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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El ojanámetro

El hijo de un amigo que con otros tres telecos en paro montó su empresita propia de nuevas tecnologías, harto de ser mileurista y de reciclar contratos basura, iba a Madrid a conocer las novedades tecnológicas del SIMO. Y le encargué:

-- Mira a ver si han inventado ya el ojanámetro, y si es así, me compras uno que sea medio buenecito.

Estaba ilusionadísimo con que de este SIMO no pasara que yo pudiera tener mi ojanámetro. Como cualquier sevillano de nuestro tiempo, tengo ordenador, línea ADSL, correo electrónico, teléfono móvil, todas las nuevas tecnologías. Y ni te hablo de la edad media de las viejas: vídeo, contestador automático o televisor de plasma, para mosqueo de mi gato Remo, que desde que pusimos el televisor extraplano no se puede poner el hombre a dormir la siesta calentito encima del televisor, como una muñequita de Marín en peludita versión gatuna. Tengo todos estos archiperres, pero no acabo de conseguir, ay, el más necesario para Sevilla: el ojanámetro. El Joven Teleco (que suena a Grecia clásica) me llamó cuando volvió del SIMO:

-- Oye, que he preguntado en la Sony y en la Hewlett Packard, por todas partes, y ni los americanos, ni los chinos, ni los suecos conocen eso del ojanámetro. Cuando les preguntaba por el ojanámetro, ponían una cara de rara...

Y tan rara. Como no son de aquí y no saben que la ojana sevillana es hasta ahora inconmensurable, y urge un aparato que la mida. Si fueran de aquí, pedirían, como formalmente solicito, que la fundación de Gonzalo Madariaga o la de Javier Benjumea patrocinen la investigación que conduzca a la invención del más que necesario ojanámetro. ¿Qué es el ojanámetro? Pues un aparato para detectar y medir con exactitud la ojana sevillana. Con el que usted, cuando se encuentre por la calle con el ojanetoso de turno, pueda saber si es verdad o falsía lo que le dice de lo bonita que es la chaqueta que lleva, lo que le gusta su corbata y lo guapa que estaba el otro día en una boda su hija de usted. O si todo, por el contrario, es ojaneta de la Barqueta, ojaneta de manigueta y de incienso de la naveta, ojana de La Campana, ojana sevillana, ojana de Triana de la Velá de Santa Ana.

El más que necesario ojanámetro debería ser como el aparato que en La Pasarela mide la contaminación del aire, pero de bolsillo. Un aparato que lo pongas en un sitio, oiga las voces del tendido y te diga de momento si allí hay ojana o por el contrario hay un bien tan escaso en Sevilla como la sinceridad y la verdad. Si, cosa rara, el aparato da ojaneta negativa, no hay más que hablar.

-- Está usted ante un señor de por ahí fuera, claro, no con un sevillanito de la guasa...

Pero si el aparato da ojaneta positiva, debe contar con un dispositivo, ora digital, ora analógico, que mida los grados de ojaneta del tío, al modo del alcohol en la sangre cuando la Guardia Civil nos hace soplar el canuto. Sería la tasa de ojaneta. No esto de ahora de que cuando te enteras de su jangá, sólo puedes decir: "!Qué tío más falso!" El ojanámetro mediría científicamente lo falso que es el tío. Necesitamos algo como el polígrafo de la máquina de la verdad de la tele, pero en portátil. Polígrafo como bolígrafo. Que se pudiera llevar y examinar con él a quien se dice nuestro amigo y que describiendo círculos de asombro en el aire, con los dedos índice y anular de la mano derecha juntos, exclama por su boquita de cangrejo:

-- ¡Lo tuyo, inmenso! ¡Enorme! ¡Gloria bendita! Lo que yo te diga...

-- Lo que yo te diga, no: lo que me diga el ojanámetro, que me acaba de confirmar, como me temía, que todo lo que has dicho es falsedad de adulación y cobardía. ¿Pero no estás viendo, so mamón, que el ojanámetro me dice que tienes una tasa de falsedad del 89,32 por ciento?

El único problema del ojanámetro es que no sé yo si los americanos, los chinos o los japoneses iban a saber fabricarlos de modo que resistieran a las altas tasas habituales en la Muy Falsa y Cobardona Ciudad de Sevilla. Porque como metieran el ojanámetro en un sitio que yo me sé y que usted se malicia, se le saltaban los plomos y tenían que llamar a los bomberos.

 

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