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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El tío de la excavadora amarilla

NO, no es una excavadora grande, de las que parecen monstruos prehistóricos con su cuchara articulada, rebanadora de albero en Los Suelos Que Perdimos. Por cierto, antes que se me olvide. Antier noche, en la iglesia del Convento de Santa Inés, donde la abadesa Sor Clara pisa millones y resiste la tentación de las nuevas y rentables desamortizaciones eclesiásticas que mandan a las monjas al Aljarafe y se quedan con los conventos. Antier noche, decía, Alvaro Pastor Torres presentó su libro «La muchacha de bronce de Sevilla», que les recomiendo. En un ambiente tan de Maese Pérez el Organista que no sabías si se presentaba un libro o iba a empezar la Misa del Gallo, dijo el presentador Manuel Jesús Roldán que en Los Suelos Que Perdimos están poniendo a Sevilla como si la delegada de Urbanismo fuera Isabel Preysler: Porcelanosa total. Entre Porcelanosa y Ferrero Roché, matizo. Si la Avenida va de Porcelanosa y oro, la Plaza del Pan es ya Ferrero Roché, en la novelería cursi, derrochona y cateta a la que llaman modernidad.
Pero íbamos por la excavadora, antes que nos metiéramos en los bollitos de Santa Inés. La excavadora que digo no es grandota y mastodóntica, sino tamaño cadete. Es la máxima culpable del follón circulatorio de Sevilla. En Madrid sabes que si a las 8 de la mañana te metes en la M-30 o en la A-6, embotellamiento seguro. En Sevilla, no. En Sevilla es más divertido. Como una lotería o la Primitiva del simpático perro Pancho que cobra su premio y se lo gasta en perras callejeras en el Caribe. En Sevilla nunca sabes dónde ni cuándo te encuentras el embotellamiento. Están, sí, los clásicos: entradas desde el Aljarafe, carretera de Utrera, Glorieta de San Lázaro, etc. Pero son los menos. Esos están localizados en tiempo y en espacio. Los peores son los asilvestrados, los que están fuera de programa. Eso de que a las 5 de la tarde, un poner, te encuentras embotellado el Muro de los Navarros. O que a las 11 de la mañana la cola de coches de Santa María la Blanca llega hasta la Cabeza del Rey Don Pedro.
Ya sé por qué ocurre esto del embotellamiento loco e imprevisible: por culpa del tío de la excavadora. Una excavadora pequeñita, amarilla. Siempre amarilla. Manejada por un tío de casco y chaleco reflectante, que lleva una valla, también amarilla, en la breve cuchara de la excavadora. ¡No tiene peligro ni ná el tío de la excavadora! Mucho más que una espasnúa. Están, por un lado, las grandes obras, que si el Metro, que si el Tren Playero al que llaman tranvía, que si el Por Saco del Carrilbici... Eso no tiene la menor importancia. Lo peligroso es el tío de la excavadora.
Está La Pasarela así de coches, ¿no?, a las 9 de la mañana. Bueno, pues viene el tío, y sin encomendarse ni a Monteseirín ni a Carrillo, llega con su excavadora amarilla, baja la valla que lleva en la cuchara y la plantifica justo al lado de la Fuente de las Cuatro Estaciones, tapando dos carriles de circulación de los coches que vienen de la Ronda hacia El Caballo. Colocada la valla, coge, pone allí la excavadora...
—Y se lía a hacer la zanja.
—No, se lía con la viena y el chopepó, que es la media hora de bocadillo...
El follón de coches que se forma no es para descrito: pitazos, Sinfonía para Claxon y Totus Tuus... Y el tío, como si nada, se pone allí tras su valla amarilla, dale que te pego, con toda la parsimonia, a hacer una zanja por las mismas razones que el tranvía con que se ha emperrado el alcalde: nadie sabe por qué ni para qué. Y cuando ya ha acabado de fastidiar la marrana en La Pasarela, coge el tío, pum, pum, pum, y se va al Paseo Colón, y plantifica la valla delante de la Torre del Oro, y, hala, a hacer otra zanja. Ayer de mañana lo vieron por la capilla de Los Negritos, y luego, delante del Hotel Macarena. Por la tarde colapsó él solito Reyes Católicos y cuando remató la faena, se fue a La Magdalena y no quiero ni contarte la que lió delante de la salida del aparcamiento de las antiguas Galerías. Hoy... nadie sabe por dónde puede aparecer, ni a qué hora.
El alcalde mandará mucho en el Ayuntamiento, pero en este peligrosísimo kamikaze, en el tío de la excavadora amarilla, no manda nadie más que sus santos... eso-que-dijimos.

 

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