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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Giralda, de Fortaleza a Fe

A este paso, a Pablo Ferrand le van a faltar pavos que mandarme por Pascuas. Pues nuevamente debo elogiarlo. Sus reportajes en ABC sobre asuntos del patrimonio histórico y artístico son dignos de mención en la orden de plaza, lo que hago con gusto. El elogio, querido Pablo, es sin ojana de la calle Aduana y sin intenciones posteriores de recepción de pavo. Que una vez me mandaron uno y lo indultamos en plenas Pascuas de Navidad, enviándolo a La Pizana, encomendado a la ecologista Duquesa de Alba. Era un pavo cárdeno oscuro, de un pelo tan Pablo-Romero, tan Partido de Resina, que le pusimos de nombre El Pavo Romero. Pavo digno de indulto, por su casta y bravura. ¡Miraba con unos ojos de penita el pobre pavo cuando el chófer de Cayetana vino a recogerlo para llevárselo a La Pizana, mosqueado por cómo sonaban las panderetas! Y luego, cuando lo vimos allí, en el corral del cortijo, indultado, señor de las gallinas, ya entrado en años y en carnes, al pobre pavo se le caía el moco de agradecimiento. Que yo sepa, ha sido el único pavo indultado en las Pascuas. El único que ha muerto de viejo. Gracias a la Duquesa de Alba, que cada vez que se iba acercando la Navidad, en sus habituales visitas a la finca advertía enérgica a los caseros:
-Que no me entere yo que al Pavo Romero le ha pasado nada, y menos en estas fechas...
Ahórrese, pues, Pablo Ferrand el envío, en cuanto soy fundador de la Asociación contra la Pena de Muerte de los Pavos. Pero su reportaje sobre la simbología de la Giralda es digno de elogio, por lo que hace pensar. Es apasionante que todos los días aprendamos algo nuevo del pozo sin fondo que es Sevilla. Ciudad mágica, llena de incógnitas. Tan tornadiza y variable, tan poco convencida de sí misma, que tiene como símbolo una veleta. La restauración más importante que tuvo la Giralda en el siglo XX fue la de su nombre. Cuando yo era niño de la feligresía del Sagrario, la Giralda, vamos, el Giraldillo, no era tal: era la Santa Juana. Maese Alonso Ximénez nos devolvió la pureza de la Torre y de la Giganta y, con ellas, el nombre de la Giralda. Le quitó a la Giralda aquel mote corralero de Santa Juana que le habían puesto en el Corral de los Olmos. Nos devolvió la Fe Triunfante. Ahora Pablo Ferrand, divulgando las investigaciones de la profesora María Fernanda Morón de Castro en su estudio «La escultura del Giraldillo y su interpretación iconológica», nos revela que la Fe Triunfante fue algo tan sevillano como el vámonos que nos vamos de un cambio de opinión y de chaqueta sobre la marcha. La Giralda venía para Virtud de la Fortaleza, pero, hijo, se cruzó el Concilio de Trento y de prisa y corriendo tuvieron que echarle algo tan sevillano como un pasaministro: una manita de albero de simbología, para cubrir las apariencias, para hacer el paripé, todo tan de cara a la calle como nos gusta aquí hacer las cosas. La Giganta cumplió su función de veleta, como buena sevillana, plegándose a los vientos dominantes: ¿que con lo de Trento pega más ser Coloso de la Fe que Símbolo de la Fortaleza? Eso no es problema, hija, ahora mismito me visto yo de Fe Triunfante, verás lo guapa que voy a estar, y a la Fortaleza que le vayan dando...
Se olvidó la Giganta, tan sevillana, de su carné de identidad. A las señoras les marca la traición de la edad y a ella le dice el origen de su simbología de la Fortaleza. Sí, ya sé, la Giralda pensaría que Fortaleza suena a calle de Triana, que ella mejor iba a la moda tridentina de la Fe; vamos, como la muchacha de los ojos vendados de la cofradía de Montserrat, pero en bronce. Sevillanísima, la Giralda dio el pego, y, cobardona y falsa, se cambió la chaqueta de la Fortaleza por el qué dirán de la Fe. Pero su DNI lo canta. Ya saben: la Giganta tiene DNI. Lo enseña por la cara de poniente: «Turris Fortissima Nomen DNI». Ahí sigue pregonando Fortaleza, en el DNI del Proverbio 18 del Libro de la Sabiduría. Pero no se lo digan a nadie. Era mucho más conveniente lo de la Fe. Es lo único que nos va quedando de Sevilla: la fe en la ciudad. Por eso la Fe está en la torre más alta, para que nadie la toque y podamos seguir imaginando la ciudad que ya no existe. Dijo Unamuno: «La fe es crear lo que no vemos. Es lo que alimenta nuestro ideal». Verbigracia, soñar a Sevilla.

 

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