El centro de
Sevilla, lo que mi maestro Abel Infanzón entendía por
Casco Antiguo, resistió la invasión y saqueo de los
franceses, dos desamortizaciones, la Revolución de
1868, el asedio de Van Halen, riadas, terremotos, dos
Repúblicas, una guerra civil, una postguerra, la
especulación de la dictadura, alcaldes momos y memos;
resistió al PRICA, resistió a los arquitectos de la
modernidad de cada momento; resistió la Exposición
Iberoamericana de 1929 y la Exposición Universal de
1992, pero, qué mala pata, no va a resistir dos
mandatos del alcalde Sánchez, que la verdadera
Monteseirín es su señora madre, cuya mano beso.
Insisto en mi perplejidad: ¿por qué
quieren cargarse el centro? ¿Por qué presentan
demagógicamente el centro como el territorio de la
derecha reaccionaria, que ha de ser conquistado y
liberado por los barrios progresistas, donde ya se han
gastado a espuertas nuestro dinero para hacer
demagogia con los que los votan? La Sevilla pija ha de
ser invadida por la Sevilla cani; la gomina, por el
pendiente en la oreja; el polo de Galán, por los
pantalones piratas de Carrefour; la elegancia, por el
mal gusto.
¿Saben ustedes cuál es el peor pecado
de este Ayuntamiento? El de soberbia. Eso de creerse
que Sevilla estaba mal hecha, y que el centro no será
lo que tiene que ser hasta que ellos terminen el
proceso de obras en curso. ¡Aviados vamos, entre el
proceso de paz de Rodríguez y el proceso de obras de
Sánchez! ¿No estaba la Plaza del Pan bien como estaba,
que era como la había evocado Luis Cernuda, que no era
precisamente un poeta de la derecha cavernícola? Pues
nada: la Plaza del Pan tienen que ponerla como a ellos
les sale del Arquillo. Ni La Encarnación, ni la Plaza
Nueva, ni la Avenida, ni nada estaba como tenía que
estar. El centro, que es lo que vienen a ver los
turistas de los que la ciudad vive como primera
industria, era una antigüedad facha, carca, que había
que cambiar, para ellos ponerse la medalla. El alcalde
quiere ir de nuevo Hércules fundador, de inventor de
la ciudad según le dicta su soberbia, gastando a
espuertas un dinero que la oposición acaraxotada es
incapaz de controlar.
Por inventar Sevilla, hasta han
inventado algo tan clásico como la velas, los toldos
de las calles. Que tenían encima, y sigo citando la
misma autoridad, todo el prestigio literario de la
cernudiana ciudad de los pregones y la siesta. Aquella
Expo 92 que aunque bien que lo intentó no se cargó a
Sevilla, nos devolvió las velas en las calles del
centro. Las pagó la Coca Cola, en aquella ciudad del
pelotazo cuyos peajes nunca fueron ni serán
investigados. La Coca Cola pagó las velas y Revetón
pagó en encalado de las fachadas. Pero no se cargaron
el centro. Que por el verano dejaron con las viejas
velas del frescor: velas de Tetuán, velas de Sierpes,
velas de Lineros y Dados. Eran, sí, unas velas
distintas, de plástico, fijas, que no se corrían por
la mañana y se descorrían por la noche cuando la
mareíta de Sanlúcar llega por el río. Eran unas velas
permanentes en la ciudad de la arquitectura efímera.
Pero ahí estaban.
Ya, ni eso. Ahora el Ayuntamiento de la
soberbia nos dice que la tradición etnográfica de las
velas estaba completamente equivocada, que lo que hay
que poner son estos toldos de terraza de Modesto,
toldos de jaima de Rafael Juliá que han plantificado
en la calle Tetuán. ¿Cuánto nos ha costado el
caprichito de los toldos nuevos de Tetuán?
Digo como aquel embajador inglés sobre
los manifestantes de Gibraltar: si es por sombrita y
frescor, mejor que gastarnos tanto dinero en inventar
jaimas en lugar velas es que no corte tantos árboles
este alcalde que desde su soberbia se cree que está
soberbio, cuando lo que está es cargándose el centro.
Que ya se lo ha cargado.