A
este paso, a Pablo Ferrand le van a faltar pavos que
mandarme por Pascuas. Pues nuevamente debo elogiarlo.
Sus reportajes en ABC sobre asuntos del patrimonio
histórico y artístico son dignos de mención en la orden
de plaza, lo que hago con gusto. El elogio, querido
Pablo, es sin ojana de la calle Aduana y sin intenciones
posteriores de recepción de pavo. Que una vez me
mandaron uno y lo indultamos en plenas Pascuas de
Navidad, enviándolo a La Pizana, encomendado a la
ecologista Duquesa de Alba. Era un pavo cárdeno oscuro,
de un pelo tan Pablo-Romero, tan Partido de Resina, que
le pusimos de nombre El Pavo Romero. Pavo digno de
indulto, por su casta y bravura. ¡Miraba con unos ojos
de penita el pobre pavo cuando el chófer de Cayetana
vino a recogerlo para llevárselo a La Pizana, mosqueado
por cómo sonaban las panderetas! Y luego, cuando lo
vimos allí, en el corral del cortijo, indultado, señor
de las gallinas, ya entrado en años y en carnes, al
pobre pavo se le caía el moco de agradecimiento. Que yo
sepa, ha sido el único pavo indultado en las Pascuas. El
único que ha muerto de viejo. Gracias a la Duquesa de
Alba, que cada vez que se iba acercando la Navidad, en
sus habituales visitas a la finca advertía enérgica a
los caseros:
-Que no me entere yo que
al Pavo Romero le ha pasado nada, y menos en estas
fechas...
Ahórrese, pues, Pablo
Ferrand el envío, en cuanto soy fundador de la
Asociación contra la Pena de Muerte de los Pavos. Pero
su reportaje sobre la simbología de la Giralda es digno
de elogio, por lo que hace pensar. Es apasionante que
todos los días aprendamos algo nuevo del pozo sin fondo
que es Sevilla. Ciudad mágica, llena de incógnitas. Tan
tornadiza y variable, tan poco convencida de sí misma,
que tiene como símbolo una veleta. La restauración más
importante que tuvo la Giralda en el siglo XX fue la de
su nombre. Cuando yo era niño de la feligresía del
Sagrario, la Giralda, vamos, el Giraldillo, no era tal:
era la Santa Juana. Maese Alonso Ximénez nos devolvió la
pureza de la Torre y de la Giganta y, con ellas, el
nombre de la Giralda. Le quitó a la Giralda aquel mote
corralero de Santa Juana que le habían puesto en el
Corral de los Olmos. Nos devolvió la Fe Triunfante.
Ahora Pablo Ferrand, divulgando las investigaciones de
la profesora María Fernanda Morón de Castro en su
estudio «La escultura del Giraldillo y su interpretación
iconológica», nos revela que la Fe Triunfante fue algo
tan sevillano como el vámonos que nos vamos de un cambio
de opinión y de chaqueta sobre la marcha. La Giralda
venía para Virtud de la Fortaleza, pero, hijo, se cruzó
el Concilio de Trento y de prisa y corriendo tuvieron
que echarle algo tan sevillano como un pasaministro: una
manita de albero de simbología, para cubrir las
apariencias, para hacer el paripé, todo tan de cara a la
calle como nos gusta aquí hacer las cosas. La Giganta
cumplió su función de veleta, como buena sevillana,
plegándose a los vientos dominantes: ¿que con lo de
Trento pega más ser Coloso de la Fe que Símbolo de la
Fortaleza? Eso no es problema, hija, ahora mismito me
visto yo de Fe Triunfante, verás lo guapa que voy a
estar, y a la Fortaleza que le vayan dando...
Se olvidó la Giganta, tan
sevillana, de su carné de identidad. A las señoras les
marca la traición de la edad y a ella le dice el origen
de su simbología de la Fortaleza. Sí, ya sé, la Giralda
pensaría que Fortaleza suena a calle de Triana, que ella
mejor iba a la moda tridentina de la Fe; vamos, como la
muchacha de los ojos vendados de la cofradía de
Montserrat, pero en bronce. Sevillanísima, la Giralda
dio el pego, y, cobardona y falsa, se cambió la chaqueta
de la Fortaleza por el qué dirán de la Fe. Pero su DNI
lo canta. Ya saben: la Giganta tiene DNI. Lo enseña por
la cara de poniente: «Turris Fortissima Nomen DNI». Ahí
sigue pregonando Fortaleza, en el DNI del Proverbio 18
del Libro de la Sabiduría. Pero no se lo digan a nadie.
Era mucho más conveniente lo de la Fe. Es lo único que
nos va quedando de Sevilla: la fe en la ciudad. Por eso
la Fe está en la torre más alta, para que nadie la toque
y podamos seguir imaginando la ciudad que ya no existe.
Dijo Unamuno: «La fe es crear lo que no vemos. Es lo que
alimenta nuestro ideal». Verbigracia, soñar a Sevilla.