IDA Doña María
de las Mercedes con su beticismo y su
currismo; enterrada Doña Esperanza en su
Escorial marismeño con su Triana y su Rocío,
a las nuevas generaciones (ojú, qué mal
suena) de la Casa Real Española les falta un
poquito de casticismo, excepción hecha de
cuando Su Majestad se echa la muleta a la
izquierda y borbonea como Dios manda; esto
es, se mete a los republicanos en el
bolsillo con una frase, un gesto, un abrazo
a tiempo o un chiste.
La plaza montada del
casticismo tradicional en la Casa Real
Española podía ocuparla con toda propiedad y
soltura la Infanta Doña Elena, que llora y
se emociona. Y va a los toros. Las Infantas
son de dos clases: las que van a los toros,
modelo La Chata, y las que prefieren el
balonmano y esas anglosajonerías a las que
renunció Doña Victoria Eugenia, que sí que
era una gran profesional.
Razón castiza por la cual la
Infanta Doña Elena tiene en estos momentos
una gran responsabilidad en la polémica en
curso sobre el orden de sucesión al Trono y
la propia Institución Monárquica. Sesudos
constitucionalistas, dirigentes de la
oposición y políticos en el poder han
expresado su opinión, pero ha faltado este
factor castizo en la valoración del segundo
embarazo de la Princesa de Asturias. La
frase podría decirla Su Majestad, que
aprendió un rico castellano de expresiones
populares marcando el caqui en la Academia
Militar de Zaragoza. Pero mucho mejor podría
decirla Doña Elena. Si es la frase ritual
que ante un embarazo dicen en una
institución tan querida y popular para los
españoles como la Casa de Janeiro,
felizmente reinante en todos los platós de
televisión y alcachofeo de tomates, ¿por qué
no ha de pronunciarla la Casa de Borbón,
también felizmente reinante? Allí, en la
Casa de Janeiro, donde hay un veterano
Humberto mucho más conocido que el de
Saboya, suelen decir ante un embarazo la
frase castiza:
-Sea niño o sea niña, a su
casa viene.
Estoy esperando escuchar esa
frase castiza a Su Majestad o a la Infanta
Doña Elena. Daría la clave de todo. Qué
gozo, que dijeran:
-Sea niño o sea niña, a su
Casa viene.
A su Casa con mayúscula. A la
Casa que nos devolvió las libertades a los
españoles y garantiza que cuatro
separatistas de cafelitos de Perpiñán y
siete tiros al aire de asesinos en la campa
no nos las quiten por el procedimiento del
tirón constitucional. Ojo al Cristo, que es
de bronce. Que el cirio es corto y la
procesión, larga. El augusto niño o niña, a
su Casa con mayúsculas viene. A la Casa
depositaria de todos los derechos
tradicionales de la Corona, sobre los que
exijo la misma memoria histórica que se
utiliza para la exhumación del odio. Aquí se
admite, por ejemplo, que el PSOE sea
tradicionalmente republicano y nadie lo
cuestiona. Pero no se acepta que la Casa
Real Española sea monárquica y tenga sus
propias tradiciones en la sucesión. Su
liturgia. Tú le quitas la liturgia, el rito,
la magia, la singularidad de lo excepcional
a la Institución Monárquica y estás a cinco
minutos de la III República. No, el Príncipe
de Asturias no es un señor particular, ni la
sucesión al Trono es una lista electoral
paritaria. Hasta ahí podía llegar la ola de
igualitarismo que nos invade. Porque puestos
a la no discriminación por razón de sexo,
habría que llevarlo hasta el final. ¿Por qué
hay que discriminar entonces por razón de
edad al futuro hermano o hermana de la
Infantita Doña Leonor?
Como se pongan así de
puristas en lo igualitario, habré de decir
como en la sucesión de los títulos
nobiliarios: que el heredero al Trono sea
decidido entre los hijos de los Príncipes de
Asturias por el procedimiento Heraclio
Fournier: se toma una baraja, y el que saque
el rey de oro, Rey o Reina de España. Eso sí
que es paritario e igualitario. Así sí que
no se discrimina a nadie por razón de sexo
ni de edad.