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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Montoto y Peyré, arramplados

ENTRE las muchas obras de esta Sevilla que cuando esté terminada va a quedar de dulce, que diría Mingote, el patas arriba del Muelle de las Delicias. Donde todas las semanas atraca el crucero turístico «Belle de Cadix», como haciendo boca de lo que puede ser aquello cuando esté terminado. Aguas abajo y aguas arriba del Puente de las Delicias, obras y más obras, alambradas, calicatas. «Puerto Delicias» lo llaman en los carteles de obras. Ojito con la niña de los árboles únicos que hay junto al Pabellón de Guatemala, un zapote me parece que es, ese árbol que tiene nombre de palabrota y del que seguramente, cuando lo bautizaron los botánicos americanistas de la cuerda de Celestino Mutis dijeron:
—Zapote, pero no me trinques nada. Zapote sin premio.
En esas obras, ya ha habido una pérdida: la centenaria grúa manual grande que estaba en el Muelle de Nueva York, que conoció los últimos barcos que salieron para Cuba y Filipinas cuando todavía eran nuestras colonias, que probablemente conocería el embarque de tropas y pertrechos para las guerras de Marruecos. Grúa que había cargado media Historia de Sevilla y de España y que sin encomendarse a Dios ni al diablo la arrancaron de su sitio y pusieron de florero o jarrón, en plan decorativo, en la avenida de Moliní, donde las oficinas del Puerto. Puerto que se ha gastado una millonada en poner unas costosísimas verjas de hierro por donde no entra nadie, a lo largo de la Avenida de la Raza (ahora «Las Razas»; ya saben, la raza equina y la raza porcina).
Y junto a la grúa, me temo que también habrán arramplado con don Santiago Montoto.
—Explíquese, que no lo entiendo. ¿Cómo pueden arramplar con quien fue Patriarca de las Letras Hispalenses, si murió hace muchísimo tiempo y no está enterrado allí?
Pues me temo que habrán arramplado con Montoto en cuanto ha desaparecido la avenida que le pusieron con su nombre. Era la avenida que resultó del desmantelamiento de la vía del tranvía de Heliópolis, que iba antiguamente por la trasera de los pabellones de Guatemala y de Argentina (ex Instituto Murillo) y bordeando los románticos jardines de las Delicias Viejas. Esa avenida, por la que desde el Puente de las Delicias salías directamente a la Comandancia de Marina y al Puestolosmonos, ha desaparecido con esa ordenación del borde del muelle. Espero y confío en que no se quede sin calle el venerable y olvidado don Santiago Montoto y de Sedas, que tanto hizo por Sevilla, quien como concejal, en tiempos de Vega Inclán como Comisario Regio de Turismo, se inventó la Plaza de Santa Cruz y se le ocurrió llevar allí la de la Cerrajería.
En el nomenclator de Sevilla ocurren estas cosas, que los personajes ilustres que eran recordados en sus esquinas, se quedan sin calle en horas veinticuatro y No Passssa Nada. Sin salir de la zona, del Puente de las Delicias hacia Manuel Siurot, se quedó sin calle el hispalista e hispanista Joseph Peyré, autor, entre otros muchos libros y declaraciones de amor a la ciudad, de la sevillanísima y taurina novela «Guadalquivir», recién rescatada por Rogelio Delgado, y de un ensayo clásico de la Semana Santa, cuyo título todo el mundo plagia: «La Pasión según Sevilla». Peyré (nada que ver con Los Caminos) tenía dedicada la calle trasera de la Casa Rosa, de Manuel Siurot a La Palmera. Pero cuando abrieron la avenida que lleva el nombre de Bueno Montreal y levantaron allí una caja de zapatos de cristal con las oficinas de La Caixa, desapareció la primitiva calle dedicada al escritor francés. Queda sólo su rótulo en los azulejos de una esquina, que puede verse desde La Palmera. Mas la calle como tal no existe. La calle de Joseph Peyré se entregó en ofrenda a la avenida del Cardenal Bueno Monreal.
Aunque todo esto es algo tan clásico como las dobles muertes de los olvidos de Sevilla.
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