MI amigo
Manuel, rojo de toda rojez, tiene carné de las dos
confesiones coloradas que siente profundamente: de su
Partido Socialista y de su Sevilla F.C. Sigue a su
partido del alma donde quiera que esté, en la oposición
o en el poder, y a su club centenario hasta el fin del
mundo si hace falta, para animarle: ora a Moscú, para
admirar cómo hace florecer en blanco prodigio del viejo
arte de la Delantera Stuka hasta los campos de papas;
ora a Eindohven, para gozarse en el rojo arrebato con la
justa conquista de la copa de UEFA. Gastado tiene el
kilométrico mi amigo Manuel, siguiendo a su Sevilla, que
está que se sale de las fronteras.
Y suponiendo que estaría con su equipo en
el estadio de Luis II de Mónaco, en lo que parecía que
iba a ser un matadero de sueños blancos ante un
todopoderoso Barsa que pensaba proclamarse SuperTodo sin
bajarse del autobús (del autobús que cogió Carod para ir
a Perpiñán), llamé a Manuel, en nuestro caballeroso y
liberal intercambio de ideologías y sentimientos
peloteros, para desearle suerte ante lo que muchos
barruntaban Waterloo sevillista. Descolgó el teléfono
móvil entre un ruido de gritos a compás, y me dijo:
-Gracias, acabamos de llegar a Niza, y
vamos camino de Mónaco. ¡Qué ambientazo sevillista hay!
Y si vieras el pedazo de bandera de España que llevo, no
te lo ibas a creer.
Puse la televisión para ver el partido, y
creí que iba a poder identificar perfectamente la
bandera española de mi amigo el doblemente rojo Manuel.
Antier... Estaba el estadio lleno de banderas españolas.
Y ni que decir tiene que no las enarbolaban los del
Barsa, ¡prontito!, sino los sevillistas. La misma
bandera de España que uno de los dos equipos llevaba en
su equipación. Ni que decir tengo que se trataba,
obviamente, del Sevilla. Con lo que le gusta una pela,
no hay dinero en el mundo que obligue a Juan Laporta a
ponerle la bandera de España al Barsa en su camiseta.
Cómo fue la fiesta de orgullo de España
en Mónaco, gracias a que el Sevilla estuvo de ensueño,
que la realidad del sueño rojiblanco nos llenó de
alegría hasta a los que profesamos la fe del Betis...manque
Lopera. Que me perdone el viejo Betis del sentimiento
bético de la vida (cuando no era el cortijo de un nuevo
rico sin entrañas y sin sensibilidad), pero yo sentí
orgullo sevillista cuando Javi Navarro levantó la plata
de la justa Supercopa de Europa. Me parecía que el
portero Palop iba a fastidiar la proclamación de la
dicha políticamente incorrecta cuando apareció torpeando
por el corro triunfal con una bandera valenciana. Pero
los sentimientos de los sueños se impusieron al momento,
cuando, de pronto, una bandera de España, sí, de España,
¿pasa algo?, abrazó y anudó el triunfo de la copa del
Supersevilla.
Orgullo y emoción. Y las gracias
infinitas que hemos de dar al Sevilla. Si llega a ganar
la Supercopa el Barsa, ¡prontito vemos la bandera de
España anudando las bodas con la dicha en la plata
triunfal! Ya se vio en París, en el Stade de France,
cuando el Barsa le ganó la Copa de Europa, vulgo
Champion, al Arsenal. Como no ganó el Arsenal y el
utrerano Reyes no pudo salir con su bandera de España,
allí no se vio otra enseña que la del Estatuto y del
desprecio a nuestra nación como residuo del Estado. Pero
como gracias a Dios en Montecarlo no fue así, como el
Sevilla F.C. le ganó al Barsa, al Estatuto, a Maragall,
a la butifarra, a la barretina y a los cafelitos de
Carod en Perpiñán, pudimos ver ondear gloriosa la
bandera de España en Europa. El Sevilla F.C. sí que es
más que un club, y no el Barsa. Y olé. El Sevilla F.C.
sí que esa realidad nacional que Chaves, que es bético,
dice confundido que es Andalucía. No, mire usted, Don
Chaves: hoy por hoy, en Andalucía no hay más realidad
nacional que el Sevilla F.C. Realidad nacional de
España. Con su pedazo de bandera rojigualda, como mi
amigo el doblemente rojo Manuel. Y a mucha honra.