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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El crucifijo de mi azafata

PONGAMOS que se llama Lourdes, pues no quiero ser buscador de ruinas ajenas. Lourdes es azafata. Sí diré de qué compañía: de Iberia. No de la parte de los trenes baratos y de los vuelos tirados de Iberia, sino de Iberia de toda la vida. Veterana de la compañía, vuela no sé si en la flota de los 747 o de los Airbus, pero en rutas de largo recorrido. Está todas las semanas como los niños chicos que estrenan botas katiuskas: cruzando el charco. Me he encontrado con Lourdes yendo a México y viniendo de Puerto Rico, y tiene la amabilidad no sólo de seguir mis artículos, sino de comentármelos por correo electrónico desde donde quiera que se halle del globo terráqueo. Iba a hablar de aficiones y gustos comunes que Lourdes y un servidor tenemos, pero iba a dar tantas pistas (de despegue y de aterrizaje) que le iba a terminar buscando la ruina que en modo alguno propiciarle quiero.
Lourdes, como usted y como yo, ha leído la noticia de que una azafata inglesa ha sido sancionada por no renunciar a la pública protestación de su fe y no quitarse el crucifijo que al cuello lucía. Historia que pones en la Roma antigua, con un emperador de por medio, y es una hoja del Martirologio. Para Lourdes ha sido mucho más preocupante, por cercana, por remojo de barbas del vecino. Mejor que sea la propia Lourdes quien lo cuente, con la carta que me ha puesto:
«Ayer cuando volvía de Buenos Aires, en el ABC leí tu columna, magnífica como siempre, y una noticia que me heló la sangre: acaban de sancionar con dos semanas de empleo y sueldo a una azafata de British Airways porque llevaba colgado del cuello un crucifijo. Y digo bien, se me heló la sangre porque yo llevo colgadas del cuello, con una cadena de oro, apunta: medalla de la Santina, medalla del Santo Niño del Remedio, medalla de San Benito (bendecida por el difunto Juan Pablo II), medalla de San Antonio de Padua y medalla de la Virgen del Carmen. Colgada del bolso de Iberia llevo una Medida de la Virgen del Pilar, ya sabes, una cinta de esa dimensión, y encima con los colores de la bandera de España. Dentro de ese bolso, cuatro rosarios, dos de ellos bendecidos por Juan Pablo II y Benedicto XVI, respectivamente, y otro que viene de la Basílica de la Virgen de Guadalupe de México. Del maletín que solemos llevar las azafatas a bordo cuelgan otras dos cintas de Medidas del Pilar; una roja y una amarilla. Y dentro, como las capillitas de los toreros que tú conoces mejor que yo, llevo un álbum con estampas de, apunta: la Virgen de Loreto, (dos unidades), Jesús de Medinaceli (cinco unidades), la Virgen del Carmen, la Virgen de la Merced, María Auxiliadora, Fray Leopoldo de Alpandeire, el Cristo de Limpias y San Antonio de Padua (tres estampas). Y si me mandas una del Gran Poder y otra de la Macarena, con mucho gusto las añado a mi capillita. Aparte de esto, tengo por costumbre santiguarme en todos los despegues, y cuando lo hago mientras bisbiseo una oración, siempre tengo al pasaje delante, claro. Habida cuenta de que Iberia está en la misma alianza One World que la compañía británica, como hagan extensiva esa normativa (única y exclusivamente para los católicos, porque no tienen el mismo rasero con los musulmanes, por ejemplo), a mí me van a colgar del palo mayor de mesana. Soy carne de cañón y de los leones que se comían a los cristianos, Antonio. Y si eso me ocurre, ¿de qué van a comer mis niñas? ¿Quién va a pagar la hipoteca de mi adosado de Pozuelo? Pero no quiero hacer bromas de un asunto que está tomando un cariz peligroso, pues me veo otra vez en la clandestinidad. O en las catacumbas, como los primeros cristianos. Y tiempo al tiempo. Porque mi tía Begoña, directora de un colegio de enseñanza primaria de Santander, ha tenido que quitar los crucifijos de las clases, y este año ya no pondrá el Belén en Navidad, porque «ofende la sensibilidad» de los no católicos. Y lo gordo es que cuando comento con según quién este detalle, me contestan: «Es que España es un país laico, chica, no me seas facha». Y se quedan tan anchos. No quiero aburrirte más con mis cuitas, pero a alguien se las tenía que contar. Un abrazo muy fuerte de tu amiga, Lourdes».

 

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