A veces la rosa
de los vientos se equivoca y los mapas se vuelven
majarones. ¿Pues no que el Club Náutico de Lepe está en
Matalascañas? Digo que está en Matalascañas porque en la
perla de la Piedra y de Caño Guerrero, en la maravilla
de Torre de la Higuera, en la sevillanísima Costa del
Almonte, en las paradisíacas playas del Coto de Doñana...
¿será por elogios? Que digo que el Club Náutico de Lepe,
macandé, se ha ido hasta Matalascañas. O que el Club
Náutico de Matalascañas ha roto en lepero. De otra forma
no se explica que sea el único náutico de España cuyos
pantalanes y puntos de atraque no existen, y donde los
barcos no están atracados, sino varados...
-¿Cómo varados?
Sí, que como no hay muelle, ni puerto
protegido, ni espigones, sino la ancha y brava mar
oceana abierta al oleaje y a los aguajes de las mareas,
los barcos de los socios del benemérito Club Náutico de
Matalascañas están en tierra. Pero no en tierra a nivel
del mar, que sería una ordinariez de gente con poca
imaginación y de hombres de poca fe en su vocación
marinera. No. Los barcos deportivos de Matalascañas
están atracados en tierra, pero...¡en lo alto de una
duna altísima, de uno de aquellos cabezos terrosos de
color enladrillado! No exagero, pero la flota
matalascañera está varada algo así como a la altura de
un edificio de cinco pisos. Vamos, como si los dejaran
en la azotea del Hotel Tierramar.
-¿Y cómo llevan los barcos desde el agua
hasta lo alto de la duna y los bajan luego a a la mar?
Eso es lo más bonito. No con ascensores,
como en los boxes de barcos de Puerto Sherry, sino con
algo clásico tela en Matalascañas, en la vieja Higuerita
de veraneos pileños y manriqueños: con un tractor.
Gracias al tractor fue grande la vieja playa de chamizos
y sombrajos, de lujosos vivaques con aspecto casi
palaciego algunos. El tractor marismeño, con una especie
de pala puesta delante (a modo de carretilla de mover
palés de almacenamiento), y otra detrás, llevaba y traía
personas, elementos para las construcciones efímeras a
pie de playa, provisiones, damajuanas de agua dulce. El
tractor fue a la colonización pileña, almonteña,
bollullera y manriqueña de Matalascañas como el
ferrocarril a la conquista del Oeste americano. Y ese
tractor tan clásico es el que ahora, ¡pumba!, manejado
por un almonteño tela de listo, en un periquete coge los
barcos en la orilla y, ¡zas!, se los sube en un remolque
hasta lo alto de la duna que hace de pantalán, junto al
edificio del club social, donde por cierto da gusto ver
ponerse el sol, en su terracita tan simpática.
Los del Club Náutico de Matalascañas son
los barcos mejor conservados del mundo. Claro, como no
están atracados en el agua, sus bajos no cogen verdina,
gusarapis ni sanmolotropos verdes, ni la salitre de la
mar corroe su casco, ni hay riesgo de que se los lleve
un mar de leva. ¡Una maravilla! Que no se le ha ocurrido
a los leperos, sino a los matalascañeros. ¡La afición a
la mar que hay que tener para bajar el barco con un
tractor desde el cabezo y botarlo al agua cada vez que
se va de pesca o de paseo, y luego volverlo a subir allí
arriba a base de trabajera de tractorada!
Por eso, completamente en serio, pido
solemnemente la Placa al Mérito Deportivo para el Club
Náutico de Matalascañas. El único del mundo que tiene el
mar...siete metros más abajo que el nivel del pantalán.
Y a medio kilómetro si hay marea vacía. Con más
propiedad que en ninguna parte, cuando los patrones de
embarcación vuelven de la mar y ven el club, gritan:
«¡Tierra!». Allí es como pedir puerto con la sirena.
Vamos, pedir práctico del tractor matalascañero para
subir el barco hasta lo alto del cabezo...