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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Iberia cierra en La Buhaira

No sé si la premonición fue de Marta o de Paloma. Desde luego, de una de las veteranas azafatas de tierra de Iberia que se desviven atendiendo a los clientes que van a comprar un billete en las oficinas de la compañía. A La Buhaira había llegado la primera publicidad del billete electrónico, el que se saca por Internet. Era un expositor muy atrayente, que producía la ilusión óptica de un billete dando vueltas como un globo terráqueo. Me llamó la atención la publicidad y lo que anunciaba, y le pregunté a la diligente y amable azafata:

-- ¿Esto qué es?

Y con esa gracia que nada más que la hay en Sevilla, no sé si Marta o Paloma, pero una de las dos me dijo con ese sentido nuestro del humor como forma de remontar la adversidad:

-- Pues esto es lo que nos va a jubilar a todas... Ya verá usted cuando todo el mundo saque el billete por Internet, lo que vamos a durar nosotras aquí...

Ya he podido ver lo que van a durar en las oficinas de La Buhaira las solícitas caras amables y servicialísimas de la compañía Iberia en Sevilla: nada. El día 15 cierran esa oficina. No es que Iberia desaparezca en Sevilla: mantiene aquí la delegación regional y en San Pablo puede usted comprar todos los billetes del mundo. Pero los billetes de Iberia donde daba gloria comprarlos era por el plan antiguo, en las oficinas que ahora cierran, prejubilando a las últimas de Filipinas de sus azafatas.

Las oficinas de Iberia tenían algo de comercio tradicional. De momento, como los viejos mostradores de La Nueva Ciudad o de Los Caminos, tenían la silla para que se sentara el cliente, como Dios manda. De prisas, ni mijita: la velocidad vamos a dejarla para el avión. Cada empleada tenía sus clientes fijos, que cuidaba con una delicadeza que no hay márquetin que supere. Llegaba don Enrique Ayarra a por su billete para algún lejano teclado, y una sonrisa amiga le decía, en este pueblo donde nos conocemos todos:

-- ¿Qué, don Enrique, otro concierto de órgano fuera? Los sevillanos no saben lo que hace usted por darle prestigio a la música de nuestra tierra...

Y programa Amadeus en ristre en el ordenador, al maestro Ayarra le buscaban el billete más baratito y cómodo, para su concierto europeo. Pero más que ahora en La Buhaira, donde esta cercanía del trato al cliente tenía su paraíso era antes en las desaparecidas oficinas de los bajos de Almirante Lobo en el Edificio Cristina. ¡Aquello sí que era viajar! Lo de Almirante Lobo era ese mundo del lujerío en los viajes que ya no queda ni en el "Queen Mary". Almirante Lobo era como una sucursal del aeropuerto. Aparte de comprar el billete (que llevaba hasta la caja una cinta transportadora sobre las ventanillas, todo modernidad), desde allí salía el autobús para San Pablo. Si ibas a Madrid en un Convair Metropolitan o un Caravelle, facturabas la maleta en Almirante Lobo, donde te daban tu tarjeta de embarque; y, si querías, recogías la maleta en las oficinas de Iberia en la Plaza de Neptuno. Usar tanto el autobús de la compañía como la terminal en la ciudad eran lo habitual. "Terminal" era entonces la oficina en la ciudad, no el edificio del aeropuerto. Donde iban muy pocos en su coche. Como se viajaba con aquel ritmo lento y lujoso, era más cómodo tomar el autobús en Almirante Loco, con sus maleteros de jersey azul marino de cuello alto, con el blanco letrero en el pecho: "Iberia Líneas Aéreas de España".

Ya todo aquello pasó, todo quedó en el olvido, como el bolero. Por no quedar, ni quedarán las mínimas oficinas de La Buhaira: ¡hala, todo el mundo al Internet! Cuando Iberia sabe de sobra que la sonrisa y la amable eficacia profesional de Marta, de Paloma, de Ángeles, de todas las veteranas azafatas de Almirante Lobo es algo que nunca te podrán dar por Internet.

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