ENTRE las
muchas obras de esta Sevilla que cuando esté
terminada va a quedar de dulce, que diría Mingote,
el patas arriba del Muelle de las Delicias. Donde
todas las semanas atraca el crucero turístico «Belle
de Cadix», como haciendo boca de lo que puede ser
aquello cuando esté terminado. Aguas abajo y aguas
arriba del Puente de las Delicias, obras y más
obras, alambradas, calicatas. «Puerto Delicias» lo
llaman en los carteles de obras. Ojito con la niña
de los árboles únicos que hay junto al Pabellón de
Guatemala, un zapote me parece que es, ese árbol que
tiene nombre de palabrota y del que seguramente,
cuando lo bautizaron los botánicos americanistas de
la cuerda de Celestino Mutis dijeron:
—Zapote, pero no me trinques nada.
Zapote sin premio.
En esas obras, ya ha habido una
pérdida: la centenaria grúa manual grande que estaba
en el Muelle de Nueva York, que conoció los últimos
barcos que salieron para Cuba y Filipinas cuando
todavía eran nuestras colonias, que probablemente
conocería el embarque de tropas y pertrechos para
las guerras de Marruecos. Grúa que había cargado
media Historia de Sevilla y de España y que sin
encomendarse a Dios ni al diablo la arrancaron de su
sitio y pusieron de florero o jarrón, en plan
decorativo, en la avenida de Moliní, donde las
oficinas del Puerto. Puerto que se ha gastado una
millonada en poner unas costosísimas verjas de
hierro por donde no entra nadie, a lo largo de la
Avenida de la Raza (ahora «Las Razas»; ya saben, la
raza equina y la raza porcina).
Y junto a la grúa, me temo que
también habrán arramplado con don Santiago Montoto.
—Explíquese, que no lo entiendo.
¿Cómo pueden arramplar con quien fue Patriarca de
las Letras Hispalenses, si murió hace muchísimo
tiempo y no está enterrado allí?
Pues me temo que habrán arramplado
con Montoto en cuanto ha desaparecido la avenida que
le pusieron con su nombre. Era la avenida que
resultó del desmantelamiento de la vía del tranvía
de Heliópolis, que iba antiguamente por la trasera
de los pabellones de Guatemala y de Argentina (ex
Instituto Murillo) y bordeando los románticos
jardines de las Delicias Viejas. Esa avenida, por la
que desde el Puente de las Delicias salías
directamente a la Comandancia de Marina y al
Puestolosmonos, ha desaparecido con esa ordenación
del borde del muelle. Espero y confío en que no se
quede sin calle el venerable y olvidado don Santiago
Montoto y de Sedas, que tanto hizo por Sevilla,
quien como concejal, en tiempos de Vega Inclán como
Comisario Regio de Turismo, se inventó la Plaza de
Santa Cruz y se le ocurrió llevar allí la de la
Cerrajería.
En el nomenclator de Sevilla ocurren
estas cosas, que los personajes ilustres que eran
recordados en sus esquinas, se quedan sin calle en
horas veinticuatro y No Passssa Nada. Sin salir de
la zona, del Puente de las Delicias hacia Manuel
Siurot, se quedó sin calle el hispalista e
hispanista Joseph Peyré, autor, entre otros muchos
libros y declaraciones de amor a la ciudad, de la
sevillanísima y taurina novela «Guadalquivir»,
recién rescatada por Rogelio Delgado, y de un ensayo
clásico de la Semana Santa, cuyo título todo el
mundo plagia: «La Pasión según Sevilla». Peyré (nada
que ver con Los Caminos) tenía dedicada la calle
trasera de la Casa Rosa, de Manuel Siurot a La
Palmera. Pero cuando abrieron la avenida que lleva
el nombre de Bueno Montreal y levantaron allí una
caja de zapatos de cristal con las oficinas de La
Caixa, desapareció la primitiva calle dedicada al
escritor francés. Queda sólo su rótulo en los
azulejos de una esquina, que puede verse desde La
Palmera. Mas la calle como tal no existe. La calle
de Joseph Peyré se entregó en ofrenda a la avenida
del Cardenal Bueno Monreal.
Aunque todo esto es algo tan clásico
como las dobles muertes de los olvidos de Sevilla.