LOS pobres
africanos que iban hacinados en los barcos negreros hacia
la cabaña del Tío Tom no eran tan esclavos como nosotros
de las normativas de la Unión Europea. No sé por qué los
estatutos reclaman tanta soberanía, si la cuchara del
mango de nuestra sartén, donde nos fríen los huevos, la
entregamos ya a Bruselas o a Estrasburgo. Lo digo por la
normativa europea que restringe los productos líquidos en
los equipajes de mano de los pasajeros de los aviones. Lo
que le faltaba a la T 4 de Barajas, a los retrasos de San
Pablo, a la longitud de maratón olímpica de El Prat eran
las colas de los atribulados pasajeros, esclavos de
Europa, parias de Bruselas, resignados, ¿qué digo yo como
corderos?, como indefensos judíos en campo de
concentración nazi. Los ves a los pobres, obedeciendo sin
rechistar, con una conformidad completamente Dachau,
despojándose de sus vestiduras, dejando en las bandejas de
los escáneres chaquetas y abrigos, y las bragas y los
calzoncillos porque aún no lo ordena Europa, que, si no,
nos quedábamos todos en el control como su madre trajo al
mundo al candidato de Ciudadanos por Cataluña.
Esa callada resignación de la cola
aeroportuaria, con las ropas quitadas y puestas en
bandeja, suena a Auschwitz, a documental sobre el
holocausto judío. La paciente mansedumbre de los que hacen
la interminable cola con sus pertenencias en la mano te
hace pensar que de un momento a otro van a decir por la
megafonía, con acento alemán:
-Ahora pasarán ustedes a tomar una ducha
antes de subir al avión.
Me extraña que esos pasajeros que se
amotinan por los retrasos de los vuelos baratos a Buenos
Aires no hayan todavía abierto la boca ante el altísimo
coste en tiempo, en pérdidas de vuelos y de negocios, en
nervios, en retrasos y en botellas carísimas de Rioja
tiradas a la basura que está teniendo la dichosa normativa
europea. La chica que se puso toda la crema cosmética en
la cara porque no podía llevarla en su equipaje de mano
protesta en la Facultad, pide la hoja de reclamaciones en
el Cortinglés, pone una carta al director sobre la factura
de Endesa, pero se vuelve una mansa ovejita, beeeeee,
cuando las normativas europeas se ponen a hacer perrerías
con ella en los aeropuertos.
El rímel, el desodorante que no nos
abandona, la media botellita de agua mineral, el frasquito
clásico de Álvarez Gómez, hasta el limpialentillas, todo
líquido es peligroso.
-Vamos, que cuando Curro Romero viaja en
avión tiene que meter en la maleta y facturar el tarro de
las esencias, porque si no, se lo tiran al contenedor.
Ya lo creo. Lo que más me gusta de este
entreguismo español ante Europa es la suprema
contradicción de la gasolina. No, no me refiero a la
huelga de gasolineras. Me refiero al carburante
incendiario de los famosos Chicos de la Gasolina. A los
terroristas callejeros al menudeo o por mayor de la
llamada y glorificada «izquierda abertzale». Usted no
puede pasar los arcos detectores de Barajas con 100
mililitros, 100, de Varon Dandy, pero los «héroes» del
pueblo vascongado pueden andar por ahí con sus botellas de
gasolina y sus artefactos explosivos, y no para llevarlos
desde Santurce a Bilbao a través del arco detector de
metales, sino para incendiar cajeros automáticos, quemar
autobuses y pegar petardos en las sedes de los partidos y
donde se tercie, y No Passssa Nada. Si a usted lo cogen
con 100 mililitros de Aqua Brava pasado el control
antiterrorista de Barajas, de Manises o de San Pablo, le
buscan un lío y de momento pierde el avión y quién sabe
por cuántas horas la libertad. Pero eso ocurre simplemente
en los aeropuertos. Si usted no es pasajero de Iberia,
sino viajero de la ETA hacia la negación de las
libertades, y lo cogen en Rentería o en Azpeitia no con
100 mililitros de perfume, sino con una botella de litro y
medio de gasolina, a la 1 de la madrugada, junto a un
autobús municipal o al lado de la casa de un concejal del
PP, No Passssa Nada, ni tiene usted que dejar nada en el
control. Usted no es un presunto terrorista, como todo el
que lleva la tarjeta de embarque de Iberia, sino un
animoso defensor de los derechos de Euskalerría a quien no
se le puede ni toser para no entorpecer el Proceso de Paz.