LA
ola de precios del metro cúbico de agua que nos invade
devuelve su significado, al menos por unos días, a un
verbo castellano: consumir. Menos mal que en algún sitio
se habla del consumo, de desincentivar (¡toma ya
palabrita!) el consumo, de penalizar el consumo, y no se
refieren a la droga. En los tomates nuestros de cada
día, por culpa de Mayte Zaldívar y del hijo de su
Querida Mamá, asistimos a un cursillo intensivo sobre el
cambio de significado de «consumir». Todos consumimos
muchas cosas: luz, agua, gas, gasolina, tela para los
vestidos, alimentos, aire para respirar. Pero a efectos
de los bajos fondos sociales elevados a la categoría de
heroísmo civil, consumir, consumir, lo que se dice
consumir, es por antonomasia drogarse. Las Asociaciones
de Consumidores donde se refugiaron muchos activistas
del antiguo PCE tienen un título altamente sospechoso a
la luz de la dolce vita del tomate. ¿Dónde estás,
corazón, en la Asociación de Consumidores? Qué lástima
de hija, pero si yo creía que habías estado en una
clínica de desintoxicación y ya no consumías.
En los programas del
chufleteo del corazoneo están ahora las casetas del
consumo. Las del lírico «¿va argo?» que preguntaba el
tío que le pinchaba el serón a Platero en el moguereño
texto de Juan Ramón Jiménez. Los nuevos consumeros, sin
pino de Fuentepiña, preguntan:
—Jualincito, ¿tu madre
consumía?
Los nuevos consumeros, sin
Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol, preguntan
desde los sillones donde pontifican:
—Mayte, ¿tú consumes?
La madre de Jualincito
consumía gas, electricidad, suela de alpargatas en el
camino del Rocío, pepsi para lavarse los pies en el vado
del Quema. Pero a efectos del tomate sólo consumía
cocaína y somníferos, cual moras y claveles de Aguedilla,
la pobre loca de la calle del Sol.
Debe de tener Cristina
Narbona un lío semántico importante en su cabeza, porque
quiere la mujer acabar con el consumo de agua como si
fuera el «consumo» por antonomasia de los personajes
famosos sin causa justificada, los que salen mucho en la
tele porque salen mucho en las revistas y viceversa. Si
ese entusiasmo de Cristina Narbona contra el consumo de
agua se aplicara contra el consumo de estupefacientes,
aquí no había el menor problema de drogas. Lo del agua
de Cristina Narbona es como lo de la nieve con los
conductores. Cae una nevada gorda o medio diluvio, se
cortan las carreteras, se colapsan las autopistas,
quedan miles de automóviles atrapados, ¿y quién tiene la
culpa? ¡Los conductores! En cuanto caen cuatro gotas,
Protección Civil y Tráfico dan alarmantes avisos para
que no se saque el coche. ¿Hacer mejores carreteras,
tener previstas las avenidas de los ríos, no dejar
construir en las ramblas y regajos? Ah, no, de eso nada:
esto se arregla echando la culpa a los conductores y
prohibiéndoles que se metan en carretera con la que está
cayendo y, ojú, con lo negro que viene por allí.
No sé si retirar las
tropas de Irak primero y derogar el Plan Hidrológico
después o a la inversa, pero lo primero que hizo este
Gobierno surgido tras la muerte de 200 inocentes fue
lanzar un plan estrictamente antifranquista: aquí no se
hace un solo pantano más, ni un solo trasvase
Tajo-Segura. Como Franco hacía tantos pantanos, y los
inauguraba Paco Rana con Carmen Collares, ya sabe usted,
los pantanos son fachas. Lo progresista y moderno es
tener a los vecinos sin agua y a los agricultores sin
riego. Pero de los agricultores también se habla
poquito. El 70 por ciento del consumo de agua es con
lícitos y benéficos fines agrícolas. Pero eso no se
penaliza ni se, ¿cómo se dice?, desincentiva (anda que
la palabrita es para que la pronunciemos los tartajas...)
El difunto Plan Hidrólogo Nacional hay que suplirlo
duchándose menos, hasta que los sobacos canten La
Internacional. Esta Cristina Narbona, de muchacha, tuvo
que oír mucho a Pepe da Rosa: «La ducha, la cama y el
yes verigüé». Ya que no con la cama ni con el yes
verigüé, de momento quiere acabar con la ducha, qué
peste a bacalao, Manolo Barea...