El ministro de Defensa firmó en el Real Observatorio de la Armada, en San Fernando, un convenio para que la Marina proporcione la fecha y hora oficiales de España a la Real Casa de la Moneda, a efectos de la certificación de firma electrónica y de las transacciones telemáticas. Así que ya lo sabe usted: cuando oiga por la radio el pí, pí, pí de las señales horarias, observará que van más a compás que nunca, al tres por cuatro del son de chirigota y del coro en la plaza. Del coro de Puerto Real, con la voz del Rorro. Estará sonando la hora de Cádiz para toda España. Algo tan dieciochesco como el Observatorio de la Armada, donde parece que te vas a encontrar con la peluca de un virrey que va a tomar café con la casaca de un héroe de Trafalgar, se mete por las modernidades de los interneses y los esemeses.
Tiene un inconveniente la hora de Cádiz, y lo advierto. Cádiz parece tener un reloj blando de Dalí. La vida es más reposada, más amable, más tranquila, con otro tempo: andante ponientoso o levantoso, según los vientos. Ni tan puntual como los ingleses ni tan estresada como los madrileños. Los relojes de Sevilla dicen fugit tempus, que corre que se las pela. Los relojes de Gordillo matizan en Cádiz: «Los hombres no somos escopetas, picha, no corras, que es peor». En este mundo de prisa la hora de la firma electrónica según Cádiz significará que el minuto y el segundo, con la vieja sabiduría gaditana, te dirá: «No te lo tomes tan a pecho, picha; total, para cuatro días que vamos a vivir...» Por eso los actos en Cádiz empiezan más tarde y duran más que en ningún lado. El reloj de la hora de Cádiz es un jartible. Sin prisas. Por aquello de los negritos de La Habana, Fidel Castro, por ejemplo, da discursos a la gaditana: tres horas. Como cualquier acto gaditano que se precie, los eventos más jartibles del mundo.
Espero que la hora de Cádiz no haya sido sincronizada con el reloj de brillantes de mi querida Rocío Jurado. Siempre sostuve que en el mundo había diversos husos horarios: el Meridiano de Greenwich, el Meridiano de Tokio...y el Meridiano Mohedano. El Meridiano Mohedano es que Rocío llegaba a los sitios una horita u horita y media más tarde. Siempre. Los gloriosos recitales de Rocío en su auditorio de La Cartuja o en el Teatro Pemán empezaban a las 11 de la noche... por el Meridiano Mohedano. Que eran, más o menos, las 12 o las 12 y media. Claro que también terminaban por el Meridiano Mohedano. Hasta las 4 de la mañana estaba dando gloria bendita de arte por esa garganta privilegiada.
Y deseo que la hora de Cádiz tenga la corrección de minutos de aquel famoso artículo de Pemán, el único gaditano que iba con reloj a la playa de la Victoria, por lo que todo el mundo le preguntaba la hora que era. Pemán, deseoso de hacer feliz a la gente, decía la hora que le parecía que más favorecía a quien se la preguntaba. Al que tenía que aguantar a la suegra le decía que ya era la hora de ir a almorzar, las 3. Y a los novios que estrenaban caricias les decía que todavía les quedaban tres horitas para arrullarse, las 11. Ojalá, arte gaditano, la hora oficial de España haga sola estas correcciones pemaniano-playeras de la felicidad. Y al que tenga que saldar un pagaré le dé dos días más para buscar el dinero: «Que no, picha, que hoy todavía estamos a martes y para pagar tengo hasta el jueves, ¿no ves que lo pone aquí la fecha y hora oficial de Cádiz en la firma electrónica, joé?».