COMO
conozco muy bien a los votantes de Los Remedios de Sevilla, me
imagino perfectamente la consternación que reina en el barrio
de Salamanca, tras el gatillazo de Bono. Los votantes estarán
desolados. Si Bono no se presenta, ¿a quién van a votar?
Porque a Gallardón... Bono era el candidato perfecto para el
Madrid que no conoce los madrugones del Metro. En el barrio de
Salamanca, Bono es que arrasaba. Y en el aperitivo de Embassy,
mayoría absoluta. Me imagino cómo hubiera llegado, porque lo
vi arribar así una vez a Sevilla y, como en la copla: «Desde
que te vi venir/ dije a por la burra viene».
Fue antes de las primarias
del PSOE en las que fue elegido el malvado Carabel, digo,
ZP, ¿en qué estaría yo pensando? Desde el claro rincón de
la provincia, Bono se nos aparecía como el más firme
candidato socialista a la presidencia del Gobierno. Por
eso tenía interés escucharlo en la Fundación Winterthur,
donde presentaba una novela de su amigo Pedro Piqueras,
«Colón a los ojos de Beatriz». Y allá que fuimos.
Deslumbró Bono al auditorio por su talante, palabra que
entonces no estaba aún cargada del significado peyorativo
que los tiempos le dan dado. De Maribel Moreno de la Cova
y sus veinte marquesas, fijas de plantilla en todos los
actos de Winterthur, al último estudiante de Historia de
América que aportó por allí, todos quedaron encantados con
un señor tan moderado y tan español como el entonces
presidente socialista manchego.
Tras la presentación, el
Duque de Lugo, presidente de la fundación convocante, nos
reunió a cenar a unos pocos, en torno al autor del libro y
a su presentador. Allí estaba, por ejemplo, Amalia Gómez,
diputada regional del PP y otros que no eran precisamente
del movimiento okupa. En la charlita de la cena, quien
parecía del PSOE era Amalia Gómez. Porque Bono, si soltaba
al cardenal primado, era para coger la bandera de España.
Y si dejaba el derecho a la educación cristiana de los
hijos, era para coger el carnero de la Legión, tras hacer
el panegírico de los Estados Unidos. Los adelantamientos
de Fernando Alonso con su Fórmula 1 eran a velocidad de
tortuga al lado de cómo Bono pasaba por la derecha a
Marichalar, a Pedro Piqueras, a Amalia Gómez y al sursum
corda. Tanto, que al terminar la cena y salir del
reservado de Oriza, una vez que nos despedimos de Bono,
juntamos todos urgentemente las cabezas en corrillo de
cuchicheo y exclamamos al unísono:
-¡Ojú, qué peligro tiene
este tío! Ojalá no lo elijan en las primarias, porque éste
se lleva todos los votos de la derecha...
Ilusos de nosotros. El
peligro no era Bono. El peligro había de venir
precisamente de esas primarias. Era el nieto de su abuelo,
que iba a acabar con toda la España que Bono representaba
y quizá todavía represente. Punto en el cual pueden dar a
la palabra «representación» todo el sentido de ficción
teatral que quieran. El pasillo de comedias de Bono
deshojando la margarita (se llama mi amor) de la alcaldía
de Madrid es digno del Premio Mayte de teatro.
¿A quién va a votar ahora la
derecha madrileña de toda la vida, si no hay nada más
alejado del cardenal primado y de la bandera de España que
el yerno de Utrera Molina, casamentero de parguelas? Qué
candidato se ha perdido el consternado barrio de
Salamanca. Un socialista sevillano muy destacado nos
preguntó la otra noche que, descartado Bono, qué candidato
veíamos para Madrid. Íbamos a decir que Pedro Almodóvar, o
El Gran Guayomin, o Miguel Bosé, pero lo pensamos mejor:
-Tu partido, Alfredo, puede
hacer un gran servicio a Madrid y a Andalucía. Buscáis un
gran gestor, con experiencia de gobierno, ¿no? Tengo un
candidato con experiencia ministerial y autonómica, mucha
más que Bono. Mira: ¿por qué no os lleváis a Chaves de
alcalde a Madrid, y así de paso nos hacéis un favor a los
andaluces?