EN
el hueco de la tarde no hay cadena de televisión
que se precie que no tenga su polígrafo o
detector de mentiras, hijo o nieto de la Máquina
de la Verdad con la que Julián Lago enseñó a
España entera a tragarse los bloques de anuncios
con resignación cristiana:
-Espere, espere.
De eso no me va a responder ahora. A eso me va a
contestar...¡después de la publicidad!
En estos
programas, un señor con una cara tristísima, con
una pinta espantosa de aburrido funcionario de
la cuestión, que se ve que no le tiene al asunto
afición ninguna y que va allí para ganarse un
jornal, aplica los cables de los aparatos de la
tensión y los enchufes del electro a quien por
ello cobra. Según la tarifa del insultómetro.
¿Que no sabe usted qué es el insultómetro? Muy
sencillo: el que aplican las televisiones a los
mindundis, ganapanes, pelanduscas de lujo o en
cartoné, portacuernos, montajistas y demás
gentuza que han convertido en famosos sin causa
justificada, que salen mucho en la tele
exclusivamente porque salen mucho en la tele, y
que se prestan a estas públicas perrerías del
polígrafo y lo que haga falta tras trincar la
tela. Consiste la tarifa del insultómetro en que
según acepten en el contrato que les nombren con
mayor o menor intensidad sus castas todas, más o
menos dinero se llevan para su casa, así como
son menores o mayores sus estipendios si a ellas
las acusan o no de haber ejercido la
prostitución y a ellos de vivir o no de las
viejas ricas.
Gracias al
polígrafo, las marías echan la tarde
contemplando cómo un señor o señora que no
tienen el menor interés dicen la verdad o... son
como el presidente del Gobierno. Le enchufan
aquello, le ponen los cables, le rodean el pecho
con un sensor y le preguntan al tío:
-¿Era un montaje
cuando usted dijo que había hecho el amor con el
carnero de la Quinta Bandera de la Legión?
Y el otro:
-No, a la que yo
le hablaba era a la cabra que tiran desde la
torre. Yo soy de ese pueblo, y como se
enteraron, por poco me tiran a mí también desde
la torre detrás de la jodida cabra...
Y tras la sarta de
chorradas en forma de preguntas, en las que al
compareciente trincante lo llaman de todo y por
su orden, sale la voz campanuda del locutor, que
resume:
-A la pregunta
de... ¿Ha hecho el amor con el carnero de la
Quinta Bandera de la Legión? Ha respondido que
no. Y el polígrafo determina que...
Y salta el tío del
polígrafo, con una cara de triste como si se
hubiera tragado los cables, y tras dejar un
silencio la mar de laaaaaaaaaaaargo para dar
interés, suelta, muy entrecortadito y picadito:
-Que dice la
verdad...
Y así todo. Dinero
y tiempo perdidos. A lo que de verdad tenían que
aplicar el polígrafo no era a las pelanduscas
famosas porque un torero les hizo una barriga,
ni a los maromos enamoradores de viejas pellejas
o puretonas calentonas, sino a los políticos, a
los presidentes de los bancos, a la Comisión
Nacional de Valores, al fiscal del Estado. A
Pepiño Blanco. A Rubalcaba. O ponerlos a pares.
¿Se imaginan a Esperanza Aguirre y a Gallardón
con los cables del polígrafo puestos al alimón,
a ver quién los funde antes diciendo mentiras
sobre el otro? Ahí sí que de verdad el polígrafo
sería un invento de utilidad nacional. Eso sí
que de verdad subiría la audiencia de las
cadenas de televisión. Que le enchufaran los
cables, le pusieran los manguitos y le
preguntaran a bocajarro, ¿qué digo yo?, a
Zapatero, y que luego dijera el locutor,
mientras el tío del chisme pone la cara de
estaca antes de contestar:
-A la pregunta
de... «¿Entra el traslado del asesino Juana
Chaos a las Vascongadas dentro de lo que ha
pactado usted vergonzantemente con la ETA por
debajo de la mesa para la rendición de España
ante los terroristas?» Ha respondido que no, que
de eso tiene la culpa el PP. Y el polígrafo
determina que...
-¡Fueeeeeego! ¡Un
extintor! ¡Que vengan los bomberos!
El polígrafo no
está preparado para esta triste España increíble
del No Passsssa Nada.