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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Torrotito en la Torre del Oro

Rstauraron hace poco la Torre del Oro. Como tantas cosas que hace con la mano izquierda sin que se entere la derecha (ni la derechona), buena parte de esas obras las pagó la Real Maestranza de Caballería, me parece que ya en la vigente y muy efectiva tenencia de don Alfonso Guajardo-Fajardo y Alarcón. (Inciso sobre una etimología popular. En sevillano de los barrios, Maestranza se pronuncia «Majestranza». No anda descaminada la fonética del pueblo. Como sabe que el Hermano Mayor es Su Majestad el Rey, nada más lógico que la Maestranza sea la «Majestranza»: de Majestad, no de maestrar.)
La restauración de la Torre del Oro está tan bien hecha... que no parece que la han restaurado. (Espero que la del Gran Poder sea algo así, que no se note.) Las restauraciones nos tienen acostumbrados a la lamentable pérdida de lo que las últimas generaciones han contemplado. El restaurador piensa que el monumento ha de ser dejado no como lo conocieron nuestros padres y abuelos o nosotros de niños, sino como lo contemplaron los sevillanos del siglo XVIII. Y el resultado es que al monumento toqueteado no lo conoce nadie. En la Torre del Oro se corría el riesgo del cupulín...
-¿Qué ha dicho El Cupulín sobre la restauración?
No, El Cupulín no ha dicho nada. Me refiero al cupulín con minúscula, al de la torre, no a quien las generaciones estudiantes de Historia conocen como El Cupulín. El riesgo del cupulín de la Torre del Oro, el que con sus vidriados barros le da nombre según la leyenda, es que el arquitecto de turno decidiera derribarlo, para dejar a la fortaleza ribereña en su estado primigenio. La Torre así, ciertamente, estaría como la conocieron los sevillanos del Siglo de Oro. Pero en el presente Siglo de Oro del Que Cagó el Moro no la conocería nadie.
Las arquitectas restauradoras, Cristina Borrero y María Caballo, no han cometido el pecado profesional de la soberbia y no han puesto allí ninguna huella visible de su actuación, más que su buen gusto. (Si Consuegra restaurara cuadros y le dieran, un poner, Las Meninas para que se hartara con ellas, en plan San Telmo, seguro que les pintaban barbas y bigotes, y nos diría que Velázquez se equivocó, que en realidad quería pintar las Mujeres Barbudas, y que ha devuelto la obra a lo que debió ser.)
Y en esa torre de las coplas y los romances, una novedad digna de elogio: ha vuelto a ondear la bandera de España. Y sin necesidad de que juegue al pie de la torre la selección nacional de fútbol, que tiene más mérito. No sé si saben que la Torre del Oro es una dependencia de la Armada, que se mantiene su Museo Naval. La antigua torre albarrana es como un buque de guerra varado en la Historia de Sevilla. Y su conservador, el capitán de navío don José López de Sagredo, ha repuesto junto a las almenas el mástil que se había perdido en la restauración e izado allí la bandera de España, para la que corren tan malos vientos. Con la bandera al aire de Sevilla, la Torre del Oro es más navío de piedra que nunca. Como un buque histórico de la flota del Almirante Bonifaz que acabara de romper las cadenas del Uad El Kebir de los moros.
Y más histórica sería aún si el señor López de Sagredo, como confío, restaura también la marinera costumbre que había, de izar en su mástil el muy marinero Torrotito de Proa o bandera de tajamar, los domingos y días de fiesta, y en las grandes solemnidades de la ciudad. En los buques de guerra, en ocasiones de engalanado, se iza a proa, en el bauprés, este torrotito, que es una bandera cuartelada, que lleva en sus cuatro cuarteles las viejas armas de Castilla, León, Aragón y Navarra. Quizá recuerden esa bandera histórica, tan Castilla, tan fernandina, ondeando en la Torre del Oro. Las armas de Castilla y de León en el lugar mismo donde en 1248 se fundó la Marina tienen un valor histórico que estoy seguro los caballeros de la Armada sabrán recuperar y restaurar en todo su significado y grandeza patria.
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