LO
habrán oído cien veces, que suena a copla del
centenario de Concha Piquer. La historia del mimoso
discurso de la madre que al alba llega al cuarto de su
hijo, enciende la luz, abre la persiana, lo despierta
de entre las calientes sábanas y con arrumacos le toca
la cariñosa diana:
-Anda, hijo, levántate
ya, que son las 8 y a las 9 tienes que estar en el
colegio. Sí, ya sé que no te gusta estar con esos
niños, pero es tu obligación. Anda, tú tienes que ser
valiente, mi cielo, no dejes que esos niños se metan
contigo, hijo mío, ni que te peguen. Verás cómo una
vez que estés allí te gusta. ¡Además, hijo, no tiene
más remedio que ir al colegio, puñetas, porque tienes
35 años y tú eres el maestro, así que déjate de
cuentos y levántate de una vez, imbécil!
Es el mundo al revés de
la crisis de valores. Los maestros les tienen pánico a
los alumnos. Los padres a los que antes llamaba el
maestro para que les leyeran la cartilla a los niños y
los castigaran en casa, ahora denuncian al profesor
para que lo expediente la Delegación de Educación.
¿Dónde está ahora la autoridad del enseñante? Está
clarísimo: en el Estado. Quien tiene la palmeta no es
el maestro, ni mucho menos los padres en casa: es el
Estado. Que ha puesto en manos del Gobierno esa
palmeta discernidora del bien y del mal. El maestro
cada vez manda menos en la escuela, pero el Gobierno
cada vez manda más en nuestra intimidad. Lo dijo
divinamente monseñor Fernando Sebastián en la
entrevista de ABC: «He oído decir a alguno de nuestros
dirigentes que el Gobierno no sólo venía con una
misión política, sino con una misión educativa, y me
puse a temblar».
Si monseñor Sebastián se
puso a temblar, a servidor le entraron ganas de
preguntar a qué hora salía el primer avión para
Estados Unidos o un país verdaderamente libre, donde
el Gobierno no se te meta en la salita de tu casa y te
diga qué debes hacer. Que se mete cada vez más en tu
vida privada. Dentro de nada no podremos llamar a la
Telepizza, porque el Gobierno dirá que la Margarita no
sé qué y la Cuatro Quesos no sé cuántos. El maestro no
puede ni toserles a los niños, pero este
Gobierno-Maestro, este Maestro Ciruela, ya nos ha
quitado de las hamburguesas XXL y ahora va por la
Doble Whopper. Del tabaco ya nos quitó. Como los
viejos maestros castigaban a los niños que se metían
en los retretes o en un rincón del recreo para fumarse
un cigarrito a escondidas, el Gobierno-Ciruela se mete
en nuestra libertad de irnos matando poco a poco como
tengamos por conveniente. Nos dice a qué velocidad
hemos de ir por la carretera, nos prohíbe hablar por
el teléfono móvil. Nos quita los puntos y nos deja sin
recreo. Este Gobierno-Ciruela, maestro represor con
voluntad perversa, se nos mete hasta en el cuarto de
baño. Cuidadito con el agua que consumimos en la
ducha, que como nos pasemos de la media, dice la
maestra, digo, la ministra de Medio Ambiente que nos
vamos a enterar...
Y de la Educación para
la Ciudadanía, ni te cuento. Esa asignatura no es
solamente curricular y escolar. Todos los aparatos del
Estado y sus terminales mediáticas se aplican en
llevarnos por el buen camino de lo políticamente
correcto. El Manifiesto del PSOE en el Día de la
Constitución, ¿qué es, sino una clase práctica de
educación para la ciudadanía de ellos? Métodos
dictatoriales para mostrarnos el recto camino, que no
puede ser otro que el laicismo. De momento quitan los
belenes y los villancicos de San José y la Virgen en
los colegios, pero de aquí a nada prohibirán que usted
pueda cantarlos en su casa, con una botella de anís
Machaquito y una cuchara para hacer el son de los
campanilleros. Ni el maestro ni los padres tienen
autoridad alguna porque el Gobierno-Ciruela ha
rebañado todo poder y mando para meterse en nuestras
vidas y en nuestras casas. El BOE está lleno de «niño,
no hagas eso; niño, eso no se dice». Como Gran
Maestra, la Gran Madrastra de Blancanieves, María
Teresa Fernández de la Vega sale cada viernes al
término del Consejo de Ministros y nos anuncia que si
no hacemos lo que dice el Gobierno-Ciruela, se nos va
a caer el pelo. Contra lo que parezca, yo estoy
encantado con este sistema represor. Lo miro por el
lado positivo. ¡Te rejuvenece tanto creerte que aún
sigues en la escuela!