SALTERAS
tiene tres bandas: la banda del Carmen, la banda de la Oliva
y la banda, horrorosa, de casitas adosadas que cerca su
blancura, contemplada desde el alcor de Valencina. Y quien
dice Salteras dice el Aljarafe todo, cada vez más
amazacotado de adosados, venga adosados, parece que los
regalan, hijo. Cuando los hacen con tal profusión es porque
los venden. El Aljarafe es la Sevilla de la conformidad. Los
jóvenes matrimonios que no tienen dinero para vivir en
Sevilla se conforman con irse a vivir al Aljarafe. Son como
los arrojados del paraíso. A un infierno de ladrillos.
Lo que más me llama la
atención del Aljarafe son los hitos de término municipal.
Tienen los ayuntamientos que poner un azulejo en medio de
una calle o de una avenida, para que sepamos que al pasar
con el coche estamos cambiando de pueblo. Ejemplo: en la
rotonda de Bormujos más cercana a Makro, tiene el
Ayuntamiento de Castilleja que advertir en un azulejo que
aquello es ya suyo, que no es de Bormujos, que pelotazo que
se pegue allí es dinerito para las arcas castillejeras.
Porque todo el Aljarafe se está convirtiendo en una sola
calle, donde cada huerto ha sido edificado con siete mil
bloques y cada olivar recalificado para una tira de casitas
adosadas la mar de simpáticas, con la que uno que heredó
unas tierrecitas que no valían un duro pegó el pelotazo del
siglo.
Si Sevilla perdió sus cielos,
el Aljarafe perdió su campo: sus olivares, sus huertas, sus
naranjales. Sus haciendas han sido convertidas en el club
social de la urbanización. La vieja toponimia morisca se ha
llenado de nombres cursis a más no poder de urbanizaciones:
Las Brisas del Guadiamar, Las Villas de Benacazón, El
Señorío de Bormujos, El Balcón de Palomares...
Dicen que en el Aljarafe viven
ya más sevillanos que en Sevilla. Nadie dice, y lo pongo yo
aquí ahora, que el disparatón del Aljarafe es mucho más
espantoso que fueron en su día Los Remedios. Si es ya
leyenda urbana que una vez, en un congreso de Urbanismo,
pusieron a Los Remedios como ejemplo de lo que nunca se debe
hacer, ni te cuento cómo pueden poner al urbanizado y
adosado Aljarafe. Como pieza estelar del Museo de los
Horrores del Urbanismo.
Y con un tufillo... Me encanta
lo que ha dicho el nuevo fiscal Anticorrupción, don Fernando
Delgado: «En el Aljarafe se detecta un pequeño olorcillo a
corrupción»...
-Eso va a ser de los bajantes,
usted, que va a llover, por eso le huelen mal los bajantes
del Aljarafe al fiscal...
No, eso es de algo que también
ha dicho usía ilustrísima: «Las normas prevén las
recalificaciones y lo que ecológicamente puede estar mal no
siempre es delito». Ecológicamente o estéticamente. Ahora
que se ha creado la Casa de los Poetas, deberían poner allí
la oficina del Fiscal de la Belleza, del fiscal anticatetez,
del fiscal antihorteridad. Que fuera como un poeta de
guardia con vara alta y pidiera graves penas para disuadir a
los asesinos de paisajes que tantos crímenes estéticos
cometieron en el Aljarafe. Lo malo no es que lo que se
construye en el Aljarafe y dónde se construye, sino que todo
eso, como dice el fiscal, es legal según normas municipales
que contemplan recalificaciones y cambios de uso del suelo
como lo más normal del mundo, ¡a tomar por saco la poesía,
que el negocio de la construcción no son unos juegos
florales, joé!
Reino de taifas de los
pequeños y sospechosos partidos locales de los
independientes, si al señor fiscal el Aljarafe le da un
pequeño olorcillo, a otros, cuando vemos esas viejas
haciendas de olivar destrozadas, esas antiguas viñas
recalificadas, nos da un pestazo a pelotazo legalísimo que
tira de espaldas. Eso es lo malo: que asesinar un paisaje no
es un crimen, si se hace de acuerdo con el Plan de Urbanismo
que aprobó el PIPA (Partido de los Independientes por el
Pelotazo en el Aljarafe).