio Delgado Roig, a su vez también número 1 del club decano y de la Hermandad del Silencio.)
Se nos ha ido el número 1 de La Carretería como cuando el palio de la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad deja la calle Toneleros, con esa nostalgia romántica. Se va Pepe Valera y se lleva el recuerdo de aquel agónico Betis de la pancarta del campo del Utrera: «No hemos venido a Utrera para comprar mostachones, sino por los dos puntos para ser los campeones». Pepe Valera, admiración de nosotros los chiquillos de la Puertalarená, se ha embarcado para siempre en el vapor de la vida en la Acera del Negro, esquina a la calle del Ancora, donde en el mágico escaparate de la tienda de efectos navales de su familia estaban los calabrotes, las rosas de los vientos, los capotes de hule y los marineros bronces como de zanco de su barco carretero.

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