MI
amiga Victoria es bética confesa, aunque
según el tópico populista no le pega
nada. Como gran parte de los que
sentimos esa fe futbolística como una
filosofía o un unamunesco sentimiento
trágico de la vida, raras veces ha
puesto su lindo pie en el campo del
Betis. Todo lo más ve algún partido por
la tele. Su militancia es de domingo por
la noche. De preguntar cómo ha quedado
el Betis. Para acto seguido, cuando le
dicen el resultado, volver a preguntar:
-¿Y contra
quién jugábamos?
Esta vez,
como lo televisaban, sí vio el Betis-Sevilla.
Y como vio el partido, le sorprendió
mucho más, días más tarde, la pajarraca
que vio que estaba formada entre ambas
directivas de los dos clubes sevillanos,
cuyos presidentes, consejeros y otros
figurones al uso se llamaban
públicamente de todo. No entendía nada.
Había visto que el partido se jugó con
la tensión de siempre, manque sin
incidentes. Y como no comprendía los
insultos van y denuestos vienen entre
nidistas y loperianos, me llamó para
enterarse de la causa, vamos, como si yo
fuera José María García. Se la expliqué
como mejor pude y supe. Le expliqué los
tira y aflojas de la entrega de la
reproducción del monumento a la afición
bética, en eso que ahora llaman «el
escenario» y que lo mismo sirve para un
roto que para un descosido. El
«escenario» famoso es tanto el que se
abre tras la rebaja de condena al Juana
Chaos como un paisaje de antepalco con
busto de dueño del club o de Copa del
Rey.
Y cuando
mi amiga se empapó bien enterada de la
causa de la crisis, me dijo,
consternada:
-¿Pues
sabes lo que te digo, y mira que soy más
bética que el escudo? Que los dos
presidentes y las dos directivas son
impresentables. La fama de una ciudad no
se merece estar en las manos que está...
Hizo un
silencio, y como si se le hubiera
escapado una palabrota o un insulto,
¿qué digo yo?, de directivo de
antepalco, se excusó:
-¡Uf, lo
que he dicho!
-¿Qué, si
lo que tú dices lo pensamos todos?
-No, que
te he dicho que Sevilla no se merece
estar en las manos de los presidentes de
fútbol que está, pero eso habría que
ampliarlo bastante, a toda España.
-¿Cómo a
toda España?
-Sí, que
el fútbol no tiene por qué ser una
excepción. Mira, no es eso que dicen que
los toros reflejan a España, no. Lo que
la refleja bien es el fútbol. Los niños
pobres, que antes querían ser como
Currito de la Cruz para hacerse ricos,
ahora quieren ser Ronaldiño. Esto te lo
he leído a ti en una entyrevista en
«Aplausos» el otro día: antes se hacía
uno torero para ser rico y ahora hay que
ser rico para hacerse torero. ¿Qué te
estaba diciendo? Ah, sí, que el fútbol
no tiene por qué ser una excepción. Al
Sevilla y al Betis los dirigen dos
impresentables, pero, ¿y todo lo demás
de España, no es lo mismo? ¡En manos de
quién estamos!
-¿En qué
manos?
-¡En un
horror de manos! Los españoles debemos
de ser malísimos, o haber cometido un
pecado muy grande. Si los pueblos tienen
los dirigentes que se merecen, pues ya
me contarás qué hemos hecho nosotros
para merecer no sólo a esta gentuza del
fútbol, sino a estos alcaldes, a estos
jefes autonómicos, a estas ministras, a
ese nuevo, Bermejo, ojú, a este
presidente del Gobierno. Puede que
hubiera uno suelto, o dos, pero ¿te has
fijado el grado de maldad y de
incompetencia que reúnen al mismo tiempo
tantos y tantos? Tú que has leído más y
sabes más, dime: ¿han sido así siempre
las cosas en España? ¿Ha estado siempre
España en manos de una partida de
papafritas impresentables como la que
padecemos ahora? Porque si sales del
Gobierno y te metes en la oposición, es
para llorar. Y si de la oposición te vas
a los intelectuales, de pena, ¿dónde
está su independencia frente al poder?
¿Y los que están al frente de las
grandes empresas, dónde me los dejas? ¿Y
del Poder Judicial y de los jueces, que
me dices?
-Pues lo
mismo que tú, Victoria: ¡en manos de
quién estamos!