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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Vencejos en Santa Justa

El Ave viene desde Madrid en doble composición. Trae tantos vagones, con lleno hasta la bandera del jefe de estación, que, como venimos en los de cola, cuando echamos pie a tierra en Santa Justa caemos cerca de San Jerónimo. Y eso, sin exagerar. Enrique Barrero, el presidente del Ateneo, que baja por la misma puerta del vagón, al ver dónde hemos caído, saca el humor ultraísta marca de la (docta) casa, marca Adriano del Valle, y nos comenta:
-Ea, pues ahora es como si viniéramos andando desde Córdoba...
Aunque se tengan que pegar una caminata que ni los lunes de San Nicolás, les recomiendo que cuando vuelvan a Sevilla tras hacer un mandado en Madrid, tomen un Ave de los que llegan al atardecer. Y asegúrense de que sea en doble composición. Y pida billete del vagón más de cola que tengan. De capa, no: de cola. De esta forma, cuando el tren llegue a Santa Justa, su vagón de usted se detendrá no en la modernidad modelo Expo bajo la cubierta de la estación de los Monchis, que pone en penumbra el día más soleado y luminoso de Sevilla, sino al viejo aire libre, como en un recuerdo de Plaza de Armas. El tren le dejará como en la vieja Barqueta, en un atardecer de Puerta de San Juan, de Los Humeros. En una luz lírica como del horizonte de un poema de Rafael Montesinos. Desde ese final descubierto del largo andén, fuera de la cúpula de la estación, en el atardecer sevillano se tienen que escuchar campanas que sabemos dónde: por San Roque, por San Benito...
Barrero me comenta la caminata desde Córdoba, y le digo:
-Pero, ¿y este sonido, Enrique? ¿No se merece este sonido todas las caminatas del mundo?
El sonido era algo tan íntimamente sevillano como el de los primeros vencejos. Como hay que inventar hasta en la tradición, he decidido sustituir cada año el articulo ritual del primer naranjo en flor por la presente crónica del primer vencejo. Fuimos tan afortunados el presidente del Ateneo y el guardia que suscribe y que levanta esta solemne acta, que como sabía que habíamos ido a Madrid a algo tan sevillano como hacer un mandado, la ciudad nos recibió en Santa Justa formándonos la guardia con el primer vencejo. Y tras el primero, dos o tres compadres suyos, llenos de vida, chirriando los railes de la tarde, trayéndonos un sonido de espadañas y de albero, de esquinas con capirotes y de primeros cirios que enciende un diputado de tramo. Ni a Julio César cuando vino a cercar Sevilla «con muros y torres altas» lo recibió la ciudad con un comité de bienvenida como el que nos dispensó a Enrique Barrero y a este escribiente de ustedes, la otra tarde en Santa Justa.
Los Monchis tenían que haber hecho la estación de Santa Justa descapotable. Es un crimen de lesa estética que los viajeros lleguen a Sevilla, a la claridad de Sevilla, a la luz de Sevilla, por uno de los dos sitios más oscuros del mundo, a saber y a padecer: por la estación de Santa Justa o por el aeropuerto de San Pablo. Llegas a Londres y te encuentras más luz, pero bastante más, que en el aeropuerto o en la estación, que en San Pablo o en Santa Justa, que en el oscurísimo santoral completo de las comunicaciones aeroterrestres de Sevilla. Si los Monchis hubieran hecho descapotable Santa Justa y si Moneo hubiera aplicado el «luz, más luz» de Goethe a San Pablo, el viajero, nada más llegar, sabría que estaba aquí por la claridad de Sevilla, por el sonido de los vencejos de la primavera, por la fragancia de los naranjos en flor. Ahora llegas a tanta oscuridad de la modernidad y tienes que hacer grandes esfuerzos para creerte que estás en Sevilla.
Y si así fuera, como ahora ocurre con la suerte de llegar en los últimos vagones del Ave en doble composición, no haría falta oficina de información turística alguna, ni más plano o guía de Sevilla. La luz y los vencejos le dirían al viajero que llega: «Ya está usted en Sevilla; este es el espectáculo de luz y sonido de Sevilla». ¿Qué ciudad del mundo te recibe con el sonido de los vencejos, con la luz rosácea de la tarde que va cayendo, cuando el sol es una pieza de oro del tesoro del Carambolo que por la Cuesta de Castilleja se está marchando camino del poniente malva de Juan Ramón?

 

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