La
delicada y servicial amiga loreña que una vez, por
mayo, me trajo al escritorio la primera magnolia
florecida en Tablada y que con la caducidad de su
olor y su carnosa blancura me dio el discurso de la
brevedad de la belleza de las efímeras flores de la
eterna Sevilla, me llevó luego, sabedora de mi
devoción por los gatos, a la colonia felina que vive
junto a su casa, en el conjunto 18 de la mairenera
Ciudad Aljarafe. Aquello es un Coliseo romano-aljarafeño,
donde una pandilla estable de docena y media de
gatunos maravillosos son los más felices del mundo,
atendidos por María del Carmen Morales, una solícita
vecina amante de los animales, que los cuida y mima,
les da de comer y de beber, les busca cobijos para
los días de lluvia y yacijas para sus noches de
frío. Más de una vez me he acercado a Ciudad
Aljarafe para admirar esas vivientes Estatuas de la
Libertad que son los gatos a sus anchas: lindos
romanos, negritos, blanquinegros, de torera color
albero, gatusonas moriscas. Y hasta les he llevado
pienso gatuno gaditano, que Quico Zamora me envió
para Rómulo y Remo en un cargamento de comida
natural hecha con el romanísimo pescado de las
salazones de Baelo Claudia.
Es un espectáculo ver
a Carmen Morales cuando sale de su casa con el
pienso para los gatos y su felina tropa le forma la
guardia y le presenta armas, con sus colas enhiestas
y sus arqueados lomos, pasándose cariñosamente por
sus piernas. Carmen llama a cada gato por su nombre.
Sabe su historia, su linaje, sus manías, sus
grandezas. Allí recogimos una mañana a Esmeralda,
una linda y hermosa gata atigrada cuatreña, de ojos
verdes, que no hacía buenas migas con la tropa
jardinera, porque venía de señora de piso,
abandonada por quienes creen que estos animalitos no
tienen capacidad de sufrimiento. Como Esmeralda era
la Dama, los callejeros no querían nada con ella.
Era como una gran señora venida a menos, con la
elegancia de la grandeza perdida. Por eso nos llamó
Carmen para que mi litergato Remo buscara un hogar
de acogida a la señorona. Y con Moisés del Castillo,
protector de los gatos y de sus mascotas humanas, lo
halló al punto en la colonia hogareña de su casa de
Alcalá de los Panaderos.
Carmen Morales, en
estos días de los mejores deseos, está desolada, a
punto de depresión. El Ayuntamiento de Mairena la ha
conminado oficialmente a que deje de hacer la obra
de misericordia gatuna de dar de comer a los
hambrientos felinos de Ciudad Aljarafe. Cita el
Ayuntamiento la Ordenanza Municipal de Tenencia de
Animales, por cuyo articulo 95 prohibe «proporcionar
alimentos en la vía pública y solares a animales de
compañía, aves y animales vagabundos.» Y dice luego
el Ayuntamiento en su oficio algo insólito, como de
chiste de Lepe, pues razona: «Aun teniendo buenas
intenciones, la alimentación en la vida pública de
animales vagabundos suele traer consecuencias
negativas para la higiene y salud de los ciudadanos.
Dicha actuación da lugar a la aparición de residuos,
orines y excrementos, y plagas urbanas,
principalmente roedores». ¡Joé, qué portento!
¡Marchando una de Guinness Book para Mairena del
Aljarafe! ¿Pues no que en Mairena, para cumplir sus
ordenanzas municipales, los gatos hacen que
aparezcan roedores? Yo creía que los gatos acababan
con los ratones, pero en Mairena debe de ser al
revés. A pesar de lo cual, el Ayuntamiento insta a
Carmen Morales a que no dé de comer más a sus gatos,
a los que espera, ay, el oscuro destino del
Zoosanitario, tristes campos de concentración animal
donde siguen existiendo la cámara de gas y la pena
de muerte para gatitos y perros.
Desde aquí, con todo
respeto, Remo intercede en tiempo y forma por sus
congéneres felinos ante el señor alcalde de Mairena
del Aljarafe. Y le invita a que visite la colonia
maravillosa de los gatos aljarafeños de Carmen, que
no son vagabundos, sino fijos de plantilla. Y que en
vez de perseguirlos, haga como otros ayuntamientos
con sensibilidad para los animales: que en
colaboración con el Colegio de Veterinarios,
programe la vacunación, desparasitación y
esterilización de esta colonia felina callejera y
estable, que no vagabunda. Así lo hacen en Cádiz,
donde, en su Cuna, viven felices varias colonias de
las vivientes Estatuas de la Libertad que son los
gatos.