Hasta
ahora lo único que funcionaba
perfectamente en España, como un
reloj suizo, por encima de los
cambios de gobierno, de las
circunstancias políticas, del
sectarismo y de la demagogia
progre, eran dos cosas: el
Cortinglés y el Ave. Ea, pues ya
sólo nos queda el Cortinglés,
porque la grúa y la viga de un
paso elevado en construcción
pegaron el pellejazo del siglo
contra los cables del Ave
(catenaria les llaman de mote) y
adiós, pampa mía. Le pasa al Ave
como a la salud o al teléfono
móvil: que no nos damos cuenta
de lo que valen hasta que se
pierde. La mejor demostración
son las imágenes de las caritas
de los viajeros colgados en las
estaciones. Los viajeros que
precisamente eligieron el Ave
porque es y seguirá siendo el
medio más seguro y exacto para
bajar desde Madrid a Andalucía o
para subir a la Corte. Confianza
que ayer quedó cortada con la
puñetera grúa y con la viga en
el ojo propio, en el punto
kilométrico 12,800, a la altura
de un pueblo con nombre de
zarzuela: Gavilanes.
No
somos nadie. Ni del exactísimo y
puntualísimo Ave podemos fiarnos
ya en esta España cada vez más
rarita y absurda, donde todos
tenemos agotada la capacidad de
asombro. Lo del Ave de ayer, con
Santa Justa acolapsá por miles
de criaturitas y las taquillas
de Atocha mucho más empatadas de
lo habitual, que ya es decir,
parecía como una broma del día
de los Inocentes, por increíble.
Pero no era tal, aunque sí
relacionada con la fecha del
calendario litúrgico.
¿Saben qué fue todo? Pues el
Miércoles de Ceniza del Ave. La
imposición de la penitencial
ceniza sobre el morro del Ave.
La meditación sobre la brevedad
de la vida y las postrimerías
del hombre aplicada a nuestro
orgullo de reyes de la creación
y dominadores de las técnicas de
la modernidad y el progreso.
¿Tú, qué, que te crees que eres
el más importante del mundo con
tu maletín de trincar la tela,
tu traje de Ermenegildo Zegna y
tu corbata de Hermés, camino de
Madrid en el Ave, hablando por
la motorola en tu asiento de
clase club y con el ordenador
encima de la mesita con los
números de la cuenta de
resultados? Ea, pues ahí la
tienes, toda para ti, enterita,
la ceniza del Ave en forma de
grúa y viga que cortan la vía y
te fastidian la agenda del día,
te impiden el almuerzo en Jockey
y la reunión en el ministerio:
«Memento homo quia pulvis es et
in pulverem reverteris». La
ceniza de la cremación de los
viejos ramos y olivos del
autobús y la maleta amarrada con
guita en lejanas estaciones de
frío y niebla, impuesta sobre tu
altiva frente triunfadora de
euríbores y ampliaciones de
capital, toma ya, para que te
enteres cómo eran los viajes de
tus padres cuando estudiantes,
cómo los de tus abuelos cuando
llegaban a buscar trabajo a la
ciudad, hartos del campo.
Cae la ceniza sobre la
incertidumbre del viaje. Cae la
ceniza sobre lo que se tarda en
llegar a Sevilla, como la
pregunta de la madre de los
Machado camino de Francia en la
derrota de la guerra. Cae la
ceniza sobre los relojes, que
vuelven a un tiempo antiguo,
cuando el exprés salía de
Sevilla a las 11 de la noche y
no llegaba a Atocha hasta bien
pasadas las 8 de la mañana.
Y
junto a la teología de la
lírica, la guasa. El Ave es tan
perfecto que la avería no puede
ser del Ave, ni de la Renfe. En
todo caso es de la ADIF, vaya
tela el nombrecito, la
Administración de
Infraestructuras Ferroviarias,
que se ocupa, como el cante
flamenco, de «las cosas de la
vía». La ceniza cae sobre la
memoria del Melu de Cai y la
avería eléctrica del barco
«Poeta Arolas» que llevaba en
peregrinación a La Meca a los
moros notables del Protectorado
de Marruecos. Cuando se fue la
luz en todo el barco y El Melu,
enrolado como mecánico sin idea
de electricidad, tras hacer como
que revisaba la instalación con
unos alicates, llegó al puente y
le dijo al capitán: «Don
Fernando, esta avería del barco
no es; esto tiene que ser de la
Sevillana». Lo del corte de la
vía del Ave, de la Renfe no es;
tiene que ser de la empresa de
la viga dichosa. Empresa que
hasta tiene nombre como de
latinajo de Miércoles de Ceniza:
«Corsan Corviam... et in terra
remaneris». Todo pasa por la
chorrada de la aplicación
políticamente correcta de la
tontería del lenguaje no sexista
al calendario litúrgico. En el
Ave ayer fue Miércoles de
Ceniza...y de Cenizo.