VOLVAMOS
al tranvía, del que el otro día nos bajamos en
marcha, con el mote de catenaria que les han
puesto a los cables de "¡Al cielo con Ella!" y con
el nazareno descalzo del dedo gordo del pie metido
en la vía, camino de las cocheras. Eso: ¿dónde
están las cocheras del tranvía? Sabemos dónde
están las del Metro, y dónde las antiguas cocheras
de los tranvías. En la Puerta Osario, convertidas
en refugios municipales tras la riada del
Tamarguillo de 1961. Donde vivió de niño el mito
bético Rafael Gordillo, quien en su vía crucis de
vecindad por Sevilla refleja el éxodo de su
generación. Gordillo llegó a Sevilla de niño, hijo
de unos emigrantes, y pasó por el corral, por la
riada, por la ruina inminente del patio de
vecinos, por el desahucio, por el refugio
provisional y por el piso sindical. Como más de
120.000 sevillanos, la familia de Gordillo pasó
por el purgatorio de los refugios antes de que
Gregorio Cabeza le diera un piso sindical en el
Polígono de San Pablo. La estrella del Polígono
tuvo que serlo antes del refugio provisional de la
cochera de los tranvías.
El tranvía nos hace
evocar aquella Sevilla. Que no será de Elia Kazan
y de Marlon Brando. De «Un tranvía llamado deseo»,
nada. Salvo el alcalde, nadie lo desea. Será «Un
tranvía llamado nostalgia». Y para Don Zoido, «Un
tranvía llamado Monumento al Disparate». Ya que se
están gastando tanto dinero, algo debían destinar
a la reedición del libro «La Sevilla de los
tranvías», de Emilio Jiménez Díaz, para que las
nuevas generaciones supieran que en Sevilla hasta
eso del Metrocentro está ya inventado. ¿Será por
tranvías? Sevilla tuvo hasta tranvías de mulas. Y
hay que ser muy mulo para creer que un trenecito
turístico de 1.400 metros de recorrido es un medio
de transporte, cual aquellos utilísimos tranvías
que desaparecieron por lo mismo que ahora vuelven:
como signo de modernidad y progreso.
Y para renovar la
tradición, invito a los padres sevillanos a que
lleven a sus hijos a que los abuelos les hablen
del tranvía. Los sevillanos puretones son
depositarios de la tradición y cultura populares
del tranvía, que debemos rescatar y conservar.
Pero que no se entere la Junta, que entonces va y
crea, al flamencológico modo, la Agencia de
Protección de la Cultura del Tranvía, y coloca
allí por lo menos a doscientos paniaguados con el
carné en la boca. Cuando circulen los tranvías,
los abuelos deben enseñar a sus nietos a tirarse
en marcha; a viajar en el estribo para ir al
fútbol; a birlar al revisor cuando venga picando
los billetes; y a los ya mayores y picardeados, a
poner un rabo en la bulla de la plataforma.
Debemos recuperar la tradición infantil de viajar
en los topes. No había tranvía que no fuera hacia
Triana o hacia el Cerro sin dos chiquillos
reguinchados del tope. Y del trole, ni te cuento,
qué maravilla. Hay que fomentar la gamberrada
infantil de ir por detrás del tranvía
sigilosamente y, ¡zas!, coger la maroma del trole,
jalarla y sacar del cable la ruedecita que recibe
la electricidad.
Para que los
chavales se vayan entrenando en la cultura del
tranvía, los abuelos deben ir desde ahora mismito
enseñándolos a jugar con las monedas en las vías.
¿Quién será el primer niño sevillano que ponga una
moneda en la vía, para que a su paso el primer
tranvía se la deje laminada y calentita,
calentita, calentita?
-La de perras gordas
que ha tenido que poner usted de chiquillo en la
vía del tranvía...
Fortunas enteras he
puesto yo en la vía del tranvía, en la Avenida,
delante de la sastrería del alfayate. Esas perras
gordas laminadas por las ruedas eran, además,
magníficas para que, haciéndoles un agujero con
una puntilla y un martillo, sirvieran como tope
final de la guita del trompo.
¿Laminará el tranvía
las monedas de 20 o 50 céntimos de euro igual que
dejaba de planchadas las nuestras de 5 o 10
céntimos de peseta, las perras chicas y las perras
gordas? Y si se pone ahora una moneda de euro en
la vía, ¿qué pasará?
-Ni se le ocurra,
usted... Tal como están hechas y puestas las vías
de malamente, con las prisas de las elecciones, si
un chiquillo pone un euro para que se lo planche
el tranvía, seguro que descarrila